En Maquengal, Guatuso, el río Frío sigue transformándose a un ritmo alarmante. Esta vez, la comunidad documentó en video los daños provocados por la minería no metálica, mostrando lo que a simple vista cualquier visitante logra apreciar, pero que durante años ha sido ignorado por las instituciones encargadas de fiscalizar estas actividades.
El registro fue realizado por un vecino de Maquengal, quien ha acompañado por años el monitoreo comunitario del río. Su voz, cargada de indignación y tristeza, funciona como una bitácora visual de un ecosistema que se está agotando frente a la indiferencia institucional.
Un paisaje alterado por la extracción
En el video, Emigdio señala uno a uno los puntos más críticos del daño ambiental. La profundidad del cauce —que según él ya supera varios metros—, el arrasamiento de la vegetación en las isletas, y las enormes “lágrimas” o cortes verticales creados por el dragado constante, evidencian un río que ha sido forzado a cambiar.
El vecino nos muestra cómo la maquinaria ha removido piedras y sedimentos para abrir caminos dentro del mismo cauce, dejando montículos artificiales que alteran el flujo del agua y dañan la retención natural del río. Esto no solo fragmenta el ecosistema, sino que aumenta el riesgo de inundaciones, erosión y pérdida irreversible de biodiversidad.
La profundidad del daño: un río excavado más allá del límite permitido
El vecino explica que los concesionarios habrían profundizado el cauce mucho más de lo que establece la normativa técnica. Mientras la regla indica un máximo de un metro y medio en el cauce, las mediciones empíricas de la comunidad sugieren que el dragado habría alcanzado hasta tres metros.
“Hace falta venir con una varilla para medir dónde estaba el nivel y dónde está ahora”, dice Emigdio, señalando las paredes verticales creadas por la extracción continua.
Su preocupación es directa: la muerte del río es un proceso silencioso, pero evidente. Cada metro de profundidad perdido es, también, un metro de vida que desaparece.
El paisaje que antes sostenía vida
El video rememora un río que antes era espacio de pesca, juego, encuentro y vida comunitaria.
“Muchos años pudimos bañarnos, pescar, caminar de noche a la luz de la luna… hoy todo eso se está perdiendo”, lamenta el vecino.
La pérdida de retención natural, el arrastre de piedras grandes, la desaparición de refugios para peces y aves, y la alteración del flujo del agua están desencadenando un proceso de degradación que amenaza incluso a Caño Negro, ya que el río Frío es uno de sus aportes principales.
Una economía que destruye más de lo que produce
El vecino denuncia un comportamiento empresarial que prioriza el lucro rápido sobre cualquier consideración ambiental o social: “Cuatro gatitos están haciendo dinero con lo que es de todos, mientras el río se destruye.”
La comunidad cuestiona también la expansión simultánea de equipos entre Upala y Maquengal, lo cual evidencia un modelo de explotación intensiva desconectado de la realidad ecológica y social de la zona.
División en la comunidad: entre la defensa del río y la normalización del daño
Una parte de la comunidad se ha organizado para defender el río, pero el veicno reconoce con preocupación que existen personas que justifican la destrucción o la consideran parte “normal” de las concesiones. Ese discurso —dice— debilita la capacidad colectiva para exigir protección ambiental y abre espacio para que el daño avance sin oposición sólida.
Los conocimiento de las comunidades sigue siendo ignorado
La denuncia registrada en este video expone una verdad que se repite en muchos territorios: las instituciones ambientales no están escuchando a las comunidades. Setena, geología, municipalidades y otras instancias han minimizado o descartado observaciones que son obvias para quienes viven a la orilla del río.
El testimonio del vecino es el de una persona que conoce el río desde adentro, que lo ha caminado durante décadas y que puede identificar, sin instrumentos sofisticados, cuándo un ecosistema está sufriendo. Sin embargo, su conocimiento —como el de tantos vecinos y vecinas de Maquengal— ha sido sistemáticamente ninguneado.
Mientras los informes técnicos normalizan la extracción, la comunidad registra daños que ninguna inspección oficial ha querido reconocer. La brecha entre la mirada institucional y la experiencia territorial se vuelve una forma de violencia: una que deslegitima saberes locales y facilita el avance de concesiones que ponen en riesgo los bienes comunes.
El video es más que una denuncia: es un llamado urgente a detener la destrucción y a reconocer que la defensa del río solo es posible si se escucha a quienes lo viven, lo sienten y lo cuidan todos los días.
