“La tierra es de quien la trabaja, es de quién la asiste, del que está ahí (…) Vale la pena; la tierra vale la pena.” Con estas palabras, Don Fredy Cooper empieza a describir el vínculo íntimo con su entorno que las campesinas y campesinos como don Bolívar Méndez vecinos de la comunidad de Dos Ríos en Guácimo de Limón han desarrollado durante más de 10 o hasta 20 años. Campesinos como Don Fredy han dedicado su vida a trabajar la tierra, antes dedicada al monocultivo del banano, y hoy produce una variedad de alimentos como pipa, yuca o maíz que además de ser el sustento de las familias campesinas, alimentan a todo un país. Don Bolívar, con más de 23 años trabajando la tierra que una vez fue parte de la bananera Dos Ríos, expresa la angustia y el trauma que le genera la posibilidad de perder lo que ha construido con tanto esfuerzo: «Nos tienen martirizados», dice al referirse a las amenazas de desalojo que representan una constante incertidumbre sobre el futuro. Su labor—al igual que la del campesinado de la zona—, ha enfrentado una serie de violencias sistemáticas desde los desalojos de la mano de la Fuerza Pública, pasando por demandas y diversas amenazas marcadas por la complicidad y ausencia del Estado costarricense.
Dentro de las perspectivas de Don Fredy y Don Bolívar, encontramos una serie de matices puesto que Don Fredy evita profundizar dentro del conflicto enfocándose en la interdependencia entre el campo y la ciudad, destacando no sólo la relación íntima del campesinado con la tierra, sino que afirmando de forma orgullosa que sin campesinos las ciudades no podrían sobrevivir.“Vivir en el campo es algo lindo, algo especial” afirma Don Fredy al contemplar de forma emotiva no sólo la labor esencial de las personas agricultoras. Don Bolívar, por otro lado, centra su relato en la injusticia del sistema legal que permite que las personas terratenientes tengan no sólo al Estado, sino al sistema legal de su lado ignorando de esta forma décadas de trabajo comunitario. Frente al proceso complejo y tortuoso que conlleva el obtener la titulación de sus parcelas, el campesinado costarricense se enfrentan diariamente a la incertidumbre de ser víctimas de un desalojos a pesar de contar con varios años establecidos en las parcelas
Al reflexionar acerca de las condiciones de las y los campesinos en la actualidad, las palabras alrededor de la respuesta de Don Fredy y Don Bolívar gravitan
alrededor del carácter duro y complicado de la venta de sus productos a terceras personas, al igual que la inestabilidad del mercado a causa de la oferta injusta de precios para la compra de la producción campesina la cual es exportada o traída a grandes cadenas de supermercados nacionales- dejándose estos últimos la mayoría de la riqueza producida por manos campesinas-. Ambos testimonios nos invitan a entablar una reflexión acerca del rol del campesinado como el latido de las civilizaciones, que más allá de una relación productiva con la tierra, es una relación ontológica al presentarnos una forma de estar en el mundo que se aleja de la dominación al tejer la vida y el sentido desde el respeto por la tierra. Las amenazas constantes vinculadas a los desalojos atestiguadas por los vecinos de la finca Dos Ríos más allá de despojarles de su medio de vida, es un despojo por parte del Estado costarricense de la dignidad y el derecho de estas personas frente a intereses comerciales que reducen la tierra a un carácter mercantil. Al afirmar que la tierra es para quien la trabaja Don Freddy asume esta frase como una consigna ética de resistencia y reivindicación del derecho a existir en un lugar propio bajo modos de vida alternativos a la lógica del capital.
Artículo realizado a partir de las entrevistas a Fredy Cooper y Bolívar Méndez por María Jimena Tercero Herrera – Observatorio de Bienes Comunes.