Cuando un post intenta silenciar a la ciudadanía: el debate por el Plan Regulador de Escazú

En Escazú han aparecido en redes sociales mensajes políticos que, en apariencia, buscan defender la “técnica” y la “responsabilidad institucional” frente al Plan Regulador. Sin embargo, al revisar con cuidado sus afirmaciones y confrontarlas con el Manual de Planes Reguladores como Instrumento de Ordenamiento Territorial del Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo (INVU), salta a la vista que se trata de discursos que manipulan los hechos, deslegitiman la organización vecinal y reducen la participación a un mero trámite. En resumen, según el INVU: es cierto que no es obligatoria la creación de una Comisión de Plan Regulador; también es cierto que se trata de una práctica recomendable, reconocida por el manual, porque articula a regidores, técnicos y ciudadanía; y es falso o, al menos, profundamente sesgado afirmar que la Comisión es irrelevante o un “estorbo político”, pues el INVU la define como un espacio fundamental de apoyo y seguimiento. En este análisis, mostramos por qué estas posturas no solo son equivocadas, sino también dañinas para la confianza ciudadana en la institucionalidad democrática.

1. ¿Quién elabora el Plan Regulador?

En los últimos días han circulado en redes sociales mensajes que sostienen que en el pasado el atraso del Plan Regulador de Escazú se debió a que algunos alcaldes lo dejaron en manos de una “comisión de Plan Regulador” sin el conocimiento técnico suficiente. Esta afirmación, aunque puede sonar creíble para quien no conoce el marco normativo, es una simplificación que tergiversa la realidad. El propio manual del INVU aclara que la Comisión de Plan Regulador es un órgano especializado designado o creado por la municipalidad, encargado de participar en las fases de elaboración y gestión, y de brindar acompañamiento al equipo planificador (INVU, 2017, p. 12). No se trata de un actor externo que sustituye a la Municipalidad, sino de una figura reconocida institucionalmente.

Al presentar a las comisiones como espacios incapaces o carentes de compromiso, se oculta que el rezago histórico de muchos cantones responde a problemas más estructurales: falta de recursos, ausencia de voluntad política sostenida, y deficiencias en la coordinación interinstitucional. No fue por “comisiones manipuladas”, sino por la debilidad del Estado en asegurar continuidad a los procesos de planificación. Así lo reconoce el manual al señalar que el INVU, junto con otras instituciones competentes, debe articular esfuerzos y acompañar a los gobiernos locales con equipos multidisciplinarios (INVU, 2017, p. 113).

Además, el manual indica con claridad que el Plan Regulador es un proceso técnico, político y participativo. Nunca ha sido exclusivamente un asunto de especialistas. La visión de que los técnicos “puros” deben controlar todo y los vecinos solo escuchar es contraria a lo que establece la normativa. Se requiere conocimiento especializado, sí, pero también una lectura social, cultural y ambiental que ningún grupo de técnicos puede abarcar por sí solo.

La narrativa que responsabiliza a las comisiones no es ingenua: al culpabilizar a estos espacios vecinales de los rezagos, se construye un enemigo conveniente para justificar el control centralizado por parte de la administración municipal. Se transmite la idea de que solo bajo el mando de un alcalde y su equipo técnico se puede avanzar, eliminando la dimensión política y social de la planificación.

Lo que está en juego aquí es la visión misma de cómo se gobierna el territorio: ¿como un proceso abierto y democrático, donde se reconocen las capacidades de múltiples actores, o como una tarea jerárquica donde la ciudadanía es vista como obstáculo? El manual del INVU, al incluir a las comisiones como actores válidos, desmiente la postura de quienes reducen su papel a un estorbo político.

La participación ciudadana no es un adorno

Otro de los puntos centrales de los discursos que circulan es la idea de que la actual oposición al Plan Regulador responde a una campaña de desinformación impulsada por partidos políticos y candidatos en búsqueda de vitrina electoral. Esto sugiere que los vecinos solo se movilizan cuando están manipulados y que, en ausencia de estas fuerzas partidarias, la ciudadanía no tendría la capacidad ni el interés de organizarse. Se trata de una visión profundamente paternalista y despectiva hacia la ciudadanía.

El manual, en cambio, es enfático al señalar que la participación ciudadana es un requisito fundamental y no puede reducirse a un trámite simbólico. Se define como “un proceso de construcción de acuerdos donde la ciudadanía puede incidir en el contenido del plan” (INVU, 2017, p. 45). Es decir, no se trata de escuchar opiniones para luego desecharlas, sino de generar espacios donde esas opiniones influyan en la propuesta final.

Al sugerir que la organización comunitaria es solo fachada de partidos, se invisibiliza el hecho de que en muchos cantones —incluido Escazú— los procesos de cuestionamiento al Plan Regulador han surgido de vecinos preocupados por temas ambientales, patrimoniales o de desarrollo local. No todas las voces críticas responden a agendas electorales. Este tipo de acusaciones buscan restar legitimidad a la participación y evitar que se discuta el fondo de los problemas.

Además, la ley misma obliga a la participación: la Audiencia Pública está contemplada en el artículo 17 de la Ley de Planificación Urbana como un acto legal y administrativo en el que el gobierno municipal debe someter a consulta el Plan Regulador. Presentarla como una concesión graciosa o como una amenaza partidaria es tergiversar su naturaleza. La participación no es una dádiva, es un derecho.

El daño de esta narrativa es profundo. Al insistir en que la ciudadanía no puede organizarse sin ser manipulada, se genera desconfianza en cualquier iniciativa vecinal autónoma. Se establece un marco en el que la comunidad aparece siempre como sospechosa, como masa manipulable, incapaz de pensar por sí misma. Este tipo de discurso no solo erosiona la legitimidad del Plan Regulador, sino que degrada la relación entre ciudadanía e instituciones.

El mito del “criterio técnico puro”

Algunos mensajes en redes también defienden que votar contra una moción ciudadana es “defender los criterios técnicos” y “evitar un error legal”. Aquí se instala otro mito: el de que las decisiones en ordenamiento territorial pueden tomarse únicamente con base en la técnica, como si lo técnico fuera neutral, apolítico y suficiente para guiar el futuro del cantón.

El manual es claro en contradecir esta visión. Define el ordenamiento territorial como un proceso administrativo, político y participativo, sustentado en soportes legales, técnicos y científicos, pero siempre atravesado por la negociación y la toma de decisiones entre diversos actores sociales (INVU, 2017, p. 13). Dejar por fuera lo político o lo participativo es desnaturalizar el proceso.

Los criterios técnicos son indispensables, pero no existen en el vacío. Están condicionados por intereses, visiones de desarrollo, prioridades ambientales y sociales. Un estudio de capacidad de uso del suelo, por ejemplo, no dicta por sí solo qué se debe hacer con un territorio: requiere interpretación, negociación y definición de prioridades. Creer que la técnica es suficiente es una manera de ocultar las decisiones políticas detrás de un lenguaje aparentemente objetivo.

Más aún, el manual advierte que la apropiación social del Plan Regulador es la única garantía de su vigencia y cumplimiento en el tiempo (INVU, 2017, p. 52). Un plan diseñado sin debate social puede ser aprobado formalmente, pero será débil en la práctica, porque carece del respaldo comunitario necesario para su implementación.

