Las comunidades del cantón de Guatuso, al norte de Costa Rica, vuelven a alzar su voz ante una nueva amenaza que se cierne sobre el Río Frío: el inicio de operaciones de una concesión minera en el sector de Maquengal que podría intensificar la destrucción de las isletas vegetadas del cauce. Estas pequeñas islas, lejos de ser simples depósitos de sedimento, son espacios de altísimo valor ecológico que han albergado durante décadas árboles centenarios, nidos de aves, madrigueras de pequeños mamíferos y corredores de paso para la fauna silvestre. Su presencia regula la temperatura del agua, estabiliza las riberas y sostiene la biodiversidad del río.
En muchos casos, estas isletas también han sido parte fundamental de la vida comunitaria: lugares para la pesca, la recreación o la contemplación, donde se cultivaba un vínculo cotidiano con el río. Hoy, ese vínculo se encuentra amenazado por el avance de un modelo extractivo que no respeta los ritmos ni las formas de vida del territorio.
La maquinaria de la nueva concesión —que ya comenzó a remover materiales como arena, grava y piedra— podría intervenir directamente estas islas, como ha ocurrido en otras zonas de la cuenca, sin que existan estudios técnicos claros, sin una fiscalización ambiental visible y sin cumplir con procesos de consulta a las comunidades. Lo que antes eran superficies estables, con raíces profundas y vida abundante, corren el riesgo de convertirse en áreas erosionadas y expuestas al colapso.
La transformación del río no es solo visible en el paisaje: también altera el equilibrio hidrológico, desvía el curso del agua, acelera la erosión y fragmenta ecosistemas vitales. En palabras de una persona vecina de Maquengal: “Ya no se ven los animales que solían estar ahí. Era como un pequeño bosque en medio del agua. Ahora solo quedan huecos y barro.”
La preocupación no es nueva, pero se agudiza con cada permiso que se otorga sin tomar en cuenta a quienes habitan y cuidan el río. Lo que está en juego no es solo un recurso: es la continuidad de un ecosistema completo y la posibilidad de vivir en armonía con él.
¿Cómo puede considerarse aceptable intervenir con maquinaria pesada áreas con árboles centenarios y una biodiversidad única, sin estudios rigurosos, sin fiscalización efectiva y sin consultar a las comunidades directamente afectadas? ¿Qué valor real tiene la legislación ambiental si se permite avanzar sobre territorios vivos como si fueran vacíos? La contradicción entre el discurso ambiental del país y las prácticas extractivas que se permiten en el territorio es cada vez más evidente y alarmante.

La destrucción de las isletas no es un accidente ni una consecuencia inevitable del desarrollo. Es una decisión política, una expresión de prioridades distorsionadas donde el beneficio privado prevalece sobre el bien común. Es momento de exigir responsabilidades, de revisar las prácticas institucionales que normalizan este tipo de daños, y de reafirmar que los ríos —con su biodiversidad, su historia y su belleza— no son canteras ni botines: son territorios vivos que merecen respeto y defensa colectiva.
Las isletas no son escombros: son nodos de vida
Una de las expresiones más graves del pensamiento extractivista es la capacidad de reducir la naturaleza a objetos inertes, despojados de vida y sentido. Así ha ocurrido con las isletas del Río Frío: pequeñas formaciones vegetadas dentro del cauce, vistas desde la lógica de la minería como simples acumulaciones de sedimento útiles para la extracción. Pero lo que para la maquinaria son depósitos de arena y grava, para el ecosistema son nichos de biodiversidad y piezas claves del equilibrio ecológico.
Estas isletas son el hogar de múltiples especies: aves acuáticas que anidan en sus ramas, reptiles que se refugian entre sus raíces, mamíferos pequeños que cruzan el río saltando de una orilla a otra. Son también el soporte de árboles centenarios que, con sus raíces profundas, estabilizan el cauce, evitan la erosión y ayudan a filtrar el agua. La riqueza de vida que encierran no es siempre visible al ojo humano, pero cumple funciones esenciales para la salud del río y la vida que depende de él.
Ignorar este valor ecológico y cultural es un error no solo técnico, sino ético. Las isletas no son pasivas: participan activamente en la regulación del caudal, la captura de sedimentos, la provisión de sombra, y el mantenimiento de temperaturas estables en el agua, lo cual es vital para muchas especies acuáticas. Al ser intervenidas por la maquinaria, estas funciones se ven alteradas o anuladas, afectando en cadena a todo el ecosistema.
Además de su importancia ambiental, las isletas tienen una dimensión simbólica y afectiva para las comunidades ribereñas. Son parte de la memoria local, de las caminatas al río, de los días de pesca y juego, de los relatos compartidos entre generaciones. Verlas desaparecer, arrasadas por la extracción, no es solo una pérdida material: es también un golpe al vínculo que las personas han tejido con su territorio.
Reconocer el valor integral de estas islas implica romper con la mirada utilitaria que solo ve en ellas recursos para ser explotados. Es comprender que el río no está hecho solo de agua y piedras: está hecho de relaciones entre especies, flujos invisibles de vida, y memorias compartidas. Defender las isletas del Río Frío es también defender una forma distinta de habitar el mundo, más cuidadosa, más humilde y más conectada con la vida que nos rodea.
¿Qué ha venido pasando? Erosión, pérdida de biodiversidad y transformación del paisaje
Según denuncias recopiladas por el Observatorio de Bienes Comunes y habitantes de la zona, las afectaciones provocadas por la minería no metálica incluyen:
- Reducción del caudal y modificación del curso del río, lo cual cambia el comportamiento natural del agua.
- Erosión acelerada de las riberas e islas, lo que arrastra suelo fértil y debilita la estructura del ecosistema.
- Sedimentación excesiva, que enturbia el agua y perjudica a peces, anfibios y otras formas de vida acuática.
- Pérdida de árboles centenarios, algunos con más de 100 años de existencia, claves para la estabilidad ecológica del río.
- Eliminación de sitios recreativos, caminos tradicionales de navegación y espacios de encuentro comunitario.
Proteger las islas es proteger el río
Las isletas del Río Frío no son solo montículos de tierra: son hogar, refugio y fuente de vida. Su destrucción es irreversible y representa un golpe directo a la salud del ecosistema y al derecho de las comunidades a un ambiente sano.
Si no se detiene el avance del extractivismo, lo que hoy es tierra fértil y biodiversa será mañana solo una cicatriz más en un río cada vez más herido.