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Cuidando el río Frío: resultados del monitoreo comunitario en Maquengal – Sentires y Saberes

El programa Sentires y Saberes, del Observatorio de Bienes Comunes, el Programa Kioscos Socioambientales y el CIEP–UCR, volvió a la comunidad de Maquengal, en Guatuso, para recorrer el río Frío y escuchar a quienes más lo conocen: sus vecinas y vecinos. Durante casi ocho horas de caminata, compartieron recuerdos, preocupaciones y esperanzas frente al deterioro acelerado del cauce.

Lo que más preocupa a la comunidad

Yadira Campos, Minor Atencio y Emigdio Barrantes «Millo»  narraron su tristeza e indignación ante los daños que el río Frío sufre cada día: la disminución del caudal, el desvío del cauce, la erosión de las riberas y la desaparición de antiguos pasos y zonas recreativas.

También señalaron la falta de respuesta institucional, marcada por la indiferencia de la Setena y la municipalidad, así como la ausencia de visitas técnicas, pese a las reiteradas denuncias. Recordaron que una carta enviada al Presidente fue remitida al Ministro de Ambiente sin obtener respuesta, y que en otra ocasión, solo gracias a la insistencia, la fiscalía aceptó recibir una denuncia.

Para la comunidad, estos daños no solo afectan la biodiversidad, sino también la vida cotidiana, la seguridad de las viviendas y la posibilidad de disfrutar de actividades recreativas o turísticas.

Síntesis del monitoreo comunitario

El recorrido cubrió desde la antigua concesión en la finca de Fernando Murillo hasta Maquengal, alrededor de unos 7 kilómetros. Algunos de los hallazgos más críticos incluyen:

  • -Extracción intensiva de material y dragados que desvían el cauce.

  • -Pérdida de vegetación ribereña, que agrava la erosión.

  • -Profundización del lecho y disminución del caudal, con muerte de hábitats acuáticos.

  • -Afectaciones a propiedades vecinas, actividades agropecuarias y pérdida de tierra.

  • -Destrucción del acceso comunitario al río, antes usado como espacio recreativo.

La comunidad insistió en la urgencia de que las instituciones realicen inspecciones presenciales, consulten a quienes habitan la zona y detengan nuevas concesiones cerca del Parque Nacional Tenorio.

Escuchar para acompañar

El diálogo con las vecinas y vecinos de Maquengal no solo documenta los impactos del extractivismo, sino que también muestra la resistencia y organización de una comunidad que defiende su río como un bien común.

🎧 Acompañá estas voces y escuchá el audio completo: desde Guatuso, siguen cuidando la vida del río Frío.

Galería
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Ríos y montañas en riesgo: la huella de la extracción de materiales pétreos

La extracción de materiales pétreos —arena, grava, caliza, basalto, arcillas, entre otros— es una de las actividades extractivas más extendidas en el planeta. Estos insumos son la base de la industria de la construcción y de múltiples procesos industriales: desde el cemento y el concreto hasta la fabricación de vidrio, cerámica e incluso componentes tecnológicos.

Aunque forman parte de nuestra vida cotidiana, la magnitud de su extracción suele pasar desapercibida. A nivel global, la demanda de materiales pétreos crece sin pausa, impulsada por la urbanización y las infraestructuras que sostienen el modelo de desarrollo actual. La arena, por ejemplo, es el recurso más utilizado del mundo después del agua.

La expansión de una actividad silenciosa

El crecimiento urbano y el desarrollo tecnológico han disparado la extracción de materiales pétreos en ríos, montañas y planicies. Esta actividad combina prácticas de minería terrestre y fluvial, utilizando maquinaria pesada, voladuras con explosivos y dragas que remueven los sedimentos del lecho de los ríos.

Su presencia es visible en las cicatrices abiertas sobre el paisaje: canteras que reemplazan bosques, cauces alterados que se desvían o se secan, y suelos que pierden toda capacidad de regeneración. Las imágenes satelitales y los estudios más recientes muestran que los bancos de material —tanto terrestres como fluviales— se multiplican sin que exista una fiscalización efectiva o una planificación integral que evalúe sus consecuencias.

Impactos visibles y ocultos

La extracción de materiales pétreos transforma ecosistemas enteros. En tierra, genera deforestación, pérdida de suelos fértiles y alteración de la topografía, afectando la capacidad del terreno para retener agua y regular el clima. En ríos y cuerpos de agua, modifica los cauces naturales, aumenta la turbidez y destruye los hábitats de peces y microorganismos.

El dragado intensivo reduce los niveles de agua subterránea y altera la dinámica de los deltas y estuarios. Estas transformaciones favorecen la erosión costera, agravan la pérdida de biodiversidad y debilitan los mecanismos naturales de protección frente a tormentas y marejadas.

A ello se suman impactos menos visibles, pero igualmente graves: contaminación acústica y atmosférica, fragmentación del paisaje y emisiones asociadas a la industria del cemento, que contribuyen de forma significativa al cambio climático.

Gobernanza débil y expansión sin control

La normativa en torno a la extracción de materiales pétreos es, en la mayoría de los países, ambigua, dispersa y débilmente aplicada. Los permisos se tramitan como simples gestiones administrativas, sin que existan mecanismos eficaces de fiscalización ni seguimiento.

El resultado es un modelo extractivo sin control: muchos bancos de material operan en condiciones irregulares o ilegales, sin planes de restauración ambiental, sin participación de las comunidades y con escasa transparencia. Las instituciones encargadas de regular la actividad suelen carecer de coordinación, generando vacíos legales que facilitan la expansión de la minería no metálica.

Los costos recaen en los territorios y comunidades

Si bien la extracción de materiales responde a la demanda de las ciudades y a las dinámicas del mercado, los costos ambientales y sociales recaen en los territorios donde se realiza.

Las comunidades que habitan cerca de los bancos de extracción enfrentan pérdida de suelos agrícolas, contaminación del aire por polvo en suspensión y alteración de sus fuentes de agua. En los casos de extracción fluvial, el desvío de cauces y la eliminación de vegetación ribereña provocan inundaciones, sequías y desplazamientos de población.

A esto se suma un daño menos visible: la pérdida de vínculos culturales con el territorio. Los ríos y montañas degradados dejan de ser espacios de vida, identidad y espiritualidad, convirtiéndose en zonas de desecho o abandono.

La inequidad es estructural: las ganancias se concentran en los centros urbanos y en las empresas que abastecen la industria de la construcción, mientras las comunidades locales cargan con la degradación ambiental y los riesgos a la salud. Esta asimetría convierte la extracción en un problema de justicia socioambiental que exige nuevos marcos éticos y políticos.

Un reto urgente

La extracción de materiales pétreos es un engranaje silencioso del modelo de desarrollo global. Su omnipresencia en la vida moderna —en las carreteras, edificios, pantallas y vidrios— nos recuerda que la comodidad urbana tiene un costo oculto: la destrucción de ecosistemas y la vulnerabilidad de comunidades enteras.

Repensar esta actividad no implica detener el progreso, sino reconocer los límites del planeta y construir alternativas que prioricen la regeneración de los territorios, la transparencia y la participación ciudadana.
Dejar de ver como “normal” la muerte de los ríos o la desaparición de las montañas es el primer paso para imaginar un futuro distinto.

Cuando los ríos dejan de ser ríos

Los lugares donde antes corría el agua, donde las familias se reunían a bañarse o a pescar, se han transformado en canteras abiertas y espacios prohibidos. Allí donde antes había vida, ahora hay polvo, maquinaria y ruido. Este cambio va más allá del daño ecológico: implica la pérdida de los ríos y montañas como espacios públicos y de encuentro social.

Cuando un cauce se convierte en un sitio de extracción, desaparece también su dimensión simbólica y afectiva. El río deja de ser un lugar de paseo, de juego, de contemplación, para volverse una zona cercada, peligrosa o simplemente desolada. El paisaje pierde su capacidad de inspirar pertenencia y se vuelve un vacío industrial.

Esa transformación erosiona el tejido comunitario. Los niños ya no crecen jugando cerca del agua, las fiestas locales desaparecen, los caminos se cierran. Los espacios que antes servían para el descanso o el trabajo compartido se transforman en territorios de uso privado, donde la lógica extractiva reemplaza la del bien común.

