El informe Raíces de resistencia de Global Witness (2025) alerta que en 2024 fueron asesinadas o desaparecidas 146 personas defensoras del ambiente y el territorio en todo el mundo. Aunque esta cifra es menor que la del año anterior (196 casos), no refleja una mejora real. Las variaciones responden más bien a problemas de registro y a la falta de denuncias en contextos de represión, lo cual mantiene la violencia como un fenómeno estructural y persistente (Global Witness, 2025).
Desde 2012, se han documentado 2.253 asesinatos o desapariciones prolongadas. Además de los ataques letales, se reportan esquemas sistemáticos de hostigamiento: amenazas, criminalización, difamación, violencia sexual y acoso digital, que afectan tanto la vida comunitaria como la salud mental de las personas defensoras (Global Witness, 2025).
América Latina y el Caribe: epicentro de la violencia
La región continúa siendo la más peligrosa del mundo para quienes defienden los bienes comunes: el 82 % de los casos documentados en 2024 ocurrieron en América Latina (Global Witness, 2025). Cuatro países concentran la mayor parte de los asesinatos:
Colombia: 48 asesinatos, equivalente a un tercio del total mundial. Muchas víctimas eran indígenas y campesinos en zonas de disputa territorial con presencia de crimen organizado y economías ilegales (Global Witness, 2025).

Guatemala: 20 asesinatos, lo que representa un aumento alarmante respecto a 2023 y convierte al país en el más letal per cápita en 2024. La violencia se vinculó a conflictos agrarios, crimen organizado y falta de garantías estatales (Global Witness, 2025).
México: 19 casos, en un contexto marcado por la criminalización y la violencia contra comunidades indígenas y rurales. En Chiapas, la disputa entre grupos armados y el control de recursos naturales agudizó los ataques (Global Witness, 2025).
Brasil: 12 asesinatos, en su mayoría campesinos e indígenas, en un contexto de expansión del agronegocio, tala ilegal y amenazas contra comunidades quilombolas y amazónicas (Global Witness, 2025).
Otros países de la región como Honduras, Nicaragua y Perú también registraron casos significativos, confirmando que la violencia responde a una combinación de intereses extractivos, crimen organizado y debilidad institucional.
Esquemas de violencia y represión
El informe identifica esquemas comunes que explican la magnitud de los riesgos:
- Ataques letales y desapariciones forzadas: los asesinatos y desapariciones buscan eliminar liderazgos y sembrar miedo en las comunidades.
- Criminalización y uso instrumental de la ley: acusaciones falsas de terrorismo, usurpación de tierras y procesos judiciales arbitrarios se emplean para frenar la organización social.
- Represión estatal y violencia paramilitar: fuerzas policiales, militares y grupos armados han estado implicados en al menos 17 asesinatos en 2024, reflejando colusión entre Estado, empresas y crimen organizado.
- Impunidad estructural: en países como Colombia, solo un 5,2 % de los asesinatos de líderes sociales desde 2002 han tenido resolución judicial.
- Agresiones a comunidades enteras: asesinatos colectivos, desalojos forzosos y violencia contra movimientos sociales buscan desarticular procesos organizativos, como el caso de los seis integrantes del CCDA asesinados en Guatemala en 2024.
- Extractivismo y economías ilegales: la minería, la tala y la agroindustria son los sectores más asociados a ataques, muchas veces en territorios donde también operan redes del narcotráfico.
- Debilidad e incumplimiento de tratados internacionales: pese a la adopción del Acuerdo de Escazú en 2018, casi 1.000 personas defensoras han sido asesinadas o desaparecidas en la región desde su entrada en vigor (Global Witness, 2025).
Costa Rica: entre la vanguardia ambiental y la regresión silenciosa
Costa Rica continúa proyectándose ante el mundo como “país verde” y ejemplo de vanguardia ambiental, un referente global de sostenibilidad y diplomacia ecológica. Sin embargo, esa misma narrativa convive con procesos de regresión ambiental, debilitamiento institucional y ausencia de protección efectiva para quienes defienden los bienes comunes.