Por eso, el argumento de que “defender lo técnico” significa rechazar la moción vecinal es profundamente contradictorio: lo técnico exige abrir espacios de deliberación, no cerrarlos. Lo técnico no puede ser excusa para deslegitimar la política democrática.

La institucionalidad que se enreda sobre sí misma

Los discursos que circulan en redes y se presentan como defensa de la institucionalidad, en realidad la debilitan. Al presentar la crítica como “desinformación” y la participación ciudadana como manipulación, se genera un clima de confrontación donde la confianza en las instituciones se erosiona aún más. Paradójicamente, se acusa a la ciudadanía de crear caos, cuando en realidad son estos relatos los que producen desconfianza al negar el derecho de los vecinos a cuestionar y proponer.

El manual señala que uno de sus objetivos centrales es fortalecer la participación activa, consciente y democrática de diversos actores sociales en la elaboración y gestión de los Planes Reguladores (INVU, 2017, p. 4). La administración municipal debería ser la primera en defender este principio, pero al contrario, se construye un relato en el que los actores sociales son vistos como amenaza y obstáculo.

Este tipo de contradicciones hacen que la institucionalidad se enrede sobre sí misma. Se defiende un Plan Regulador en nombre de la técnica, pero se ataca la participación que lo hace legítimo. Se habla de responsabilidad, pero se descalifica a quienes ejercen su derecho a cuestionar. Se invoca la legalidad, pero se pasa por alto que la ley misma establece la consulta pública como obligación.

La consecuencia es una espiral de desconfianza: los vecinos sienten que sus preocupaciones son invisibilizadas; los políticos refuerzan la idea de que la ciudadanía es incapaz de organizarse sin manipulación; y el Plan Regulador, que debería ser una herramienta de unión y planificación colectiva, se convierte en símbolo de exclusión y conflicto.

Lo que se pierde en este proceso no es solamente un debate técnico sobre zonificación o uso de suelo. Lo que se erosiona es la posibilidad de construir una democracia local fuerte, donde los vecinos y el municipio puedan deliberar con confianza sobre el futuro común.

¿Por qué debemos reflexionar sobre esto?

El Plan Regulador de Escazú no es un simple documento técnico, ni un campo de batalla electoral. Es, ante todo, una herramienta de futuro común. Pretender reducirlo a un asunto exclusivo de técnicos o a un botín político partidario no solo contradice el manual del INVU, sino que socava la confianza en las instituciones y en la democracia local.

El verdadero riesgo para Escazú no está en la crítica vecinal, sino en la incapacidad de la administración para abrirse al diálogo. Al etiquetar toda oposición como “desinformación”, se cierra el espacio de participación que la ley y el manual reconocen como esencial. Sin esa participación, cualquier plan corre el riesgo de fracasar en su implementación, porque carece del respaldo social que lo sostenga en el tiempo.

En un contexto donde la crisis de confianza en las instituciones es cada vez más aguda, insistir en discursos que infantilizan a la ciudadanía es una estrategia peligrosa. No hay democracia sin participación autónoma, crítica y organizada. Escazú merece un Plan Regulador que no solo ordene el territorio, sino que también fortalezca el tejido democrático.

Como bien lo recuerda el INVU:

“La apropiación social del Plan Regulador es la única garantía de su vigencia y cumplimiento en el tiempo” (INVU, 2017, p. 52).

Ese es el reto que está en juego.

Referencia

Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo (INVU). (2017). Manual de Planes Reguladores como Instrumento de Ordenamiento Territorial. San José, Costa Rica.

Leer antes de opinar: el manual como punto de partida contra la desinformación

Un aspecto que no puede pasar desapercibido es la facilidad con la que algunas figuras políticas difunden desinformación sobre el Plan Regulador en redes sociales, sin remitirse previamente a la documentación oficial que lo regula. Estos mensajes suelen acusar a las comisiones, desconfiar de la ciudadanía, invocar “criterios técnicos” como si fueran verdades absolutas y omitir la dimensión participativa del proceso. Pero estas afirmaciones se desmoronan cuando se contrastan con el Manual de Planes Reguladores como Instrumento de Ordenamiento Territorial, elaborado y aprobado por el INVU, donde se detallan los pasos, responsabilidades y principios que orientan el ordenamiento territorial.

Antes de descalificar a vecinos u organizaciones, es indispensable consultar este manual. Allí se establece con claridad que el ordenamiento territorial es un proceso político, técnico y participativo, en el cual la ciudadanía no solo tiene derecho a expresarse, sino un rol activo y vinculante (INVU, 2017, p. 13). Ignorar este marco normativo genera mensajes erróneos que confunden a la población y, al mismo tiempo, socavan la confianza en las instituciones públicas.

Además, el manual demuestra que el Plan Regulador no es propiedad de un alcalde, de un equipo técnico ni de un partido político: es una herramienta colectiva que debe construirse desde múltiples miradas. Presentarlo como un asunto exclusivo de especialistas, o usarlo como plataforma de campaña, no solo distorsiona su propósito, sino que alimenta la desinformación que obstaculiza el diálogo social.

Por eso, la invitación es clara: antes de difundir declaraciones en redes sociales que descalifican o polarizan, es necesario informarse en las fuentes oficiales. El manual del INVU no es un documento accesorio, es la base que define las etapas, principios y obligaciones que rigen a las municipalidades y a los actores sociales. Conocerlo es el primer paso para evitar que la discusión pública se vea contaminada por discursos engañosos o interesadamente sesgados.

Fortalecer el Plan Regulador implica, en primera instancia, un compromiso con la verdad y con la ciudadanía. Ese compromiso comienza con algo tan sencillo como leer las fuentes primarias y evitar la circulación de mensajes infundados. Solo así se puede construir confianza y garantizar que el debate democrático sobre el futuro de Escazú se sustente en evidencia, y no en consignas.

La mejor herramienta contra la desinformación es la información pública puesta al servicio de todas las personas.

Pueden descargar el manual aquí.

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¿Está Escazú relegando la participación ciudadana a un papel sin incidencia real en su Plan Regulador?

Próxima sesión clave Martes 19 de agosto: El Concejo Municipal de Escazú discutirá nuevamente el tema tras recibir el dictamen de su Comisión Jurídica. Organizaciones como CODECE y vecinos llaman a llenar la sala para exigir que se respete la figura de la Comisión Especial y, con ella, la voz y voto de la comunidad en la planificación del territorio.

El pasado 12 de agosto, el Concejo Municipal de Escazú rechazó —por cinco votos contra dos— restituir la Comisión Especial del Plan Regulador, el mecanismo que permitía a personas y comunidades participar de manera directa en la definición del futuro territorial del cantón. Los dos votos a favor, emitidos por Mario Arce y Marcela Quesada, representan la posición minoritaria que defendió activamente la participación ciudadana frente a un Concejo mayoritariamente cerrado a la inclusión vecinal (Ricardo López, Laura Fonseca, Adriana Solís, José Tino Campos y Sigrid Miller). En su lugar, se mantiene la figura de una supuesta “Oficina del Plan Regulador” sin representación vecinal, lo que, en la práctica, reduce la participación ciudadana a una sola audiencia pública al final del proceso y a talleres sin carácter vinculante.