Esta pérdida de lo público y lo común es también una pérdida cultural. Los ríos y montañas son parte de la memoria y la identidad colectiva; en ellos se inscriben historias, creencias y prácticas que definen la relación de las comunidades con su entorno. Cuando son reducidos a minas o bancos de material, se rompe el vínculo entre la gente y su territorio, y con ello, la posibilidad de imaginar formas más sostenibles de habitar el mundo.

Dejar de ver a los ríos como simples fuentes de materia prima es reconocerlos nuevamente como espacios de vida, encuentro y derecho colectivo. Recuperar esa mirada es, quizás, el primer paso hacia una verdadera justicia ambiental.

Extracción de materiales pétreos: panorama de México y la región latinoamericana
AspectoMéxico (Informe Ríos y montañas en riesgo, 2024)Tendencias regionales en América Latina y el Caribe
Cantidad de sitios de extracciónMás de 10,000 bancos identificados (activos, abandonados o en expansión).En la mayoría de países no existen registros integrales; subregistro estimado >60%.
Superficie afectadaMás de 73,000 hectáreas, especialmente en cuencas del centro y sur del país.Extensión desconocida en muchos países; se estima cientos de miles de hectáreas degradadas.
Materiales extraídosArena, grava, caliza, basalto, arcillas y tobas volcánicas.Predominan arena, grava y caliza en zonas costeras y fluviales.
Zonas más afectadasCuencas del Valle de México, Huasteca Potosina, ríos Atoyac y Papaloapan, y región del Balsas.En Centroamérica, riberas de ríos como Tempisque, Lempa y Choluteca; en el Caribe, zonas costeras y manglares.
Principales impactos ambientalesAlteración de cauces, erosión, pérdida de suelos fértiles, deforestación y pérdida de biodiversidad.Erosión costera, contaminación del agua, sedimentación excesiva, pérdida de hábitats ribereños.
Impactos socialesContaminación por polvo y ruido, afectación a la agricultura, conflictos territoriales, pérdida de espacios públicos.Desplazamiento de comunidades, afectación a pesca artesanal y turismo, desigualdad territorial.
Nivel de regulaciónMenos del 25% de los bancos cuentan con permisos o evaluaciones ambientales.Regulación fragmentada y débil; alto nivel de informalidad e ilegalidad.
Motivos de expansiónUrbanización, obras de infraestructura y demanda de la industria de la construcción.Urbanización acelerada, megaproyectos turísticos y obras viales (carreteras, puertos, represas).
Dimensión culturalRíos y montañas convertidos en canteras, pérdida de su valor simbólico y comunitario.Procesos similares: pérdida de ríos como espacios de encuentro, recreación y memoria.
Desafío centralRevertir la normalización del deterioro ambiental y garantizar justicia socioambiental.Integrar la defensa de los ríos y montañas como bienes comunes en políticas públicas y ciudadanas.
Reseña del informe

El informe “Ríos y montañas en riesgo: una mirada crítica a la extracción de materiales pétreos en México”, elaborado por Manuel Llano, Carla Flores Lot y Carlos Carabaña (CartoCrítica y Fundación Heinrich Böll, 2024), constituye uno de los estudios más exhaustivos sobre una de las actividades extractivas más invisibilizadas: la minería no metálica o de materiales pétreos.

Lejos de la atención mediática que suele tener la minería metálica, la extracción de arena, grava y piedra avanza silenciosamente por todo el territorio, dejando tras de sí profundas huellas ambientales y sociales. El informe parte de un esfuerzo cartográfico sin precedentes: la identificación y georreferenciación de más de 10,000 sitios de extracción —tanto en superficie terrestre como en cauces fluviales—, que revelan la magnitud del fenómeno y su distribución prácticamente nacional.

A lo largo de siete capítulos, los autores analizan los tipos de materiales y métodos de extracción, los impactos ambientales y sociales asociados, el marco legal fragmentado que permite la expansión de la actividad, y una serie de casos concretos que muestran las consecuencias de décadas de explotación descontrolada. Entre ellos destacan los bancos de la Huasteca potosina, el río San Rodrigo en Coahuila y el río La Sierra en Tabasco, donde las montañas y cauces han sido transformados hasta perder su función ecológica.

El documento señala que esta minería, indispensable para el cemento, el vidrio o el asfalto, opera con una regulación débil, dispersa y en gran medida ausente. La falta de vigilancia y de rendición de cuentas ha convertido vastos territorios en zonas degradadas, mientras las ciudades continúan demandando recursos para su expansión.

La investigación pone de manifiesto un patrón de injusticia territorial y ambiental: los beneficios se concentran en los sectores urbanos e industriales, mientras los costos recaen sobre las comunidades rurales, campesinas e indígenas, que ven afectadas sus fuentes de agua, sus suelos y sus modos de vida.

Más que un estudio técnico, Ríos y montañas en riesgo es una denuncia documentada y un llamado urgente a detener la normalización del deterioro. Con datos, mapas y ejemplos precisos, ofrece una mirada integral que combina ciencia, política y ética ambiental, recordando que el progreso material no puede sostenerse sobre la destrucción de los ecosistemas que nos sostienen.

Puede descargar el informe aquí.

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¿Vale la pena defender el Río Frío? El Río Frío habla a través de su gente

Este video recoge las voces de vecinas y vecinos de Maquengal (Guatuso), quienes denuncian la devastación causada por la minería no metálica: pérdida de acceso al río, afectaciones en la ganadería, el turismo y un abandono institucional que profundiza la crisis.

La comunidad recuerda cómo el 2 de agosto se organizó para firmar una denuncia pública que respalda esta lucha. Lo que les sostiene es claro: la fuerza de la organización, la defensa del territorio y la convicción de que solo con incidencia política su voz será escuchada.

El Grupo de Defensa de la Cuenca del Río Frío – Caño Negro insiste: proteger el río es proteger la vida, la cultura y el futuro.

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Del turismo al extractivismo: el Río Frío entre la belleza y la cantera

Guatuso se ha posicionado en la última década como un destino de gran atractivo turístico. Lugares como el Río Celeste en el Parque Nacional Volcán Tenorio, el emblemático Árbol de la Paz y el territorio indígena Maleku han sido presentados como símbolos de biodiversidad, cultura viva y belleza escénica. En esa misma línea, el Río Frío aparecía como un bien natural clave para fortalecer el turismo rural comunitario y articular experiencias de naturaleza y cultura. Sin embargo, como se mostrará en este artículo, la política actual del cantón amenaza con borrar ese potencial: el Río Frío se encuentra hoy bajo la presión de la minería no metálica, una actividad que destruye su belleza y pone en riesgo la vida comunitaria que lo rodea.

Durante años, el Río Frío en Guatuso fue imaginado como un eje de desarrollo turístico comunitario. Investigaciones académicas y planes institucionales lo presentaban como un territorio con potencial para la recreación, la navegación hacia Caño Negro, la conexión con la cultura Maleku y la promoción del turismo rural (Zumbado-Morales & Mesén-Leal, 2018). Sin embargo, ese futuro hoy parece desdibujarse bajo el ruido de las máquinas y la huella de la minería no metálica (Observatorio Bienes Comunes UCR, 2025a).

La contradicción es evidente: mientras desde el discurso oficial se insistía en la importancia de gestionar la cuenca de forma integral para impulsar un turismo sostenible (Zumbado-Morales & Mesén-Leal, 2018), la práctica ha derivado en la concesión de permisos para extraer materiales directamente del cauce. Lo que antes eran isletas llenas de árboles centenarios, aves y espacios de pesca, ahora se transforma en paredones erosionados, aguas turbias y caminos comunitarios convertidos en rutas para vagonetas (Observatorio Bienes Comunes UCR, 2025b). Ya es evidente, incluso para quienes viven a orillas del río, cómo la pendiente del cauce se ha incrementado y con ello la fuerza de las aguas, aumentando el riesgo de inundaciones.

