El EZLN recuerda que esa ha sido la lógica de muchos procesos históricos: movimientos que nacieron para resistir un poder acaban reproduciendo sus mismos vicios. Por eso la reconstrucción no puede ser una “continuidad con cambios”, sino un recomenzar desde otros principios.
El bien común como horizonte
Frente a esa encrucijada, el zapatismo coloca el bien común como eje. No lo entiende como una consigna abstracta ni como el patrimonio regulado por el Estado, sino como la práctica concreta de la asamblea comunitaria.
En esa asamblea, cada persona ofrece sus saberes: cultivar, curar, construir, enseñar, reparar, imaginar. El valor de alguien no se mide por títulos ni por acumulación de riqueza, sino por lo que aporta a la vida colectiva. La organización se orienta a garantizar lo esencial: comida, salud, educación, techo, respeto. El bien común es, en ese sentido, una ética de lo necesario compartido.
Imaginación política: otros mundos posibles
El zapatismo insiste en la necesidad de la imaginación. No se trata de reconstruir el edificio que se derrumbó, sino de crear otros mundos. Sus reflexiones están plagadas de escenas en las que la danza, la música, el dibujo, el teatro o la narración aparecen como semillas de comunidad. El arte no es lujo, sino modo de sostener la esperanza y la memoria en medio de la tormenta.
Del mismo modo, la ciencia aparece no como aparato de prestigio académico, sino como saber aplicado al servicio de la vida. Así, los colectivos de “ciencia aplicada” intentan encontrar soluciones concretas: energía para un quirófano, dispositivos para mejorar la salud, tecnologías comunitarias. El mensaje es claro: la ciencia y el arte, para ser parte del día después, deben despojarse de privilegios y ponerse al servicio de la vida común.
Los desafíos del recomenzar
El día después, advierte el EZLN, no será idílico. Implica tensiones, contradicciones y la posibilidad de repetir errores. La tentación de volver a jerarquías patriarcales, a divisiones raciales, a la lógica del dinero y la paga está siempre presente. Por eso, recomenzar no es un acto único, sino un proceso de vigilancia crítica y de creación permanente.
La clave está en que el bien común no sea sólo discurso, sino práctica cotidiana: decidir en común, compartir tareas, evitar la concentración de poder, reconocer y respetar las diferencias. El “día después” es, en última instancia, el espacio donde se juega la posibilidad de que un mundo nuevo no sea copia degradada del viejo.
Una invitación
El pensamiento zapatista sobre la tormenta y el día después es, al mismo tiempo, un diagnóstico y una invitación. Diagnóstico, porque muestra que la tormenta ya está aquí y que la destrucción avanza. Invitación, porque llama a imaginar y construir colectivamente el día después sin repetir las cadenas de opresión.
El bien común, entendido como práctica concreta de vida en común, es el horizonte. La tormenta no es el final, sino la oportunidad de recomenzar. La pregunta que queda abierta es si tendremos la audacia y la humildad para hacerlo.