Esta decisión, lejos de ser un asunto meramente administrativo, refleja un modelo institucional donde la participación se concibe como un trámite formal, no como un ejercicio efectivo de incidencia.

¿Qué dice la legislación costarricense?

La Constitución Política (artículo 9) establece que Costa Rica es una república “popular, representativa y participativa”. Esto implica que el pueblo no solo elige representantes, sino que también tiene derecho a involucrarse directamente en la toma de decisiones públicas.

En materia urbanística, la Ley de Planificación Urbana (Ley 4240) es clara:

  • El Plan Regulador es el instrumento que orienta el desarrollo del territorio y define usos de suelo, zonas de protección y áreas de expansión.

  • La ley y su reglamento reconocen a las Comisiones Especiales del Plan Regulador como órganos que integran representación técnica y ciudadana, con voz y voto en todas las fases: diagnóstico, formulación, aplicación y revisión.

  • La participación no se limita a “opinar” en audiencias públicas; debe garantizarse en todo el ciclo de planificación.

Reducir la participación ciudadana a una única audiencia de consulta o a talleres recopilatorios —que, según la Ley de Planificación Urbana, no son vinculantes en cuanto a sus resultados— contradice el espíritu participativo de la norma y debilita el control ciudadano sobre decisiones que pueden modificar de forma significativa e irreversible el entorno ambiental, social y económico del territorio.

Consultar no es participar

Un error frecuente en la gestión pública es confundir consulta con participación.

  • Consultar es pedir opinión (a veces, tarde y sin consecuencias reales en la decisión).

  • Participar es tener espacios permanentes y con capacidad de incidencia en el diseño, ejecución y seguimiento de políticas y planes.

En los planes reguladores, la verdadera participación significa:

  • Acceso temprano a la información y a los estudios técnicos.

  • Derecho a proponer modificaciones y escenarios.

  • Poder de decisión en las comisiones mixtas donde se delibera el contenido del plan.

  • Seguimiento y evaluación de la aplicación de lo aprobado.

Cuando las comunidades son excluidas de las fases iniciales y solo se les convoca para validar (o no) un documento ya cerrado, la participación se convierte en un ejercicio simbólico.

Un retroceso democrático

En el fondo, la decisión del Concejo Municipal no es un hecho aislado: es un síntoma de una tendencia peligrosa en la gestión pública, donde se vacían de contenido los mecanismos de participación establecidos por la ley.

Al eliminar la Comisión Especial del Plan Regulador y delegar todo en una oficina técnica sin representación ciudadana:

  • Se concentra el poder en pocas manos, reduciendo el control social.

  • Se invisibiliza el conocimiento local que aportan comunidades, asociaciones y personas con experiencia directa sobre las necesidades y particularidades del territorio.

  • Se rompe la confianza institucional, pues la ciudadanía percibe que sus aportes no tienen valor real en las decisiones finales.

  • Se sienta un precedente que otros municipios podrían imitar, debilitando progresivamente la cultura democrática.

En términos políticos, se trata de una regresión: se pasa de un modelo de democracia participativa a uno meramente representativo y tecnocrático, donde las decisiones se toman puertas adentro, bajo la lógica de que “los expertos saben mejor”. Este enfoque no solo contradice el marco legal costarricense, sino que también erosiona la legitimidad de las políticas urbanas y abre la puerta a decisiones con sesgo político o económico.

Lo que está en juego

La manera en que se construye un plan regulador tiene efectos que duran décadas. No es un documento técnico más:

  • Define cómo y dónde se puede construir, qué áreas se protegen, dónde habrá comercio, industria o vivienda.

  • Determina el uso y la conservación de recursos naturales, incluyendo agua, suelos, bosques y zonas de riesgo.

  • Moldea la identidad cultural y paisajística del cantón, influenciando su atractivo, su calidad de vida y su cohesión social.

Cuando se excluye a la ciudadanía de estas decisiones, se corre el riesgo de:

  • Facilitar la especulación inmobiliaria y la urbanización descontrolada.

  • Desproteger áreas de alto valor ambiental o patrimonial por falta de presión comunitaria.

  • Aumentar conflictos socioambientales, ya que las decisiones se perciben como impuestas y no consensuadas.

  • Perder oportunidades de desarrollo inclusivo, porque se ignoran visiones, propuestas y necesidades que solo emergen del diálogo con quienes habitan el territorio.

En términos democráticos, lo que está en juego es el derecho de las comunidades a decidir sobre su propio futuro. Y en términos prácticos, lo que se arriesga es la sostenibilidad misma del territorio: un plan regulador sin participación activa puede ser funcional para intereses privados, pero es incapaz de garantizar un equilibrio entre desarrollo, justicia social y protección ambiental.

La pregunta clave es: ¿sirve para algo “consultar” si al final las decisiones ya están tomadas, o si las observaciones llegan demasiado tarde para incidir? La participación real demanda más que un espacio formal: exige reconocimiento, análisis y transformación de lo consultado en el contenido final del plan.

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Un apellido difícil, una causa clara: defender la vida en el Caribe Sur

“¿Y no será que en este mundo hay cada vez más gente y menos personas?”
 Mafalda – Quino

Las cosas suceden porque sí; sencillamente, tocaba. La ley de la inercia es difícil de evitar: si te tropiezas y no recuperás el equilibrio, terminás en el suelo. Así fue como conocí al protagonista de esta columna. Sin más, llegó. Resulta que un domingo nos encontramos por la inercia de la conflictividad socioambiental en Costa Rica. En el Caribe Sur le llaman tala y relleno de humedales. Así conocí a Philippe Vangoidsenhoven, precisamente mientras denunciaba daños ambientales en Playa Negra. Pero pronto entendí que su experiencia —tan complicada como pronunciar su apellido por primera vez— se extiende a todo el Caribe Sur..

Desde entonces, una pregunta me ha perseguido constantemente: ¿qué vive esta persona que parece tener dos vidas? Una dedicada a subsistir y arreglárselas como puede, y otra entregada, a capa y espada, a la defensa de los ecosistemas del Caribe Sur, incluso pagando de su propio bolsillo todo lo necesario para documentar y presentar las denuncias.

Nunca se lo he preguntado de forma tan directa, porque podría sonar entrometido. Al final de cuentas, solo soy uno más que llega desde la universidad pública a hacerle preguntas obvias, de esas que —no me cabe duda— debe estar cansado y harto, casi tanto como de la poco sana costumbre de ser demandado y tener que ir a Bribri un día sí y otro también.

Gracias a nuestras conversaciones y mensajes de WhatsApp, hoy puedo escribir este artículo y tratar de sanar esa curiosidad que aquí expongo: ¿cómo será un día en la vida de una persona defensora ambiental? Ojalá esta columna sirva también de guía para las personas universitarias, para que no repitan preguntas obvias.

Lo primero que uno suele preguntar es: ¿ya hizo la denuncia?, ¿llamó a la policía?, ¿reportó al MINAE? Craso error. Lo primero que viven estas personas es un laberinto colmado de obstáculos burocráticos y legales. Las autoridades muchas veces actúan con lentitud o desinterés ante sus denuncias, lo que impide frenar los daños a tiempo. En algunos casos, incluso se otorgan permisos irregulares para actividades que violan normativas ambientales.