Este modelo de “desarrollo” no solo degrada el ecosistema: también desconoce y margina a las comunidades locales. Los estudios ambientales aplicados a las concesiones relegaron la consulta a sectores distintos, dejando por fuera a las personas de Maquengal, quienes reciben el impacto directo del polvo, el ruido, la alteración del cauce y la amenaza a sus fuentes de agua (Observatorio Bienes Comunes UCR, 2025a). La consulta se convirtió en trámite, no en un proceso de participación real y protagónica.

La oportunidad que se perdió

Lo que se pierde no es únicamente un paisaje atractivo, sino la oportunidad de consolidar un turismo de río donde ya se practicaban actividades como tubing y kayak. Se pierden ingresos familiares, posibilidades de empleo en proyectos de turismo rural comunitario y, con ello, un camino alternativo de desarrollo que buscaba armonizar la economía con el respeto al territorio. Como bien señalan habitantes de la zona: “¿Quién va a querer visitar un lugar donde lo que se oye es maquinaria y lo que se ve es un río herido?” (Observatorio Bienes Comunes UCR, 2025a).

La imagen verde de Guatuso atrajo durante años a visitantes internacionales interesados en el turismo de naturaleza y cultura. El Río Frío aparecía como un lugar privilegiado para la recreación, la pesca, la navegación hacia Caño Negro y el encuentro con la cultura Maleku. Sin embargo, esa promesa se fue desvaneciendo. Hoy quienes regresan al lugar no encuentran el río sereno que esperaban, sino un paisaje herido: árboles arrastrados por inundaciones, aguas turbias, pozas secas y peces ausentes. La oportunidad de construir un turismo rural comunitario fuerte y sostenible se perdió bajo el ruido de la maquinaria y la extracción de materiales. Como advirtieron visitantes extranjeros: “Los animales y plantas no tienen voz, pero sus desapariciones son silenciosas y permanentes”.

Testimonios que hablan del río

Las voces de la comunidad y de visitantes internacionales dan cuenta del profundo impacto que deja la minería en el Río Frío. Desde Europa llegan advertencias:

“Casi todos los ríos se abrieron al uso comercial. ¡La contaminación y la explotación se llevaron al máximo! La flora y fauna fueron desplazadas y los suelos agrícolas perdieron su fertilidad. Hoy los países europeos dependen de la importación de alimentos y muchos niños ya no saben lo que comen. Esta explotación fluvial es solo el principio. ¡Más tarde nadie recordará lo que pasó antes! ¡Es hora de actuar, mañana puede ser demasiado tarde!”

La preocupación también se refleja en la vida local:

“El daño que hace la gente sacando material de arriba es enorme: el material grande se levanta y la arena se viene para abajo, tapando todas las pozas. Los pescados ya no están, el río se seca y en las noches el agua se mantiene sucia.”

“Este era un río con guapotes, mojarras rayadas y roncadores. Hoy ya no hay nada, porque lo desviaron y le quitaron todas las vueltas. En verano se seca, cosa que nunca pasaba antes. Eso es un daño que ya difícilmente se podrá revertir.”

“Ya y usted cruza ese río Frío hacia abajo y antes era hondo. Ahora está lleno de sedimento, las pozas se secan y el agua baja turbia. Además, hubo un derrame de aceite que contaminó aún más. Antes uno iba y sacaba unas machacas; ahora no hay nada. Algo está pasando con el río y tiene que detenerse.”

“Nosotros crecimos bañándonos en este río, jugando en las pozas, pescando para la comida de la familia. Hoy llevamos a los niños y ya no encuentran nada de eso. ¿Qué futuro les dejamos si el río solo es ruido de vagonetas y agua sucia?”

“Dicen que la minería da trabajo, pero ¿a quién? Aquí la mayoría seguimos igual de pobres, pero ahora sin río, sin pesca y con miedo a que la casa se inunde cuando llueve fuerte.”

“Cada árbol que se pierde en la orilla es un recuerdo que se borra. Había ceibos enormes, donde anidaban y descansaban las garzas. Ahora lo que queda es tierra pelada y un río que corre con furia.”

“El turismo nos daba esperanza: gente que venía a conocer nuestra cultura Maleku, a caminar por el río, a escuchar nuestras historias. ¿Quién va a querer venir ahora, a ver un río destruido? Eso no es desarrollo, es retroceso.”

“La consulta que hicieron no nos tomó en cuenta. Llegaron con papeles ya listos, pero nunca preguntaron a quienes vivimos aquí al lado del río. Nos sentimos invisibles, como si nuestra voz no valiera.”

“Cuando uno ve cómo se llevan la arena y la piedra, piensa que se están llevando pedazos de nuestra vida. No es solo tierra, es la historia, la comida, el agua de nuestras familias.”

“Hemos visto cómo el agua baja con más fuerza. Antes las crecidas eran manejables, ahora cada invierno tememos que se nos meta a las casas. Es como si la naturaleza estuviera gritando que ya no aguanta más.”

“No somos enemigos del progreso, queremos trabajo y oportunidades, pero no a costa de perder el río. El progreso que nos ofrecen es pan para hoy y hambre para mañana.”

Finalmente, algunos testimonios interpelan directamente a la población de Guatuso:

“¿Qué clase de habitantes somos, que hemos entregado nuestros bienes comunes —el río, los humedales, las montañas— a piñeras, tubérculos, hoteles y extractoras? ¿Será que nos invade el temor o el amor al dinero fácil? Al paso que vamos, los atractivos turísticos de Guatuso serán apenas un recuerdo del pasado.”

“Yo pienso que la unión hace la fuerza. Tenemos que organizarnos para detener esto, porque si no lo paramos ahora, después será demasiado tarde.”

Afligidos e indignados

El dolor de la comunidad se palpa en cada relato. Una vecina describe: “Ayer fuimos y contamos los árboles. No lo pudimos marcar todos porque se nos acabó la pintura, pero llegamos a marcar 40 árboles de diferentes especies. Verlos en riesgo duele mucho”. Otro testimonio refleja la mezcla de esperanza y tristeza: “Cuando vi que salieron las máquinas me contenté, pero al ver que volvían otra vez, me puse tan triste que hasta me dieron ganas de llorar”.

La indignación también se dirige a la ineficacia institucional: “Nos sentimos como una comunidad huérfana. Las leyes de Costa Rica aquí no valen nada, parecen estar únicamente para los grandes. Ni la policía ni el OIJ llegan; las instituciones se tiran la pelota entre ellas. Un día dicen que es geología, otro que es biología o que es la Dirección de Aguas, y al final nadie responde”.

A esto se suma la preocupación por posibles irregularidades en los permisos: vecinas y vecinos señalan que se habrían concesionado propiedades privadas, como presuntamente ocurrió en una finca de Maquengal donde se mencionan tres hectáreas afectadas. “¿Cómo es posible que alguien reciba un permiso para explotar un terreno que ni siquiera es del Estado? Eso nos preocupa mucho”, advierten.

Comunidades como última defensa

El Río Frío hoy se debate entre ser un espacio de vida o un campo de extracción. En este dilema, las comunidades ribereñas han asumido el rol que las instituciones han abandonado: el de defensa del bien común. Son ellas quienes levantan la voz, documentan los daños y resisten el aislamiento social que provoca la imposición de concesiones.

La experiencia de Guatuso muestra con crudeza cómo la irresponsabilidad institucional erosiona la confianza social y normaliza la degradación ambiental.

Cuando la consulta se convierte en formalidad, la vida cotidiana de las personas que habitan el río queda invisibilizada. Y cuando se ignora esa vida, también se ignora la memoria, los vínculos y la dignidad de quienes han convivido con el río por generaciones.

Defender el Río Frío no es solo un acto de resistencia local, es una advertencia nacional. Si las instituciones no asumen en serio su responsabilidad, serán las comunidades las que, una vez más, queden como la última línea de defensa ante un modelo de desarrollo que confunde progreso con saqueo. Desde Maquengal observan con preocupación que, si esto continúa, se acerca el día de una inundación que no será fácil de superar.

Este video muestra cómo la maquinaria utilizada en la minería de río ha transformado Maquengal, un área que antes era un espacio de recreo y encuentro comunitario. Los impactos acumulados —desde la alteración del cauce, la contaminación y la pérdida de biodiversidad, hasta la desaparición de zonas seguras para el disfrute— revelan el costo social y ambiental del extractivismo en los territorios.