Paradójicamente, el país fue uno de los principales impulsores del Acuerdo de Escazú y lo firmó en 2018, pero nunca lo ratificó, dejando en entredicho su compromiso con los derechos de acceso a la información, la participación y la justicia ambiental. Así, mientras presume liderazgo internacional, mantiene en la práctica vacíos legales y políticos que favorecen la impunidad en conflictos socioambientales.
La sofisticación del modelo costarricense también se expresa en el uso de demandas estratégicas contra la participación pública (SLAPP, por sus siglas en inglés). En lugar de balas o desapariciones, se emplean tribunales y bufetes de abogados para silenciar a quienes alzan la voz. Un caso emblemático fueron las denuncias interpuestas contra creadores de contenido que cuestionaron un proyecto turístico de alto impacto, evidenciando cómo se instrumentaliza el aparato judicial para intimidar y agotar económicamente a comunicadores y defensores.
Este tipo de estrategias confirma que Costa Rica, fiel a su estilo, también innova en las formas de represión: menos visibles que en otros países de la región, pero igual de eficaces para desalentar la crítica. El país se mantiene, así, a la vanguardia de la política ambiental internacional… aunque sea como un escaparate brillante que contrasta con la realidad que viven sus comunidades.
Defensores y crisis climática: indicadores de un colapso en marcha
El índice de asesinatos y desapariciones de personas defensoras no solo refleja una crisis de derechos humanos, sino que también se ha convertido en un indicador directo del cambio climático. Allí donde la industria extractiva avanza, las comunidades que resisten son las primeras en caer bajo la violencia. Las últimas fronteras de la naturaleza —los ríos, los bosques tropicales, los humedales, la Amazonía, las montañas indígenas— son defendidas cotidianamente por liderazgos locales que enfrentan la maquinaria global del extractivismo (Global Witness, 2025).
La presión por minerales, madera, agroexportación y megaproyectos de infraestructura está ampliando la frontera extractiva hacia territorios cada vez más frágiles y vitales para el equilibrio climático. La Amazonía, el corredor mesoamericano y las zonas costeras del Caribe y el Pacífico son ahora epicentros de disputa. Esta expansión no solo agudiza la crisis socioambiental, sino que profundiza la vulnerabilidad de quienes se interponen en el camino.
Los asesinatos de personas defensoras, lejos de ser hechos aislados, son la manifestación extrema de un modelo económico que erosiona simultáneamente los derechos humanos y los equilibrios ecológicos. La sangre derramada en estas luchas es también la huella tangible de una crisis climática acelerada por la codicia extractiva.
Reconocer esta relación es crucial: proteger a quienes defienden los territorios es también una de las medidas más efectivas de mitigación y adaptación climática. Allí donde las comunidades logran frenar la deforestación, preservar los ríos o resistir megaproyectos, no solo protegen su supervivencia, sino también la estabilidad climática global.

Leer el informe completo aquí
El informe Raíces de resistencia (Global Witness, 2025) no es solo un recuento de cifras: es un testimonio doloroso y necesario sobre las luchas, riesgos y resistencias de quienes defienden la tierra y el ambiente en todo el mundo. Sus páginas revelan con detalle cómo los intereses económicos, el crimen organizado y la falta de voluntad política siguen cobrando vidas, desmantelando comunidades y poniendo en riesgo nuestro futuro común.
Leer este documento es también un acto de reconocimiento y solidaridad. Reconocimiento hacia quienes han dado su vida por defender bienes comunes que sostienen la vida de todas y todos; y solidaridad con las comunidades que siguen resistiendo en medio de amenazas, criminalización y violencia.
Invitamos a conocer y difundir el informe completo, disponible en el sitio oficial de Global Witness, como un aporte indispensable para comprender la magnitud de esta crisis y la urgencia de construir mecanismos reales de protección. Porque sin personas defensoras, no hay futuro posible para la biodiversidad, los territorios y el planeta.