Este texto es un aporte del Grupo Defensa de la Cuenca Río Frío – Caño Negro para invitar a la reflexión sobre la distancia que existe entre las buenas intenciones y las palabras frente a las acciones en territorios donde el extractivismo avanza y se intenta ocultar los daños que se producen.
El sábado 6 de diciembre, Guatuso se llenó de luces, música y celebración durante el Festival de la Luz. Entre las carrozas que recorrieron el centro del cantón, una llamó especialmente la atención: la de la ASADA de San Rafael, que llevaba el mensaje “El agua nace en la naturaleza, cuidemos sus raíces”.
Un lema necesario, inspirador y absolutamente cierto. Pero también un llamado que, en el contexto actual del Río Frío, exige algo más que aplausos y fotografías: exige coherencia.
Mientras las carrozas desfilaban, el Río Frío —uno de los afluentes vitales para la región— continúa enfrentando un proceso acelerado de deterioro. La pérdida de piedras en su cauce, la erosión, la desaparición de pozas y los impactos de la extracción de materiales muestran un panorama que contrasta con la imagen festiva. Aparte de la erosión, gran parte del río donde antes se podía acceder fácilmente por pequeñas rampas hoy presenta paredes de entre 7 y 8 metros. Esto preocupa profundamente a los vecinos que protegen el río, sobre todo porque la extracción actual se realiza a apenas un kilómetro del Parque Nacional.
La comunidad se pregunta con indignación: ¿dónde está la gran estima al Río Frío que el cantón celebra en su himno, en festividades y en nombres de salones, restaurantes y comercios? La ASADA cuenta con un salón de reuniones llamado Río Frío y un letrero frente al Banco Nacional que lo identifica, mientras restaurantes y comercios llevan su nombre como orgullo del pueblo. Sin embargo, frente a la realidad del cauce, estos símbolos parecen decorativos: un enorme muro intenta contener la furia del río cuando crece, mientras los daños se acumulan silenciosamente. Además, el río forma parte de un corredor biológico, la ruta de los Maleku, lo que suma valor ecológico a esta historia de degradación.
La mirada comunitaria es clara y profunda: el Río Frío, que alimentó familias, fue ruta de transporte y espacio de recreación, está siendo matado por la mano del hombre, la avaricia y la falta de conciencia ambiental. Durante casi 40 años, tanto la cuenca alta como la baja han sufrido extracción, dragado, pérdida de lagunas y humedales para dar paso a pastizales y cultivos de tubérculos. A pesar de ello, los grandes empresarios turísticos en las partes bajas aún explotan el río para turismo de lanchas, ignorando que su caudal está compuesto por nueve afluentes —Frío, Quéquer, Cote, Venado, Muerto, Samen, Treminio, Celeste, Quebradón, Pejibaye, Cucaracha y Venado— y que la sedimentación ha reducido drásticamente su flujo.
Los vecinos, con la ayuda de Kioscos Socioambientales de la UCR y redes sociales, saben que el río está en estado crítico, como si tuviera “metástasis” o se encontrara en etapa terminal. Ni todo el dinero del mundo, ni las instituciones que se presentan como protectoras del ambiente, pueden devolverlo a su estado original según la evidencia que arroja la Contraloría Ambiental. El daño al pueblo de Maquengal y sus alrededores es irreparable, y la tristeza y desaliento de ver cómo se pierde un río que los vio nacer es profundo y compartido.
¿Por qué tanto lema hacia el río, pero tan poca acción real para defenderlo?
El monitoreo comunitario confirma que el Río Frío está perdiendo su capacidad natural de autorregularse y su equilibrio ecológico. En los tramos intervenidos, la remoción de piedras ha provocado cambios profundos: el cauce se vuelve más angosto y, aunque transporta menos agua, las riberas se han hecho mucho más profundas, formando paredones de hasta 8 metros donde antes había rampas naturales. Este estrechamiento, sumado a la pérdida de estructura en el fondo del río, ha generado corrientes más fuertes y peligrosas, aumentando el riesgo de desbordes y representando una amenaza directa para Guatuso centro, especialmente en época lluviosa.
Allí donde la comunidad ha resistido la venta de terrenos o la entrada de maquinaria, el río se mantiene vivo; donde no, el daño es evidente. Muchos habitantes expresan una mezcla de desesperanza y falsa tranquilidad, como si el río fuera indestructible. Pero el deterioro observado demuestra lo contrario: el Río Frío sí puede desaparecer tal como lo conocimos.
El mensaje de la carroza —aunque valioso— debe convertirse en un punto de partida, no en un cierre decorativo. Guatuso necesita que sus instituciones, organizaciones y ASADAS asuman un rol activo y coherente en la defensa del Río Frío, promoviendo transparencia, vigilancia y una gestión responsable del agua como bien común. En un tiempo donde los lemas se iluminan en las calles, el desafío es lograr que también iluminen las decisiones.
Lo que el Festival no mostró, el río sí
La distancia entre los mensajes festivos y la realidad que vive el Río Frío nos recuerda por qué el monitoreo comunitario es tan necesario. Mientras los lemas invitan a cuidar el agua, el cauce muestra otra historia: desgaste, silencios institucionales y procesos extractivos que avanzan más rápido que la protección.
Hallazgos principales del monitoreo comunitario:
- Desaparición progresiva de piedras en el cauce: las piedras grandes, medianas y pequeñas han disminuido significativamente en las partes bajas, mientras que en las zonas altas —donde la comunidad no ha permitido maquinaria ni venta de terrenos— aún se conservan.
- Alteración profunda del cauce y debilitamiento del río: el cauce se ha desplazado hasta 80 metros y el fondo se ha llenado de material suelto, impidiendo la formación de pozas y remolinos.
- Erosión acelerada y pérdida de estabilidad en las orillas: paredes de hasta 8 metros, suelos expuestos y vegetación ribereña en decadencia, afectando la seguridad de la comunidad.
- Desaparición de pozas tradicionales y afectación a la vida silvestre: pozas como la Poza del Remolino han desaparecido o cambiado de lugar; la fauna acuática se desplaza hacia las partes altas, señal de un desequilibrio creciente.
- Pérdida del espacio público y del paisaje comunitario: limita recreación, turismo local y convivencia.
- Incongruencias con los informes técnicos: el Estudio de Impacto Ambiental de Maquengal minimiza los impactos, mientras la observación comunitaria evidencia daños acumulativos y sostenidos.
- Fortaleza de la memoria y la observación comunitaria: la comunidad conserva la memoria de un río fuerte, sonoro y lleno de vida; su conocimiento es indispensable para la gestión de los bienes comunes.
- Una historia de abandono y explotación sostenida: los vecinos recuerdan que durante casi 40 años, la cuenca alta y baja ha sufrido extracción, dragado, pérdida de lagunas y humedales para pastizales y cultivos de tubérculos. La institucionalidad, los concesionarios turísticos y la propia comunidad han visto cómo se degrada un río que alimentó familias, sirvió de transporte y fue espacio de recreación. Hoy, muchos temen que el Río Frío se encuentre en etapa terminal, víctima de la avaricia y la falta de conciencia ambiental.
Esta historia es larga, triste y educativa: un río que durante décadas alimentó familias, sirvió de ruta y espacio de encuentro, hoy nos recuerda que los lemas no bastan. Para el Río Frío, la coherencia, la vigilancia y la acción real son urgentes.
Grupo Defensa de la Cuenca Río Frío – Caño Negro
Diciembre, 2025