Referencias

Observatorio Bienes Comunes UCR. (2025a, agosto 11). Hablemos de supuestos: ¿y si un río usado para recrearse se convirtiera en una zona de extracción?. Observatorio Bienes Comunes. https://bienescomunes.fcs.ucr.ac.cr/2025/08/11/

Observatorio Bienes Comunes UCR. (2025b, agosto 7). Isletas bajo amenaza: el extractivismo arrasa con árboles centenarios en el Río Frío. Observatorio Bienes Comunes. https://bienescomunes.fcs.ucr.ac.cr/2025/08/07/

Observatorio Bienes Comunes UCR. (2025c, agosto 6). La voz del río: comunidades de Guatuso alertan sobre las nuevas amenazas al Río Frío. Observatorio Bienes Comunes. https://bienescomunes.fcs.ucr.ac.cr/2025/08/06/

Zumbado-Morales, Félix, & Mesén-Leal, Roger. (2018). Gestión de cuencas y turismo: Caso de la cuenca del Río Frío, Guatuso, Costa Rica. Economía, Sociedad y Territorio, 18(56), 141–163. https://doi.org/10.22136/est20181110

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La voz del río y el silencio de los estudios: ¿quién protege a Maquengal?

Vecinas y vecinos de Maquengal y San Luis de Upala, junto con cinco personas de Guatuso, se reunieron en Maquengal el pasado 3 de agosto, expresaron su profunda preocupación ante la reciente concesión para la extracción de materiales en el Río Frío. Mientras los documentos oficiales presentan a Maquengal como un caserío marginal, citando una escuela y un poblado, casi de paso, la realidad vivida por la comunidad revela otra historia: un territorio vivo, organizado y profundamente ligado a su río.

Lo que dice el Estudio de Impacto Ambiental (EsIA)

El EsIA del proyecto CDP Río Frío sostiene que:

  • La consulta a 31 personas refleja opiniones divididas y concluye que “no se prevé conflicto social significativo”.

  • El uso recreativo y turístico del río es secundario, reconocido solo por un 25,8% de las personas encuestadas.

  • Maquengal es descrito como un pueblo pequeño, con casas aisladas y servicios básicos mínimos.

  • La escuela cercana y los caminos comunales apenas son mencionados.

  • Los impactos sociales se limitan a variables como empleo, tránsito y servicios básicos, concluyendo que el proyecto no modificará los indicadores sociales y culturales de la zona.

  • Pueden descargar los documentos aquí.

Maquengal es descrito como un pueblo pequeño, con casas aisladas y servicios básicos mínimos; para este estudio se presenta prácticamente como un caserío, casi un pueblo fantasma, situación que indigna a las personas vecinas.

¿Caserío o pueblo? La manera en que se nombra también despoja

El EsIA clasifica a Maquengal como un simple “caserío”, casi un punto de paso sin relevancia, con pocas viviendas y servicios limitados. Esa definición técnica no es inocente: cuando un territorio se reduce a la categoría de caserío, se minimiza el valor de la vida que late en él.

Para quienes viven allí, Maquengal no es un punto en un mapa ni una suma de casas dispersas. Es un pueblo con historia, arraigo y vínculos colectivos. Ahí se han formado familias, se han criado generaciones y se han tejido relaciones de solidaridad. El río ha sido siempre el eje de esas vidas: lugar de recreación, de trabajo, de encuentro y de identidad.

Nombrar a Maquengal como caserío es una forma de desvalorización simbólica: sugiere que lo que ocurra ahí importa menos que en otros lugares, que sus habitantes no tienen el mismo derecho a decidir sobre su entorno, que sus afectaciones son menores porque se trata de “pocos habitantes”. Sin embargo, cada familia, cada niña y cada adulto que ha hecho su vida en torno al Río Frío sabe que ese espacio es mucho más que un caserío: es comunidad, es pueblo, es territorio vivido.

Lo que vive y denuncia la comunidad

El contraste con la realidad es contundente. En el conversatorio, las personas vecinas dieron sus testimonios que:

  • No hubo información ni consulta previa. “Nos enteramos cuando ya era un hecho”, relataron las personas.

  • El río es espacio de vida, recreación y cultura, donde generaciones han convivido y compartido.

  • El camino público que daba acceso al río fue tomado por maquinaria pesada, cerrando un espacio de recreación y generando riesgos para la comunidad y la Escuela Palmital, ubicada a 400 metros.

  • Los impactos son acumulativos: inundaciones más frecuentes, pérdida de cultivos, deterioro de caminos, reducción de caudal, desaparición de oportunidades de turismo comunitario y afectación al paisaje.

  • El daño no es solo ambiental, también es económico, social y cultural: se pierden ingresos familiares, empleos potenciales y proyectos de vida alternativos.

Un contraste que revela exclusión

El análisis comparativo muestra un patrón preocupante:

  • El EsIA minimiza la dimensión social y cultural, reduciendo el valor del río a un recurso de extracción.

  • La comunidad, en cambio, lo entiende como su futuro colectivo y su identidad.

  • Al no reconocer seriamente el uso recreativo, el turismo rural y la seguridad de la comunidad, se invisibiliza la verdadera magnitud de los impactos.

Más allá de Maquengal

Este caso no es aislado. Forma parte de un modelo de concesiones mineras en cauces públicos que prioriza los beneficios privados sobre los bienes comunes. Cuando lo social se relega a un apéndice técnico, se debilitan derechos fundamentales como la participación ciudadana y la consulta informada.

La insensibilidad institucional: cuando el desarrollo se mide sin comunidad

El problema no solo está en el documento, sino también en la insensibilidad con que profesionales e instituciones lo validan. El EsIA del CDP Río Frío fue elaborado por especialistas acreditados y revisado por instancias como SETENA y la Municipalidad de Guatuso, que terminaron avalando percepciones reducidas de la realidad.

Que un estudio presente a Maquengal como un caserío menor, que minimice la cercanía de una escuela y que reduzca el río a un recurso económico, refleja no solo un sesgo técnico, sino también un desprecio hacia la vida comunitaria.

La institucionalidad ambiental y municipal, al aprobar estos enfoques, reproduce un modelo de desarrollo que prioriza el beneficio privado sobre el bienestar colectivo. Se habla de empleos temporales, de “aprovechamiento de recursos” y de supuestas mejoras en infraestructura, pero se calla el costo real: la pérdida de un espacio de encuentro, la amenaza a la seguridad de niñas y niños, la frustración de proyectos de turismo rural y la erosión de la identidad cultural.

¿Qué desarrollo es este? ¿Qué le dejo la municipalidad a Maquengal? 

La respuesta es corta, destrozos.

Sin embargo, la pregunta que surge es inevitable: ¿qué tipo de desarrollo se impulsa cuando se ignora la voz de las comunidades?

  • Un desarrollo que destruye caminos públicos para abrir paso a maquinaria pesada.

  • Un desarrollo que reduce un río a cantera, invisibilizando su valor cultural y recreativo.

  • Un desarrollo que erosiona alternativas sostenibles como el turismo comunitario.

Este no es un desarrollo que fortalece comunidades ni que respeta los bienes comunes. Es un modelo extractivo que vende como progreso lo que en realidad es despojo.

La voz del río

Las comunidades de Maquengal lo tienen claro: “El río no se vende, se defiende”. Su lucha no es solo ambiental, es también por el respeto a la vida comunitaria, la cultura y la posibilidad de un desarrollo sostenible y justo.

La promesa autocumplida: cuando la indiferencia convierte en realidad lo que hoy se niega

Lo más doloroso de esta historia es la posibilidad de que la definición de caserío que hoy se impone desde un Estudio de Impacto Ambiental termine haciéndose realidad. Si persiste el desinterés de autoridades municipales, más preocupadas por ingresos rápidos que por el bienestar de sus comunidades, y si continúa la apatía de ciertos sectores vecinos, que no ven el valor del río hasta que ya es demasiado tarde, Maquengal corre el riesgo de convertirse en lo que los informes dicen que ya es: un caserío sin vida comunitaria, reducido a casas dispersas alrededor de un cauce herido.