Pero supongamos que no puede haber una pared tan alta. Pues sí la hay. Muchas de estas actividades representan intereses muy fuertes. Y aquí viene la segunda cuestión: no basta con un aparato indiferente, sino que también sufren persecución por parte de intereses económicos que buscan garantizar sus ganancias a toda costa.

Es algo “normal” que incomoden. Por eso se exponen a que tanto el Estado como esos intereses promuevan su criminalización y estigmatización. Es frecuente ver sus imágenes en redes sociales como si fueran los incómodos del barrio, enemigos públicos o personas no gratas por negarse a un supuesto “desarrollo”. Esto escala, porque el Estado alimenta esa narrativa, dando cabida a demandas que buscan desestimular, desacreditar o silenciar su labor.

¿Cómo les silencian? Hasta es insulto la pregunta. A Philippe lo han amenazado en la puerta de su negocio, le han matado a sus perros, le han roto el parabrisas, le han lanzado el celular al otro lado del humedal, le han quebrado un dedo y golpeado la cabeza.

Tal vez se pregunten a esta altura: ¿cómo permite Dios tal injusticia? La respuesta es tan simple como triste: hay una ausencia de garantías de protección para las personas defensoras del ambiente. En todo ese entramado legal, no existen mecanismos eficaces ni sostenidos de protección institucional. Es decir, su figura no está contemplada: se les trata como a cualquier otra persona, sin considerar los riesgos de esta labor.

Y cuando creemos que no puede ser peor, surge otra pregunta que deberíamos haber hecho desde el inicio: ¿Estás bien? ¿Te sentís bien? Porque esa simple pregunta puede marcar la diferencia. Estas personas están en un riesgo físico y emocional constante. Todo lo anterior —agresiones, amenazas, hostigamiento— las expone a un peligro real para su integridad.

Así que, cuando escuchemos o leamos la palabra “defensores ambientales”, acerquémonos desde sus experiencias, valoremos sus saberes y prácticas. Y, lo más importante, antes de cualquier cosa, preguntemos siempre: ¿cómo estás?

Observatorio de Bienes Comunes

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CODECE, colectivos y personas vecinas de Escazú defiende la participación ciudadana en el Plan Regulador

El martes 12 de agosto, el Concejo Municipal de Escazú celebró una sesión que evidenció la participación activa y la inconformidad de la ciudadanía en asuntos locales. Vecinos, organizaciones comunitarias y la Asociación para la Conservación y Desarrollo Sostenible de los Cerros de Escazú (CODECE) acudieron para exigir la restitución de la Comisión Especial del Plan Regulador. Esta comisión, que permite la representación vecinal en la planificación urbana, habría sido desactivada mediante un acuerdo aprobado el 29 de julio, según denuncian los ciudadanos.

Durante la sesión, la moción presentada por la ciudadanía para restablecer la comisión fue sometida a votación. El resultado fue de 2 votos a favor y 5 en contra, por lo que la propuesta no avanzó.
Votaron en contra: Ricardo López, Laura Fonseca, Adriana Solís, José Tino Campos y Sigrid Miller. Votaron a favor: Mario Arce y Marcela Quesada.

La inconformidad de los vecinos y organizaciones refleja que la situación no ha concluido: la defensa de la participación ciudadana en la planificación urbana de Escazú continúa, subrayando la relevancia de la vigilancia comunitaria en la toma de decisiones municipales y en la construcción de un desarrollo sostenible y participativo.

El origen del conflicto

En la sesión del 29 de julio (Acuerdo AC-314-2025), cinco regidores aprobaron revocar acuerdos previos que conformaban la Comisión Especial del Plan Regulador, trasladando sus funciones a una oficina técnica municipal. Esto, afirman las organizaciones, reduce la participación ciudadana a una sola audiencia pública al final del proceso, sin carácter vinculante.

CODECE y colectivos locales recuerdan que entre 2020 y 2022, bajo un esquema similar, se realizaron modificaciones parciales al plan regulador que ampliaron zonas comerciales sin un debate comunitario amplio, ignorando en su mayoría las observaciones vecinales.

Lo que sucedió el 12 de agosto

Durante la sesión, se presentó formalmente una moción para revocar parcialmente el acuerdo AC-314-2025 y reactivar el proceso de conformación de la Comisión Especial, respaldándose en la Ley de Planificación Urbana, el Reglamento interno vigente y acuerdos municipales anteriores que mantienen vigente la figura de la Comisión.
Esta moción subraya que:

  • No existe actualmente una “Oficina del Plan Regulador” en la estructura administrativa municipal.
  • La Comisión Especial es el mecanismo legal y democrático para garantizar participación desde todas las fases del proceso (diagnóstico, escenarios, formulación, aplicación).
  • Las audiencias públicas por sí solas no aseguran una participación efectiva.

Un sentir compartido

Personas vecinas, mostraron su decepción ante lo que consideran un Concejo “cerrado” y “desconectado de la ciudadanía”, advirtiendo que se recordará qué partidos “están de espaldas a la comunidad”.

Recuerdan también que la votación del 29 de julio tuvo un trasfondo político más que técnico, y que las justificaciones dadas por quienes apoyaron el cambio fueron insuficientes.

¿Qué dicen los documentos presentados al Concejo?

Durante la sesión del 12 de agosto, vecinos y organizaciones sociales entregaron al Concejo Municipal dos textos clave: una carta de preocupación y una moción formal para restituir la Comisión Especial del Plan Regulador.

En la carta, las organizaciones recuerdan que:

  • La Comisión Especial ya había sido convocada en octubre de 2024 para incluir representantes comunitarios elegidos en asambleas distritales.
  • En enero de 2025 se inició un proceso para revisar su reglamento, pero este quedó inconcluso.
  • El 29 de julio de 2025, el Concejo revocó la conformación de la Comisión y trasladó la responsabilidad a una supuesta “Oficina del Plan Regulador” que, en realidad, no existe dentro de la estructura municipal.
  • Este cambio reduce la participación a audiencias públicas no vinculantes, lo que contradice el derecho constitucional a una democracia participativa.

La moción presentada ese día solicita:

  1. Revocar parcialmente el acuerdo AC-314-2025 para restituir la Comisión Especial.
  2. Retomar el proceso de conformación con representantes de los distritos, regidores y personal técnico, conforme al reglamento vigente y acuerdos anteriores (218-03 de 2003 y AC-374-2024).
  3. Posponer cualquier reforma al reglamento hasta que la Comisión esté instalada, para que sea parte activa de su propia actualización.

El documento también expone que, según la Ley de Planificación Urbana, la Comisión es el órgano legalmente habilitado para participar en todas las fases de elaboración, modificación y aplicación del plan regulador, garantizando así transparencia y control ciudadano.

En resumen, los papeles entregados no solo cuestionan la legalidad y pertinencia del acuerdo de julio, sino que también proponen un camino concreto para restaurar la participación real y efectiva en la planificación territorial del cantón.

Una señal de institucionalidad distante

La decisión de postergar la reinstalación de la Comisión Especial del Plan Regulador —remitiendo la moción a la Comisión Jurídica en lugar de resolverla de inmediato— es interpretada por muchos como un reflejo de una institucionalidad que se aleja de la ciudadanía.