La minería no metálica, con su ruido, polvo y maquinaria, no solo transforma el paisaje y el río. También erosiona silenciosamente los vínculos sociales, las oportunidades económicas sostenibles y el orgullo de pertenecer a un pueblo con historia. Bajo este modelo extractivo, el futuro no es el de un pueblo fuerte y organizado, sino el de un caserío debilitado, marginado y dependiente.

Así, la indiferencia y el interés económico fácil abren paso a una profecía autocumplida: la que convierte un pueblo con identidad en un caserío sin horizonte.

De todo esto queda el sentir de las personas defensoras del Río Frío, que expresan con claridad su indignación y preocupación: 

“Nosotros vemos que en el estudio ponen a Maquengal como si fuera un caserío despoblado, casi sin vida, y eso nos duele. Hablan de una escuela y de un lugar vacío, como si aquí no hubiera comunidad. También queremos dejar claro que, aunque hemos buscado apoyo en Guatuso, la verdad es que solo dos personas nos han acompañado en este proceso; en general no hemos recibido respaldo.

Lo que más nos preocupa es que un día suceda una tragedia con la tierra y el río, porque ya hemos advertido de los riesgos y no hemos sido escuchados. Hemos tenido el mínimo apoyo, pero nuestra voz queda como testimonio: si algo pasa, será porque no quisieron escuchar lo que hemos venido diciendo.”

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Isletas bajo amenaza: el extractivismo arrasa con árboles centenarios en el Río Frío

Las comunidades del cantón de Guatuso, al norte de Costa Rica, vuelven a alzar su voz ante una nueva amenaza que se cierne sobre el Río Frío: el inicio de operaciones de una concesión minera en el sector de Maquengal que podría intensificar la destrucción de las isletas vegetadas del cauce. Estas pequeñas islas, lejos de ser simples depósitos de sedimento, son espacios de altísimo valor ecológico que han albergado durante décadas árboles centenarios, nidos de aves, madrigueras de pequeños mamíferos y corredores de paso para la fauna silvestre. Su presencia regula la temperatura del agua, estabiliza las riberas y sostiene la biodiversidad del río.

En muchos casos, estas isletas también han sido parte fundamental de la vida comunitaria: lugares para la pesca, la recreación o la contemplación, donde se cultivaba un vínculo cotidiano con el río. Hoy, ese vínculo se encuentra amenazado por el avance de un modelo extractivo que no respeta los ritmos ni las formas de vida del territorio.

La maquinaria de la nueva concesión —que ya comenzó a remover materiales como arena, grava y piedra— podría intervenir directamente estas islas, como ha ocurrido en otras zonas de la cuenca, sin que existan estudios técnicos claros, sin una fiscalización ambiental visible y sin cumplir con procesos de consulta a las comunidades. Lo que antes eran superficies estables, con raíces profundas y vida abundante, corren el riesgo de convertirse en áreas erosionadas y expuestas al colapso.

La transformación del río no es solo visible en el paisaje: también altera el equilibrio hidrológico, desvía el curso del agua, acelera la erosión y fragmenta ecosistemas vitales. En palabras de una persona vecina de Maquengal: “Ya no se ven los animales que solían estar ahí. Era como un pequeño bosque en medio del agua. Ahora solo quedan huecos y barro.”

La preocupación no es nueva, pero se agudiza con cada permiso que se otorga sin tomar en cuenta a quienes habitan y cuidan el río. Lo que está en juego no es solo un recurso: es la continuidad de un ecosistema completo y la posibilidad de vivir en armonía con él.

¿Cómo puede considerarse aceptable intervenir con maquinaria pesada áreas con árboles centenarios y una biodiversidad única, sin estudios rigurosos, sin fiscalización efectiva y sin consultar a las comunidades directamente afectadas? ¿Qué valor real tiene la legislación ambiental si se permite avanzar sobre territorios vivos como si fueran vacíos? La contradicción entre el discurso ambiental del país y las prácticas extractivas que se permiten en el territorio es cada vez más evidente y alarmante.

La destrucción de las isletas no es un accidente ni una consecuencia inevitable del desarrollo. Es una decisión política, una expresión de prioridades distorsionadas donde el beneficio privado prevalece sobre el bien común. Es momento de exigir responsabilidades, de revisar las prácticas institucionales que normalizan este tipo de daños, y de reafirmar que los ríos —con su biodiversidad, su historia y su belleza— no son canteras ni botines: son territorios vivos que merecen respeto y defensa colectiva.

Las isletas no son escombros: son nodos de vida

Una de las expresiones más graves del pensamiento extractivista es la capacidad de reducir la naturaleza a objetos inertes, despojados de vida y sentido. Así ha ocurrido con las isletas del Río Frío: pequeñas formaciones vegetadas dentro del cauce, vistas desde la lógica de la minería como simples acumulaciones de sedimento útiles para la extracción. Pero lo que para la maquinaria son depósitos de arena y grava, para el ecosistema son nichos de biodiversidad y piezas claves del equilibrio ecológico.

Estas isletas son el hogar de múltiples especies: aves acuáticas que anidan en sus ramas, reptiles que se refugian entre sus raíces, mamíferos pequeños que cruzan el río saltando de una orilla a otra. Son también el soporte de árboles centenarios que, con sus raíces profundas, estabilizan el cauce, evitan la erosión y ayudan a filtrar el agua. La riqueza de vida que encierran no es siempre visible al ojo humano, pero cumple funciones esenciales para la salud del río y la vida que depende de él.

Ignorar este valor ecológico y cultural es un error no solo técnico, sino ético. Las isletas no son pasivas: participan activamente en la regulación del caudal, la captura de sedimentos, la provisión de sombra, y el mantenimiento de temperaturas estables en el agua, lo cual es vital para muchas especies acuáticas. Al ser intervenidas por la maquinaria, estas funciones se ven alteradas o anuladas, afectando en cadena a todo el ecosistema.

Además de su importancia ambiental, las isletas tienen una dimensión simbólica y afectiva para las comunidades ribereñas. Son parte de la memoria local, de las caminatas al río, de los días de pesca y juego, de los relatos compartidos entre generaciones. Verlas desaparecer, arrasadas por la extracción, no es solo una pérdida material: es también un golpe al vínculo que las personas han tejido con su territorio.

Reconocer el valor integral de estas islas implica romper con la mirada utilitaria que solo ve en ellas recursos para ser explotados. Es comprender que el río no está hecho solo de agua y piedras: está hecho de relaciones entre especies, flujos invisibles de vida, y memorias compartidas. Defender las isletas del Río Frío es también defender una forma distinta de habitar el mundo, más cuidadosa, más humilde y más conectada con la vida que nos rodea.

¿Qué ha venido pasando? Erosión, pérdida de biodiversidad y transformación del paisaje

Según denuncias recopiladas por el Observatorio de Bienes Comunes y habitantes de la zona, las afectaciones provocadas por la minería no metálica incluyen:

  1. Reducción del caudal y modificación del curso del río, lo cual cambia el comportamiento natural del agua.
  2. Erosión acelerada de las riberas e islas, lo que arrastra suelo fértil y debilita la estructura del ecosistema.
  3. Sedimentación excesiva, que enturbia el agua y perjudica a peces, anfibios y otras formas de vida acuática.
  4. Pérdida de árboles centenarios, algunos con más de 100 años de existencia, claves para la estabilidad ecológica del río.
  5. Eliminación de sitios recreativos, caminos tradicionales de navegación y espacios de encuentro comunitario.

Proteger las islas es proteger el río

Las isletas del Río Frío no son solo montículos de tierra: son hogar, refugio y fuente de vida. Su destrucción es irreversible y representa un golpe directo a la salud del ecosistema y al derecho de las comunidades a un ambiente sano.

Si no se detiene el avance del extractivismo, lo que hoy es tierra fértil y biodiversa será mañana solo una cicatriz más en un río cada vez más herido.

Tal vez se pregunten ¿Cómo es la isleta?

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La voz del río: comunidades de Guatuso alertan sobre las nuevas amenazas al Río Frío

El pasado 3 de agosto, vecinas y vecinos de diversas comunidades de Guatuso se reunieron en Maquengal para manifestar su profunda preocupación por el avance de nuevas concesiones mineras sobre el cauce del Río Frío. El conversatorio, convocado por el Comité de Defensa de la Cuenca del Río Frío, fue un espacio de encuentro y denuncia ante una situación que amenaza de forma directa la vida comunitaria y los ecosistemas locales.

Un río bajo asedio

El encuentro se realizó en un contexto alarmante: recientemente fue otorgada una nueva concesión privada para la extracción de material del cauce, con vigencia por 10 años prorrogables hasta 30. Esta se suma a más de 17 concesiones —algunas activas y otras caducas— que afectan la cuenca.

El caso más reciente ha generado indignación particular: la apertura de una zona de extracción a escasos 300 metros de la Escuela Palmital, en un camino comunitario que nunca fue atendido por la Municipalidad. Ese camino servía como acceso al río, un espacio que la comunidad utilizaba para recreación, descanso y conexión con la naturaleza. Hoy, ese mismo camino es recorrido por maquinaria pesada que extrae material para beneficio privado, sin que la comunidad reciba ningún aporte a cambio.

Las personas participantes denunciaron que no fueron informadas ni consultadas por las instituciones competentes, a pesar de que existen normas que garantizan el derecho a la información y la participación ciudadana en decisiones que afectan directamente los territorios. “Nos enteramos cuando ya era un hecho”, lamentó una vecina. El malestar es generalizado: no hubo proceso participativo, no existe control comunitario sobre el uso del río y el pago que realiza la empresa concesionaria al Estado es simbólico frente a los daños ocasionados.

El río no se agota solo: impactos acumulativos y desigualdad

Vecinas y vecinos relataron con preocupación los cambios que han vivido en las últimas décadas: inundaciones más frecuentes, pérdida de cultivos como el cacao, modificación del curso natural del río, reducción del caudal y afectaciones a caminos y puentes. Para la comunidad, estos efectos están ligados a la combinación de actividad extractiva, deforestación, y un modelo de desarrollo sin planificación territorial.

“Antes nos decían que el agua era inagotable. Hoy sabemos que no es cierto”, comentó un vecino con años de experiencia en gestión de recursos hídricos.

El daño no es solo ecológico. También es social, económico y cultural. Las formas tradicionales de vida en torno al río se han visto alteradas, mientras los caminos se deterioran sin recibir mantenimiento, a pesar de que toneladas de material salen del territorio cada año.

Se pierde el río, se cierran oportunidades: afectaciones al uso recreativo y al turismo rural comunitario

El Río Frío no solo es fuente de agua y vida para las comunidades de Guatuso: también ha sido, por generaciones, un espacio de encuentro, recreación y posibilidad. Sus márgenes y aguas tranquilas permitían que familias se bañaran, descansaran bajo la sombra o compartieran en comunidad los fines de semana. “Ahí íbamos a refrescarnos, a pasar un rato bonito. Ahora ya no se puede ni bajar, está tomado por las máquinas”, relató una persona vecina durante el conversatorio.

Uno de los caminos comunitarios que daba acceso al río fue recientemente intervenido por la empresa concesionaria. Lo que antes era una ruta hacia el río hoy es un acceso exclusivo para maquinaria pesada. La presencia constante de camiones y equipo de extracción no solo representa un riesgo para la seguridad, sino que ha generado un ambiente hostil, con ruido, barro y deterioro paisajístico que aleja cualquier posibilidad de uso recreativo.

Este deterioro también impacta directamente los proyectos de turismo rural comunitario, una alternativa económica que varias familias de la zona habían comenzado a desarrollar o tenían en perspectiva. El entorno natural del río —su belleza escénica, la posibilidad de caminar entre senderos, descansar en sus orillas o conocer su biodiversidad— era un atractivo claro para visitantes nacionales y extranjeros. Sin embargo, con el avance de la extracción, estas posibilidades se desvanecen.

“¿Quién va a querer visitar un lugar donde lo que se oye es maquinaria y lo que se ve es un río herido?”, comentó un vecino.

Lo que se pierde no es solo un paisaje. Se pierden ingresos familiares, empleos potenciales, proyectos de vida y un modelo de desarrollo alternativo que apuesta por la sostenibilidad, el arraigo y el respeto al territorio.

Así, la extracción no solo deja un cauce devastado: también arrasa con los sueños de quienes imaginaban un futuro distinto para su comunidad.

¿Qué daños causa la extracción de materiales al río?

La comunidad identificó una serie de impactos graves derivados de la actividad minera en cauces:

  • Alteración del cauce natural: la extracción cambia el curso del río, provocando desbordamientos en zonas no previstas.
  • Aumento de la erosión: la remoción constante del lecho del río debilita sus márgenes, favoreciendo derrumbes y pérdida de suelo.
  • Pérdida de biodiversidad: peces, insectos acuáticos y otros organismos ven afectado su hábitat por el aumento del sedimento y el ruido.
  • Afectación de nacientes y humedales: la sobreexplotación altera el equilibrio hídrico, secando zonas que antes mantenían humedad constante.
  • Contaminación acústica, barro en época lluviosa y polvo en época seca: el uso de maquinaria pesada genera ruidos continuos y en época seca las partículas en el aire que afectan la salud de las personas.
  • Interrupción de caminos y acceso a fincas: la presencia de tajos y maquinaria ha bloqueado rutas usadas por la comunidad, afectando la producción y la

Además, potencialmente la falta de control y fiscalización permite que las extracciones se realicen sin estudios actualizados de impacto ambiental y sin que se respeten los límites o volúmenes autorizados.

¿Qué hacer ante esta situación?

La comunidad acordó continuar fortaleciendo la organización local, articularse con otros territorios afectados y buscar apoyo legal desde el marco del derecho ambiental y el principio de participación ciudadana.

También se planteó la urgencia de abordar problemáticas asociadas, como la deforestación, la expansión desregulada de proyectos privados y la falta de planificación desde los gobiernos locales. En este esfuerzo, se reconoció el acompañamiento brindado por la Universidad de Costa Rica y el Observatorio de Bienes Comunes en procesos de documentación, mapeo participativo y denuncia ambiental.

“Tenemos que actuar ya. No podemos quedarnos en palabras. El río se está muriendo, y con él nuestra forma de vivir”, concluyó una de las participantes.

Para seguir informados

Las comunidades hacen un llamado urgente a defender el Río Frío como bien común. Se han abierto canales de comunicación, se prepara la documentación legal

necesaria y se construyen alianzas para acciones comunitarias, mediáticas y jurídicas.

El río no se vende. Se defiende.

El puente también sufre: alerta por posibles daños en La Amapola

Durante el conversatorio, las personas vecinas expresaron una creciente preocupación por el deterioro del puente de La Amapola, Terminio (construido en el año 2022, CNE, Municipalidad de Guatuso, con un costo de 388 millones de colones), infraestructura clave para la conectividad de la zona. De acuerdo con los testimonios, recientemente se habrían solicitado permisos para que maquinaria vinculada a las concesiones de minería no metálica transitara por debajo del puente, lo cual ha generado sospechas sobre su estado actual.

Vecinas y vecinos advierten que este tipo de tránsito —pesado, constante y no supervisado adecuadamente— podría haber afectado la base estructural del puente, lo que representa un riesgo directo para la seguridad de las personas que lo utilizan diariamente. Las condiciones actuales del puente fueron documentadas mediante fotografías compartidas por la comunidad, en las que ya se observan posibles signos de daño.

“Este puente fue clave para que no quedáramos aislados durante las últimas emergencias. No podemos permitir que lo debiliten con maquinaria que ni siquiera está al servicio de la comunidad”, señaló una participante.

Además de la preocupación estructural, se suma la indignación por la forma en que se gestionan estos permisos, en muchos casos sin consulta previa a la comunidad y sin un monitoreo técnico visible por parte de las autoridades competentes. El paso de maquinaria bajo el puente, con fines extractivos, contrasta con la falta de inversión pública para mejorar caminos, accesos y puentes al servicio del pueblo.