En la práctica, esta demora prolonga un estado en el que las comunidades permanecen sin un canal formal de incidencia directa en las decisiones sobre el territorio. Mientras tanto, el control y la definición de cambios al plan regulador recaen exclusivamente en instancias internas del gobierno local, sin representación electa por distrito.

Esta dinámica erosiona la confianza pública: las personas perciben que los mecanismos de participación, aunque reconocidos en la ley, se vuelven meramente decorativos cuando no se activan en los momentos cruciales. Además, envía un mensaje preocupante: que la planificación del territorio puede avanzar sin un diálogo continuo con quienes lo habitan y cuidan.

En un contexto donde la Constitución reconoce el gobierno como “popular, representativo y participativo” (artículo 9), cada aplazamiento sin justificación suficiente debilita el principio de corresponsabilidad entre ciudadanía e instituciones, y alimenta la sensación de que las decisiones responden más a lógicas internas o intereses particulares que al interés general.

Lo que sigue

La moción presentada el 12 de agosto fue enviada a la Comisión Jurídica del Concejo, que deberá emitir un criterio legal. Este dictamen regresará al plenario municipal el próximo martes, donde se decidirá si se restablece la Comisión Especial o se mantiene el modelo de oficina técnica.

Las organizaciones llaman a llenar el Concejo nuevamente en esa sesión, advirtiendo que solo con presión ciudadana se podrá revertir una decisión que, a su juicio, limita la transparencia y abre la puerta a intereses particulares sobre el bienestar colectivo.

Cobertura por parte de Mundo Escazú

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Escucha la voz desde Talamanca sobre los negocios verdes y los derechos indígenas – Emmanuel Buitrago

En esta entrevista exclusiva, Emmanuel Buitrago —educador, activista social y promotor de derechos indígenas— comparte desde la comunidad de Bribri una reflexión profunda sobre los programas REDD+ y otros mecanismos que negocian bosques y territorios indígenas en nombre de la conservación.

A lo largo de la conversación, Emmanuel alerta sobre la distancia entre el lenguaje técnico de estos programas y la realidad de las comunidades, y propone caminos para que las políticas ambientales partan de las propias agendas indígenas.

🔑 Cinco ideas clave de la entrevista:

  1. Lenguaje y contexto cultural: Los programas se comunican con siglas y tecnicismos que excluyen a las comunidades; es vital traducir y contextualizar en idiomas y marcos culturales propios.
  2. Negocios verdes vs. derechos: REDD+ y otros mecanismos muchas veces limitan usos tradicionales de los bosques, mientras permiten que grandes corporaciones sigan contaminando.
  3. Imposición estatal: El Estado mantiene un modelo vertical que impone políticas sin construirlas desde las realidades indígenas.
  4. Recursos no negociables: Tierra, espiritualidad, ecosistemas y soberanía alimentaria deben ser ejes centrales definidos por las comunidades, no por foros internacionales.
  5. Responsabilidad estatal: Salud, educación, trabajo y tierra son derechos que el Estado debe garantizar sin condicionar a la aprobación de proyectos ambientales.

🎧 Escucha la entrevista completa y conoce la perspectiva desde Talamanca sobre cómo se negocia el futuro de los territorios indígenas y qué cambios son urgentes para garantizar justicia ambiental y respeto cultural.

1 18 jun 2015 f

Personas vecinas de San Rafael de Heredia exigen la cancelación de la patente del Tajo Jucarza

El colectivo Conceverde, junto a vecinos y vecinas de Calle La Joaquina, en el distrito de Getsemaní, han elevado al Concejo Municipal de San Rafael de Heredia una solicitud formal y documentada para que se anule de manera definitiva la patente comercial e industrial que autoriza la explotación del Tajo Jucarza.

La comunidad denuncia que esta actividad extractiva, recientemente reactivada después de años de resistencia y acuerdos municipales previos que la habían frenado, contraviene de forma directa la normativa ambiental, las disposiciones de planificación urbana y la protección de las zonas de recarga hídrica establecidas por ley.

Para Conceverde y las familias del lugar, el regreso de la explotación del tajo no solo revive antiguas tensiones comunitarias y preocupaciones ambientales, sino que además representa un peligro inmediato y tangible para la salud pública, el bienestar cotidiano y la seguridad hídrica de toda la región.

El polvo en suspensión, el ruido constante de la maquinaria pesada, las vibraciones, y sobre todo el riesgo de contaminación del acuífero que abastece a amplias zonas del Valle Central, son factores que, según los denunciantes, hacen insostenible e ilegal la continuidad de esta cantera.

Nota enviada por Conveverde 08 de agosto del 2025 JFAC/CNV/010825

¿Qué es un tajo y por qué preocupa su impacto?

Un tajo es una cantera a cielo abierto utilizada para extraer piedra, grava, arena u otros materiales destinados principalmente a la construcción.
Su funcionamiento implica excavar grandes superficies de terreno, remover la cobertura vegetal, manipular explosivos y operar maquinaria pesada como excavadoras, cargadores, perforadoras y camiones de gran tonelaje.

Impactos típicos de un tajo:

  • Destrucción del paisaje y pérdida de cobertura vegetal, lo que provoca la desaparición de hábitats y la disminución de la biodiversidad.

  • Contaminación del aire por la emisión constante de polvo y partículas finas que afectan las vías respiratorias y generan molestias para las comunidades cercanas.

  • Ruido y vibraciones derivados de la maquinaria y posibles voladuras, afectando el descanso y la salud mental de los vecinos.

  • Alteración de suelos y aguas: la remoción de la capa protectora del suelo y el uso de combustibles y aceites incrementa el riesgo de contaminación de acuíferos y fuentes superficiales.

  • Modificación de la recarga hídrica: las excavaciones cambian la forma en que el agua de lluvia se infiltra en el suelo, reduciendo la capacidad de recarga de los acuíferos y aumentando la vulnerabilidad a sequías.

En áreas de alta recarga hídrica y vulnerabilidad hidrogeológica, como la que ocupa el Tajo Jucarza, estos impactos se potencian, comprometiendo la calidad y disponibilidad del agua para generaciones presentes y futuras.

Una actividad incompatible con la zona

  • El Tajo Jucarza se ubica dentro de la Zona Especial de Protección del Gran Área Metropolitana (Decreto Ejecutivo N.º 25902-MIVAH-MP-MINAE), de uso predominantemente agrícola, donde solo se permiten actividades industriales inofensivas o incómodas y siempre que no colinden con zonas residenciales.

  • La explotación de canteras está clasificada por el Ministerio de Salud como actividad de alto riesgo (Riesgo A), prohibida en este tipo de zonas, más aún al estar rodeada de viviendas.

  • Estudios técnicos del SENARA confirman que el área presenta alta recarga acuífera (más de 700 mm/año) y rocas de gran conductividad hidráulica, lo que aumenta el riesgo de contaminación directa del acuífero si se compromete la capa protectora del suelo.

Impactos sobre la comunidad y el ambiente

  • Salud y bienestar: polvo, ruido y vibraciones constantes afectan la vida diaria de los vecinos y su tranquilidad.

  • Riesgo de contaminación del agua: manipulación de combustibles, lubricantes y otros insumos que pueden filtrarse hacia el acuífero.

  • Daño a ecosistemas locales: pérdida de cobertura vegetal, desplazamiento de fauna y erosión acelerada.