El caso del puente de La Amapola se convierte así en otro símbolo del desequilibrio entre las prioridades del modelo extractivo y las necesidades reales de la población local. Lo que debería protegerse como infraestructura comunitaria, termina expuesto al riesgo por decisiones que se toman lejos de la gente.

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Nueva intervención en el río preocupa a Maquengal: ¿Se construye un nuevo plantel en el cauce del Río Frío?

Una nueva intervención con maquinaria pesada en el cauce del Río Frío, en el sector conocido como el Paso, ha encendido nuevamente las alarmas en la comunidad de Maquengal. Vecinas y vecinos denuncian que, a simple vista y con lógica evidente, lo que se estaría habilitando es un plantel de carga para el material que pretenden extraer en los alrededores de la vega del río.

En un video grabado el pasado 31 de julio, se documenta cómo una sola retroexcavadora removió una gran cantidad de material en apenas siete horas. La magnitud de la intervención y su velocidad preocupan, sobre todo por la ausencia de información clara.

La comunidad ha compartido también una fotografía comparativa del mismo sector tomada en abril de este año, en la que se aprecia un nivel de agua más extendido hacia la orilla, lo cual evidencia un impacto directo en el cauce: cambio en la geomorfología del río, aumento de factores erosivos para las márgenes del río y alteración del flujo natural del río. A esto se suma que, al aumentar la destrucción causada por la retroexcavadora, es más propenso que se venga la tierra falseada en las partes de la montaña, lo cual tendrá un impacto para las zonas bajas de Guatuso.

Estas acciones se suman a una larga lista de denuncias realizadas desde 2022 por el Comité para la Defensa de la Cuenca del Río Frío, que ha insistido en la necesidad de suspender nuevas concesiones, realizar un diagnóstico ecológico participativo y frenar el avance del extractivismo desregulado que amenaza el equilibrio ambiental del cantón.

La pregunta vuelve a surgir con fuerza: ¿qué desarrollo estamos priorizando si el precio es la pérdida de nuestro principal afluente y la creciente vulnerabilidad de nuestras comunidades?

El Comité reitera su llamado a las autoridades locales y nacionales: escuchar a la comunidad, fiscalizar las intervenciones en tiempo real y detener los abusos antes de que desaparezca hasta la última piedra del río.

Abril 2025

31 Julio 2025

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Por la defensa del Río Frío y la seguridad de nuestras comunidades – Carta abierta a las autoridades de Guatuso y a la comunidad

Las intensas lluvias de los últimos días, sumadas al paso de la onda tropical n.º 16, han traído nuevamente escenas dolorosas para nuestro cantón: viviendas anegadas, caminos intransitables, familias evacuadas y el temor creciente de quienes habitamos cerca de los ríos. Estas inundaciones no son un fenómeno nuevo, pero su frecuencia e intensidad nos obligan a preguntarnos qué factores locales están agravando los impactos de la naturaleza sobre nuestro territorio.

Desde el año 2022, la comunidad de Maquengal viene alertando sobre un tema que no puede seguir ignorándose: la extracción intensiva de materiales (arena y piedra) del Río Frío. Sabemos que las inundaciones no se deben únicamente a esta actividad y que existen otros factores que influyen —como fenómenos climáticos extremos y deficiencias en la gestión del territorio—; sin embargo, hemos denunciado públicamente cómo esta extracción, lejos de ser una medida controlada para el bien común, ha sido promovida como un recurso económico sin una adecuada evaluación de sus impactos, contribuyendo a agravar la vulnerabilidad de nuestras comunidades.

En espacios públicos, programas de radio y actividades comunales, hemos mostrado los efectos visibles en el río: pozas desaparecidas, erosión de riberas, maquinaria destruyendo isletas, caudal disminuido y una sedimentación creciente que afecta incluso humedales como Caño Negro.

Lo más preocupante es que, ante años de denuncias, la gran respuesta de la administración municipal anterior fue declarar, como “herencia”, la aprobación de 30 años más de explotación sobre el Río Frío. Esa decisión, lejos de garantizar el bienestar de las comunidades, ha significado la continuidad de una política extractiva que debilita el cauce, reduce la capacidad de conducción de las aguas y agrava los riesgos que hoy vivimos con las inundaciones.

Estos no son problemas aislados ni meramente ambientales; tienen consecuencias directas sobre la seguridad de nuestras comunidades. Cuando se extraen grandes volúmenes de material del cauce, el río pierde su estabilidad natural y su capacidad de contenerse. La alteración del lecho y la destrucción de retenes naturales provocan mayor erosión, facilitan el desprendimiento de piedras grandes y generan acumulaciones de sedimento aguas abajo. Así, cuando llegan lluvias intensas, el agua ya no encuentra un cauce seguro y comienza a desbordarse con más facilidad, afectando planicies, fincas y viviendas.

Sabemos que la actual administración municipal, durante su campaña electoral, prometió realizar un diagnóstico ecológico del cantón. Consideramos que este es el momento oportuno para honrar ese compromiso. Un diagnóstico serio, participativo y público permitiría tomar decisiones responsables, basadas en información clara, y orientar verdaderas políticas de manejo de cuencas que prioricen la vida, la seguridad y el bienestar de nuestras comunidades.

Por eso hoy, ante esta nueva emergencia que vive nuestro cantón, reiteramos un llamado urgente que venimos haciendo desde hace más de dos años:

  1. Revisión inmediata de las concesiones: Evaluar todas las concesiones y permisos de extracción vigentes sobre el Río Frío.
  2. Moratoria en nuevas concesiones: Suspender la entrega de nuevos permisos hasta contar con un diagnóstico ambiental actualizado, transparente y con participación comunitaria.
  3. Garantías de transparencia: Asegurar que la comunidad pueda verificar que se está extrayendo el material correcto y en la cantidad autorizada.
  4. Evaluación de daños acumulados: Realizar un estudio técnico riguroso que documente los impactos en la cuenca alta y baja del río, considerando su relación con la creciente vulnerabilidad ante inundaciones.
  5. Restauración y fiscalización: Impulsar planes de restauración ecológica y reforzar la supervisión para evitar prácticas extractivas excesivas como las ocurridas en años anteriores.
  6. Cumplimiento de compromisos ambientales: Elaborar el diagnóstico ecológico del cantón, que debe ser la base de todas las decisiones relacionadas con el ambiente.

Existen experiencias y mecanismos que pueden ayudar a avanzar en este camino, tales como:

– Publicar informes claros y accesibles.

– Implementar controles de pesaje confiables.

– Realizar auditorías ambientales abiertas a la comunidad.

– Reconocer y fortalecer el papel de los comités de vigilancia comunitaria como actores clave en el monitoreo.

No nos mueve la oposición al progreso ni al mantenimiento de caminos, sino la defensa de un bien común vital. El Río Frío no es solo un banco de materiales; es un patrimonio hídrico, cultural y ecológico que sostiene la vida de Maquengal, de Guatuso y de toda la región norte.

Invitamos a nuestras autoridades municipales y ambientales a que escuchen la voz de la comunidad, que se informen de los datos y testimonios que desde 2022 venimos compartiendo. Y convocamos a todas y todos los vecinos del cantón a sumar esfuerzos para que estas inundaciones no sean vistas solo como eventos inevitables de la naturaleza, sino como una señal de que debemos cambiar la forma en que tratamos nuestros ríos.

Que esta carta sea un recordatorio de que aún estamos a tiempo de cuidar lo que nos da vida.

Por nuestros hijos y nietos, por la seguridad de nuestras comunidades y por el respeto al agua que nos sostiene.

Con respeto y firmeza, Comité para la Defensa de la Cuenca del Río Frío – Maquengal

Si quieren conocer más sobre el Comité para la Defensa de la Cuenca del Río Frío, sobre sus señalamientos y propuestas pueden visita la nota «Maquengal alza la voz en el Día Mundial del Agua: Urgen medidas para frenar la explotación del Río Frío»

Galería

Las siguientes fotografías muestran el impacto de la extracción intensiva realizada durante los últimos ocho años. Ya se observan afectaciones en las partes altas del territorio. En esta imagen, por ejemplo, se aprecia cómo el río se ha hundido, socavando el paredón, arrasando con el camino existente y alcanzando una profundidad de aproximadamente metro y medio.