  • Conflicto legal y administrativo: existen resoluciones municipales (2008 y 2009) que negaron el uso de suelo y declararon la actividad como no conforme, pero la explotación ha sido reactivada sin que, hasta donde se sabe, se haya otorgado un certificado de uso de suelo conforme, requisito indispensable por ley.

La solicitud de la comunidad

El colectivo Conceverde y los vecinos demandan al Concejo Municipal:

  1. Informar si se ha otorgado certificado de uso de suelo conforme para el Tajo Jucarza y, en caso afirmativo, anularlo por nulidad absoluta.
  2. Si no existe dicho certificado, iniciar el procedimiento administrativo para anular la patente comercial o industrial otorgada a la empresa operadora.
  3. Incluir a la comunidad como parte del proceso administrativo y notificar cada resolución.
  4. Cumplir y hacer cumplir las normativas de planificación urbana y protección ambiental que resguardan las zonas de recarga hídrica.

“La explotación del Tajo Jucarza no solo vulnera leyes y decretos, sino que amenaza el agua y la calidad de vida de quienes habitamos aquí. No hay justificación legal ni ambiental para su permanencia”, afirmaron representantes de Conceverde.

Esta solicitud ha sido remitida también a la Defensoría de los Habitantes, al SENARA, a la Comisión de Diputados de Heredia y a medios de prensa, con el objetivo de visibilizar y detener lo que consideran un riesgo inaceptable para la comunidad y el ambiente.

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CODECE y comunidades alzan la voz por la participación en el Plan Regulador de Escazú

El próximo martes 12 de agosto, vecinos, organizaciones y colectivos del cantón de Escazú, junto a la Asocición para la Conservación y Desarrollo Sostenible de los Cerros de Escazú (CODECE), se presentarán ante el Concejo Municipal para manifestar su rechazo a un reciente acuerdo que, según denuncian, debilita la participación ciudadana en la definición del Plan Regulador.

El pasado 29 de julio, en sesión ordinaria, el Concejo Municipal acordó desconvocar a la Comisión Especial del Plan Regulador y trasladar la responsabilidad del proceso a una oficina técnica municipal.
La medida genera preocupación porque, a diferencia de la Comisión, integrada por representantes comunitarios electos por distrito, miembros del Concejo y personal técnico municipal, la oficina técnica está conformada únicamente por funcionarios municipales, lo que reduce la representación y la voz de la ciudadanía en el proceso.

Precedentes que alertan

CODECE y otras organizaciones recuerdan que entre 2020 y 2022, bajo un esquema similar, se realizaron decenas de reformas parciales al plan regulador que ampliaron las zonas comerciales del cantón en detrimento de otros usos del suelo, sin un debate comunitario amplio.
En ese momento, denuncian, los planes se elaboraron “entre cuatro paredes” y la única instancia de participación fue una audiencia pública de carácter más informativo que deliberativo, donde las observaciones de la población fueron en su mayoría desestimadas.

Defensa de la incidencia ciudadana

Para las personas y organizaciones convocantes, la Comisión Especial del Plan Regulador es un mecanismo clave que permite conocer, dar seguimiento y aportar directamente a las propuestas desde las primeras etapas del proceso.
Eliminarla, advierten, significa limitar la transparencia y la capacidad de incidencia comunitaria, abriendo la puerta a decisiones que prioricen intereses particulares sobre el bienestar colectivo y el ordenamiento equilibrado del territorio.

La importancia de la participación comunitaria

La participación comunitaria en un Plan Regulador no es un trámite administrativo, sino una garantía democrática para que las decisiones sobre el territorio respondan al interés público y no únicamente a intereses privados o comerciales.

Una Comisión Especial con representación comunitaria ofrece un espacio de seguimiento permanente, donde vecinos y vecinas pueden:

  1. Conocer de primera mano las propuestas y cambios que se plantean.
  2. Aportar desde la experiencia y conocimiento del territorio, que muchas veces complementa la visión técnica.
  3. Fiscalizar que el proceso cumpla con la normativa y con principios de sostenibilidad ambiental y equidad social.

Sin estos espacios, el riesgo es que la planificación territorial se realice a puertas cerradas, reduciendo la transparencia y debilitando el control ciudadano.

Además, para que la participación sea real y no simbólica, es necesario que:

  1. La información se presente en un lenguaje claro, con mapas, datos y explicaciones comprensibles para toda la comunidad.
  2. El proceso sea accesible, con reuniones en horarios y lugares adecuados, y con mecanismos para que las personas puedan opinar aunque no asistan presencialmente.
  3. Los plazos sean razonables, permitiendo que las comunidades analicen las propuestas, discutan internamente y formulen observaciones fundamentadas.

Cuando estos elementos no se cumplen —por ejemplo, si se entregan documentos técnicos poco antes de una audiencia o si las observaciones se reciben pero no se consideran— la participación se convierte en un simple requisito formal, sin capacidad de incidir en las decisiones finales.

Por eso, CODECE y las organizaciones convocantes defienden que la Comisión Especial del Plan Regulador continúe siendo el espacio legítimo donde la ciudadanía pueda incidir de forma directa, informada y efectiva en el futuro del cantón.

¿Qué es un Plan Regulador en Costa Rica?

En el país, el Plan Regulador es el instrumento técnico y legal que ordena el uso del suelo en un cantón. Define qué áreas se destinan a vivienda, comercio, industria, protección ambiental, zonas agrícolas, recreativas, entre otras, así como las regulaciones que determinan la altura de edificaciones, densidad habitacional, retiros, y otros aspectos del desarrollo urbano y rural.

Su aprobación y actualización tienen un impacto directo en la vida cotidiana: desde el acceso a áreas verdes y la preservación de ecosistemas, hasta la movilidad, la infraestructura y las oportunidades económicas. Por eso, su elaboración y reforma son procesos de alto interés público.

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La voz del río: comunidades de Guatuso alertan sobre las nuevas amenazas al Río Frío

El pasado 3 de agosto, vecinas y vecinos de diversas comunidades de Guatuso se reunieron en Maquengal para manifestar su profunda preocupación por el avance de nuevas concesiones mineras sobre el cauce del Río Frío. El conversatorio, convocado por el Comité de Defensa de la Cuenca del Río Frío, fue un espacio de encuentro y denuncia ante una situación que amenaza de forma directa la vida comunitaria y los ecosistemas locales.

Un río bajo asedio

El encuentro se realizó en un contexto alarmante: recientemente fue otorgada una nueva concesión privada para la extracción de material del cauce, con vigencia por 10 años prorrogables hasta 30. Esta se suma a más de 17 concesiones —algunas activas y otras caducas— que afectan la cuenca.

El caso más reciente ha generado indignación particular: la apertura de una zona de extracción a escasos 300 metros de la Escuela Palmital, en un camino comunitario que nunca fue atendido por la Municipalidad. Ese camino servía como acceso al río, un espacio que la comunidad utilizaba para recreación, descanso y conexión con la naturaleza. Hoy, ese mismo camino es recorrido por maquinaria pesada que extrae material para beneficio privado, sin que la comunidad reciba ningún aporte a cambio.

Las personas participantes denunciaron que no fueron informadas ni consultadas por las instituciones competentes, a pesar de que existen normas que garantizan el derecho a la información y la participación ciudadana en decisiones que afectan directamente los territorios. “Nos enteramos cuando ya era un hecho”, lamentó una vecina. El malestar es generalizado: no hubo proceso participativo, no existe control comunitario sobre el uso del río y el pago que realiza la empresa concesionaria al Estado es simbólico frente a los daños ocasionados.

El río no se agota solo: impactos acumulativos y desigualdad

Vecinas y vecinos relataron con preocupación los cambios que han vivido en las últimas décadas: inundaciones más frecuentes, pérdida de cultivos como el cacao, modificación del curso natural del río, reducción del caudal y afectaciones a caminos y puentes. Para la comunidad, estos efectos están ligados a la combinación de actividad extractiva, deforestación, y un modelo de desarrollo sin planificación territorial.

“Antes nos decían que el agua era inagotable. Hoy sabemos que no es cierto”, comentó un vecino con años de experiencia en gestión de recursos hídricos.

El daño no es solo ecológico. También es social, económico y cultural. Las formas tradicionales de vida en torno al río se han visto alteradas, mientras los caminos se deterioran sin recibir mantenimiento, a pesar de que toneladas de material salen del territorio cada año.

Se pierde el río, se cierran oportunidades: afectaciones al uso recreativo y al turismo rural comunitario

El Río Frío no solo es fuente de agua y vida para las comunidades de Guatuso: también ha sido, por generaciones, un espacio de encuentro, recreación y posibilidad. Sus márgenes y aguas tranquilas permitían que familias se bañaran, descansaran bajo la sombra o compartieran en comunidad los fines de semana. “Ahí íbamos a refrescarnos, a pasar un rato bonito. Ahora ya no se puede ni bajar, está tomado por las máquinas”, relató una persona vecina durante el conversatorio.

Uno de los caminos comunitarios que daba acceso al río fue recientemente intervenido por la empresa concesionaria. Lo que antes era una ruta hacia el río hoy es un acceso exclusivo para maquinaria pesada. La presencia constante de camiones y equipo de extracción no solo representa un riesgo para la seguridad, sino que ha generado un ambiente hostil, con ruido, barro y deterioro paisajístico que aleja cualquier posibilidad de uso recreativo.

Este deterioro también impacta directamente los proyectos de turismo rural comunitario, una alternativa económica que varias familias de la zona habían comenzado a desarrollar o tenían en perspectiva. El entorno natural del río —su belleza escénica, la posibilidad de caminar entre senderos, descansar en sus orillas o conocer su biodiversidad— era un atractivo claro para visitantes nacionales y extranjeros. Sin embargo, con el avance de la extracción, estas posibilidades se desvanecen.

“¿Quién va a querer visitar un lugar donde lo que se oye es maquinaria y lo que se ve es un río herido?”, comentó un vecino.

Lo que se pierde no es solo un paisaje. Se pierden ingresos familiares, empleos potenciales, proyectos de vida y un modelo de desarrollo alternativo que apuesta por la sostenibilidad, el arraigo y el respeto al territorio.

Así, la extracción no solo deja un cauce devastado: también arrasa con los sueños de quienes imaginaban un futuro distinto para su comunidad.

¿Qué daños causa la extracción de materiales al río?

La comunidad identificó una serie de impactos graves derivados de la actividad minera en cauces:

  • Alteración del cauce natural: la extracción cambia el curso del río, provocando desbordamientos en zonas no previstas.
  • Aumento de la erosión: la remoción constante del lecho del río debilita sus márgenes, favoreciendo derrumbes y pérdida de suelo.
  • Pérdida de biodiversidad: peces, insectos acuáticos y otros organismos ven afectado su hábitat por el aumento del sedimento y el ruido.
  • Afectación de nacientes y humedales: la sobreexplotación altera el equilibrio hídrico, secando zonas que antes mantenían humedad constante.
  • Contaminación acústica, barro en época lluviosa y polvo en época seca: el uso de maquinaria pesada genera ruidos continuos y en época seca las partículas en el aire que afectan la salud de las personas.
  • Interrupción de caminos y acceso a fincas: la presencia de tajos y maquinaria ha bloqueado rutas usadas por la comunidad, afectando la producción y la

Además, potencialmente la falta de control y fiscalización permite que las extracciones se realicen sin estudios actualizados de impacto ambiental y sin que se respeten los límites o volúmenes autorizados.

¿Qué hacer ante esta situación?

La comunidad acordó continuar fortaleciendo la organización local, articularse con otros territorios afectados y buscar apoyo legal desde el marco del derecho ambiental y el principio de participación ciudadana.

También se planteó la urgencia de abordar problemáticas asociadas, como la deforestación, la expansión desregulada de proyectos privados y la falta de planificación desde los gobiernos locales. En este esfuerzo, se reconoció el acompañamiento brindado por la Universidad de Costa Rica y el Observatorio de Bienes Comunes en procesos de documentación, mapeo participativo y denuncia ambiental.

“Tenemos que actuar ya. No podemos quedarnos en palabras. El río se está muriendo, y con él nuestra forma de vivir”, concluyó una de las participantes.

Para seguir informados

Las comunidades hacen un llamado urgente a defender el Río Frío como bien común. Se han abierto canales de comunicación, se prepara la documentación legal

necesaria y se construyen alianzas para acciones comunitarias, mediáticas y jurídicas.

El río no se vende. Se defiende.

El puente también sufre: alerta por posibles daños en La Amapola

Durante el conversatorio, las personas vecinas expresaron una creciente preocupación por el deterioro del puente de La Amapola, Terminio (construido en el año 2022, CNE, Municipalidad de Guatuso, con un costo de 388 millones de colones), infraestructura clave para la conectividad de la zona. De acuerdo con los testimonios, recientemente se habrían solicitado permisos para que maquinaria vinculada a las concesiones de minería no metálica transitara por debajo del puente, lo cual ha generado sospechas sobre su estado actual.

Vecinas y vecinos advierten que este tipo de tránsito —pesado, constante y no supervisado adecuadamente— podría haber afectado la base estructural del puente, lo que representa un riesgo directo para la seguridad de las personas que lo utilizan diariamente. Las condiciones actuales del puente fueron documentadas mediante fotografías compartidas por la comunidad, en las que ya se observan posibles signos de daño.

“Este puente fue clave para que no quedáramos aislados durante las últimas emergencias. No podemos permitir que lo debiliten con maquinaria que ni siquiera está al servicio de la comunidad”, señaló una participante.

Además de la preocupación estructural, se suma la indignación por la forma en que se gestionan estos permisos, en muchos casos sin consulta previa a la comunidad y sin un monitoreo técnico visible por parte de las autoridades competentes. El paso de maquinaria bajo el puente, con fines extractivos, contrasta con la falta de inversión pública para mejorar caminos, accesos y puentes al servicio del pueblo.

El caso del puente de La Amapola se convierte así en otro símbolo del desequilibrio entre las prioridades del modelo extractivo y las necesidades reales de la población local. Lo que debería protegerse como infraestructura comunitaria, termina expuesto al riesgo por decisiones que se toman lejos de la gente.