Esta nota fue elaborada por la comunidad de Maquengal, en el cantón de Guatuso, con el objetivo de visibilizar las problemáticas que afectan la cuenca del Río Frío y ejercer su derecho a vivir en un ambiente sano y seguro. A través de este pronunciamiento público, buscan llamar la atención de las autoridades y de la ciudadanía en general sobre la urgencia de detener prácticas extractivas que incrementan la vulnerabilidad de las comunidades ante inundaciones y otros riesgos. El Observatorio de Bienes Comunes publica este comunicado con el fin de amplificar la voz comunitaria y contribuir a la defensa de los bienes comunes.

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¿Hasta la última piedra? El Río Frío bajo amenaza por minería no metálica

La comunidad de Maquengal en Guatuso vuelve a alzar la voz. Esta vez, con más urgencia que nunca.

A pesar de años de las advertencias comunitarias y las evidencias sobre el daño ambiental, la administración anterior de la Municipalidad de Guatuso aprobó una nueva concesión de minería no metálica en el Río Frío por 30 años más. Mientras tanto, maquinaria pesada ya está escarbando en la poza ubicada cerca de la base del puente de cemento, removiendo material de forma intensiva y alterando drásticamente el cauce del río.

El impacto es tangible. Las pozas ya no están, la sedimentación impide la navegación, las corrientes disminuyen, los espacios de recreación se han vuelto inseguros, y los bordes del río se erosionan visiblemente. Lo que antes era parte del paisaje vivo de la comunidad, hoy es un recuerdo en peligro de desaparecer.

“Esto ha venido a matar el río. Le estamos vendiendo al mundo un sitio RAMSAR, el humedal de Caño Negro, que no estamos cuidando”, expresó una persona vecina. El Río Frío no solo es un símbolo cultural y económico para la región, sino el principal afluente del Humedal Caño Negro, reconocido internacionalmente por su biodiversidad y protegido bajo la Convención RAMSAR.

Cuando se arranca el río, se arranca la vida

La extracción sin regulación no solo pone en riesgo ecosistemas: también daña infraestructura pública, propiedades privadas y genera condiciones propicias para inundaciones y pérdida de suelos. Este riesgo es más que una posibilidad futura: ya está ocurriendo en la poza cercana a la base del puente de cemento que une Maquengal con la Amapola, donde actualmente maquinaria remueve material sin un monitoreo claro. Las alteraciones al cauce y al entorno inmediato podrían comprometer la estabilidad del propio puente, aumentar la erosión de las riberas y agravar las afectaciones aguas abajo.

Es decir, el afán por “sacar hasta la última piedra” termina dejando un vacío que se siente en lo ambiental, lo social y lo económico. La remoción del lecho del río no solo altera su curso natural, sino que también pone en riesgo la seguridad y el bienestar de quienes viven a su alrededor.

El caso de Maquengal es más que una denuncia: es una lección de participación ambiental comunitaria. En marzo de este año, durante el Festival del Agua, vecinas y vecinos entregaron cartas al alcalde Carlos Sequeira y a autoridades ambientales, recordando el compromiso asumido de hacer un diagnóstico ecológico del cantón. Esta solicitud no es caprichosa: es una necesidad urgente, especialmente cuando ya se están interviniendo zonas sensibles del río sin un control efectivo y con impactos visibles que podrían ser irreversibles.

Voces por la protección del Río Frío

En Maquengal, la defensa del río no es un asunto técnico ni lejano: es cotidiano, vivido, sentido. Las personas vecinas se preguntan por qué se insiste en extraer piedra del Río Frío, mientras existen otros cauces que podrían asumir esa carga sin tanta afectación.

“¿Por qué todas las piedras grandes se las llevan del Río Frío? ¿Por qué no se hace un equilibrio con otros ríos como el Celeste, el Venado o el Samen, que también tienen bastante piedra? Aquí ya están sacando hasta las piedras grandes, las que le dan forma al río, las que sostienen sus orillas.”

La preocupación va más allá de Maquengal. Vecinos de otras zonas del cantón han señalado cómo el dragado también ha afectado humedales y otros afluentes del Río Frío. En lugares como Buenavista, donde el mismo río Celeste ofrecía pozas naturales, hoy las familias recuerdan con tristeza cómo esos espacios desaparecieron.

“Han sacado manzanas enteras de humedal. Lo vemos en Llanos, lo vemos en Buenavista, y el gobierno local no hizo nada. Antes la gente se bañaba en Semana Santa, ahora las pozas ya no están.”

Frente a este abandono institucional, muchas personas se preguntan qué ha hecho el gobierno local en todos estos años.

“¿Qué ha estado haciendo la municipalidad mientras todo esto pasa? La población sí ha estado observando, denunciando, pero las veredas del río se destruyen, los humedales se secan, y seguimos sin respuestas claras. ¿A dónde vamos a llegar si no se detiene esto?”

Las voces del territorio, lejos de ser ruido, son un llamado urgente: dejar descansar al río, repensar las prioridades, y cuidar lo que aún late antes de que lo borren hasta la última piedra.

¿Desarrollo para quién?

Las comunidades no están en contra del desarrollo. Están en contra del saqueo, del uso intensivo de un bien común para el lucro de unos pocos, sin respetar los límites ecológicos ni los derechos de quienes viven en el territorio. Mientras se extrae el material, las personas vecinas de Maquengal pierden el potencial turístico del Río Frío, que antes atraía visitantes por su belleza natural y su biodiversidad. Pero aún más grave: pierden también su espacio recreativo local, el lugar donde niñas, niños, jóvenes y personas adultas compartían, se bañaban, pescaban y construían sus vidas cotidianas.

Como expresan con firmeza sobre la relación entre el humedal de Caño Negro y el río Frío: “no se puede seguir vendiendo al mundo un sitio de valor ambiental si no se está cuidando ni monitoreando”.

Frente al extractivismo, la comunidad propone un camino distinto:

  • Priorizar proyectos que beneficien el bienestar.

  • Regular con criterios ambientales.

  • Evaluar los daños acumulados y restaurar los ecosistemas.

  • Escuchar y respetar la voz de quienes han vivido, cuidado y defendido el río toda su vida.

Participar es un derecho, manternos es un deber

El Acuerdo de Escazú y la Ley Orgánica del Ambiente reconocen el derecho de las personas a participar en las decisiones ambientales. Y eso es precisamente lo que hace Maquengal: ejercer su derecho a defender un río que aún vive, que aún canta, pero que está siendo silenciado a golpe de retroexcavadora.

No podemos permitir que la minería no metálica borre nuestras pozas, nuestros recuerdos, nuestra seguridad, nuestra biodiversidad.

Porque cuando se agota hasta la última piedra, lo que queda es el vacío de lo que fuimos.

¿Qué es la minería no metálica y por qué afecta tanto?

La minería no metálica es la extracción de materiales como arena, piedra, grava, caliza, arcilla y otros minerales que no contienen metales. En Costa Rica, esta actividad se realiza principalmente para abastecer la industria de la construcción: carreteras, puentes, edificios y desarrollos inmobiliarios.

Aunque no se trate de oro o cobre, los impactos ambientales de esta minería pueden ser igual de devastadores, especialmente cuando se realiza en cauces de ríos o zonas sensibles:

  • Modifica el cauce natural del río, alterando sus flujos y aumentando el riesgo de

  • Provoca erosión en las riberas, afectando árboles, vegetación y vida

  • Contribuye a la sedimentación, lo que daña la calidad del agua y reduce el hábitat de muchas especies acuáticas.

  • Disminuye el caudal, afectando a las personas que dependen del río para consumo, agricultura o recreación.

  • Fragmenta los ecosistemas, afectando la biodiversidad y debilitando la capacidad de los humedales de cumplir funciones clave, como el control de inundaciones o la regulación del clima local.

Cuando esta actividad no se regula adecuadamente, se convierte en una forma de extractivismo destructivo que sacrifica el largo plazo en nombre de un beneficio inmediato y desigual.