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Celebrar la biodiversidad: cuando proteger es también disfrutar – Piedades Sur de San Ramón

🌿🐾 El pasado domingo 6 de julio, la comunidad de Piedades Sur de San Ramón vivió una jornada llena de alegría, aprendizaje y compromiso con la naturaleza durante el Primer Festival de Felinos. Este evento fue impulsado por el colectivo Felinos en Libertad, con el valioso apoyo de la Municipalidad de San Ramón, la Universidad de Costa Rica y diversos emprendimientos locales.

Durante esta jornada festiva se realizaron talleres de reciclaje, un recorrido guiado por la reserva natural del CTP de Piedades Sur, presentaciones culturales, actividades lúdicas organizadas por los Scouts y mucho más. Cada propuesta fue una invitación a reconocer la vida que habita el territorio, especialmente a los felinos silvestres, cuya presencia nos recuerda la urgencia de proteger los ecosistemas locales.

Las entrevistas presentadas en este video recogen voces de quienes hicieron posible esta experiencia: personas comprometidas con la educación socioambiental, la conservación, el arte y la participación comunitaria. Son testimonios que muestran cómo la alegría, el juego y el vínculo colectivo pueden ser potentes herramientas para sembrar conciencia y fortalecer el amor por nuestro entorno.

🎥 Escuchá a quienes están transformando su territorio desde el cuidado, el conocimiento y la celebración compartida.

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Tierra removida, árboles talados y amenazas veladas: alertas desde el Caribe Sur

El pasado 25 de julio de 2025, Philippe Vangoidsenhoven —vecino y defensor ambiental de Puerto Viejo— se dirigía hacia Hone Creek cuando observó una escena que, lamentablemente, se ha vuelto cada vez más común en el Caribe Sur. A la altura de la ferretería San Francisco, en Playa Negra, había gran presencia de maquinaria pesada: una retroexcavadora que salía hacia la calle, un furgón con tarima y dos vagonetas que, cargadas de tierra, dejaban caer material sobre la vía pública. Esta tierra caída no parecía un simple descuido, sino que evidenciaba el movimiento masivo de material, lo que hacía presumir que se realizaban trabajos de relleno de terreno como parte de una intervención de mayor envergadura en curso.

Al observar con mayor detalle, Philippe constató un patrón preocupante: primero se retira la tierra negra del terreno, luego se rellena con material presuntamente extraído ilegalmente de una loma y, finalmente, se cubre todo con lastre. Este proceso altera de forma acelerada el paisaje natural, afectando el suelo fértil y facilitando transformaciones que suelen preludiar desarrollos turísticos o urbanísticos sin control ambiental. Y aquí el punto clave no es solo si existen o no permisos: lo alarmante son las implicaciones de fondo que este tipo de acciones tiene sobre el paisaje, los ecosistemas y la vida comunitaria que depende de ellos.

Cuando Philippe decidió documentar la tierra esparcida en la vía, un conductor de vagoneta se le acercó de forma intimidante, preguntando una y otra vez: “¿Cuál es el problema? ¿Cuál es el problema?”. Ese momento refleja el riesgo cotidiano que enfrentan quienes, como Philippe, ejercen su derecho a defender el ambiente: hostigamientos, intentos de amedrentamiento y la sensación constante de vulnerabilidad.

Al día siguiente, Philippe regresó al sitio. El terreno ya estaba rellenado y, además, encontró otro punto donde varios árboles habían sido talados, presuntamente sin permisos, para abrir espacio a nuevas construcciones.

¿Por qué nos debe importar la tendencia urbanística en el Caribe Sur?

Porque no se trata de un hecho aislado ni de un simple movimiento de tierra. Cada intervención de este tipo altera el equilibrio ecolológico de la región, afecta la biodiversidad y degrada bienes comunes esenciales como el suelo fértil y el agua limpia. Al repetirse sin control, se va normalizando la idea de que es posible transformar terrenos y paisajes sin procesos transparentes ni evaluaciones ambientales rigurosas, debilitando la protección de áreas frágiles y ecosistemas sensibles: humedales, manglares, cauces de quebradas y la propia Zona Marítimo Terrestre, patrimonio colectivo de todas las personas.

Ignorar esta tendencia abre la puerta a un modelo de desarrollo que privilegia la ganancia privada por encima del bienestar de las comunidades y de los ecosistemas que las sostienen. Al mismo tiempo, deja desprotegidas a las personas que, como Philippe, se atreven a documentar y denunciar estas prácticas, exponiéndose a riesgos personales por defender el territorio.

Un modelo que transforma el paisaje para urbanizar

El procedimiento observado por Philippe no es nuevo: forma parte de un modelo extendido en varias comunidades costeras. Se trata de preparar terrenos de forma intensiva para urbanización, incluso cuando no se cuenta con permisos claros.
El patrón suele ser así:

Retiro de capa fértil: se extrae la tierra negra rica en nutrientes, a menudo para venderla en otros lugares.

Relleno con material externo: se traen camiones con tierra proveniente de lomas, muchas veces extraída sin autorización.

Cobertura con lastre: se coloca una capa final para estabilizar el terreno y darle apariencia de “lote listo” para construcción.

Con este método, un terreno húmedo o agrícola se transforma rápidamente en un lote urbano, pero a costa de destruir ecosistemas, alterar el drenaje natural y aumentar riesgos de inundación.

El patrón de peligro para quienes defienden el ambiente

Documentar estos procesos no es solo un acto de ciudadanía responsable; también puede convertirse en una actividad de alto riesgo. Las personas defensoras ambientales, como Philippe, enfrentan patrones de hostigamiento y amenazas cuando exponen prácticas ilegales o irregulares.
Estos riesgos incluyen:

  • Acoso verbal o físico al ser sorprendidas tomando fotos o registrando evidencia.

  • Intimidación indirecta, como seguirlas, bloquearles el paso o interpelarlas agresivamente.

  • Falta de respuesta efectiva de las autoridades, lo que deja a estas personas en situación de indefensión.

Defender el ambiente no debería ser peligroso. Sin embargo, en lugares como el Caribe Sur, quienes alzan la voz se convierten en la primera línea de resistencia ante actividades que transforman los paisajes sin respeto por la ley ni por la vida que sostienen.

¿Qué podemos hacer?

  • Mantenernos informados sobre los cambios en nuestro entorno.

  • Denunciar ante las autoridades competentes (como el 911, MINAE o al SINAC) cuando observamos prácticas que podrían ser ilegales.

  • Respaldar a las personas defensoras ambientales, reconociendo su aporte y exigiendo garantías para su seguridad.

  • Valorar y fortalecer los registros y monitoreos comunitarios, que permiten evidenciar los cambios en el paisaje a lo largo del tiempo. Fotografías, videos y bitácoras son piezas clave para exigir responsabilidades y visibilizar procesos que, de otra forma, quedarían ocultos.

El registro de Philippe no es solo un testimonio; es un llamado urgente a mirar con atención cómo, bajo la apariencia de “mejoras” o “rellenos”, se están transformando paisajes que sostienen la vida y la cultura del Caribe Sur. La vigilancia ciudadana y el seguimiento constante son herramientas esenciales para proteger estos territorios que nos pertenecen a todos y todas.

Registro fotográfico

Nota: Las fotografías y videos incluidos en esta publicación son de carácter ilustrativo y tienen como único propósito reflejar la gravedad de la situación descrita. No deben interpretarse como evidencia directa contra personas específicas ni como señalamiento individual.