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Defensa de la Cuenca del Río Frío denuncia ante el MINAE la extracción minera en Guatuso con más de 150 firmas ciudadanas

El movimiento socioambiental Defensa de la Cuenca del Río Frío, junto a más de 150 personas del pueblo de Maquencal y comunidades aledañas en Guatuso de Alajuela, entregaron este viernes un documento de denuncia ciudadana al ministro de Ambiente y Energía, Franz Tattenbach Capra. La acción busca detener el deterioro del ecosistema del río Frío frente a décadas de extracción minera no metálica en su cauce.

En el documento entregado y respaldado por más de 150 firmas, las comunidades denuncian la “extracción irracional” de material minero no metálico en el Río Frío, la cual se ha extendido por más de tres décadas, con registros de concesiones desde 1991. Según expresaron, este modelo extractivo ha significado un “consumo excesivo en el tiempo, una extracción desmedida y una degradación absoluta del ecosistema”.

La denuncia se fundamenta en el artículo 50 de la Constitución Política de Costa Rica, que reconoce el derecho de toda persona a un ambiente sano y ecológicamente equilibrado. En ese sentido, el movimiento solicita al Ministerio de Ambiente y Energía (MINAE) que no se otorguen más concesiones sobre el Río Frío y que se realicen estudios técnico-científicos rigurosos para determinar el verdadero impacto ambiental de las actividades mineras en la cuenca.

El movimiento Defensa de la Cuenca del Río Frío insiste en que esta lucha no se trata solo de preservar el río, sino también de garantizar la calidad de vida de las generaciones presentes y futuras. Al respecto, recordaron el Principio 3 de la Declaración de Río de 1992: “El derecho al desarrollo debe ejercerse en forma tal que responda equitativamente a las necesidades del desarrollo y ambiente de las generaciones presentes y futuras”.

Con esta acción y el respaldo ciudadano expresado en las firmas, las comunidades esperan que el MINAE escuche la voz colectiva y actúe en defensa del interés público, priorizando el derecho a un ambiente sano sobre los intereses extractivos que han puesto en riesgo la vida del Río Frío y de quienes dependen de él.

Pueden ver la denuncia ciudadana aquí.

Por motivos de privacidad, no se publican en esta nota las firmas ni los números de cédula de las personas firmantes.

Un ejemplo del impacto: antes
Ahora
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Nuestra América piensa y resiste: en solidaridad con quienes defienden la vida frente al extractivismo

La Primera Declaración de La Habana (1960) no fue solo un discurso de otro tiempo: fue un grito colectivo por soberanía, autodeterminación y justicia social. Hoy, denunciar la violencia extractiva no es “injerencia”, es continuar esa tradición emancipadora. Lo paradójico es que quienes acusan de conspirar a las voces críticas son, muchas veces, los mismos que firman contratos con Chevron, empresa que además trabaja directamente con Israel, o venden petróleo al gigante imperial que financia guerras y sostiene a Israel. El verdadero rostro del imperialismo no está en quienes defienden la vida, sino en los acuerdos lucrativos que traicionan la dignidad de los pueblos.

Se han difundido textos que pretenden instalar la idea de que académicos, activistas y organizaciones socioambientales en Venezuela —entre ellos Edgardo Lander, Emiliano Terán, Alexandra Martínez, Francisco Javier Velasco y Santiago Arconada— forman parte de una red de “injerencia extranjera” y de supuestas operaciones para desestabilizar al Estado venezolano.

Estas acusaciones no son nuevas: repiten, con ligeros matices, el guion habitual de quienes ven en toda crítica un acto de traición y en toda denuncia socioambiental un complot internacional. Lo novedoso hoy es el nivel de desproporción y simplificación, donde la etiqueta de “conspiración” sustituye cualquier debate real sobre el modelo extractivista y sus consecuencias sobre los pueblos y los territorios.

El recurso cómodo de la “injerencia”

Apelar a la “injerencia” es un recurso cómodo para quienes no desean discutir lo esencial: que el Arco Minero del Orinoco y otros megaproyectos extractivos están provocando devastación ambiental, vulnerando derechos de comunidades indígenas y abriendo paso a dinámicas de corrupción y violencia. Señalar estos problemas no significa alinearse con agendas imperiales, sino ejercer el mínimo deber ético de defender la vida y la dignidad de los pueblos.

Convertir a organizaciones, fundaciones o académicos críticos en “agentes extranjeros” es una manera de evadir responsabilidades y de instalar un clima de miedo donde toda voz disonante se trata como sospechosa. En lugar de debate, estigmatización; en lugar de diálogo, disciplinamiento.

La hipocresía de ciertas voces intelectuales

Resulta particularmente grave la hipocresía de sectores intelectuales que, en nombre de la defensa antiimperialista, callan ante la devastación ambiental y la represión interna, pero se activan de inmediato para deslegitimar a quienes levantan críticas fundamentadas.

Estos sectores dicen rechazar “las divisiones en el campo popular”, pero en la práctica reproducen un discurso que criminaliza, aísla y pone en riesgo a compañerxs de lucha. Su retórica se alimenta del mismo dispositivo que históricamente ha servido para perseguir la disidencia dentro de procesos revolucionarios: acusar de estar “del lado del enemigo” a quienes piensan distinto.

Chevron, Israel y los silencios cómplices

El mapa del poder global se entiende mejor siguiendo las rutas de las energías fósiles. Chevron, una de las principales transnacionales del sector, no solo ha devastado territorios en América Latina y África: también abastece directamente al Estado de Israel, sosteniendo con energía y capital la maquinaria de guerra que perpetra el genocidio contra el pueblo palestino.

Frente a esta realidad, el silencio de ciertos sectores intelectuales resulta ensordecedor. Quienes hoy se apresuran a acusar de “injerencistas” a Edgardo Lander y a quienes denuncian el extractivismo omiten deliberadamente esta complicidad estructural. Guardan silencio sobre cómo el capital que desangra a Venezuela, Ecuador o Nigeria también alimenta los crímenes de guerra en Gaza.

La contradicción se profundiza cuando el propio gobierno venezolano, que en los discursos se presenta como aliado del pueblo palestino, mantiene negocios con Chevron, empresa vinculada directamente al sostenimiento energético de Israel. ¿Cómo puede hablarse de solidaridad con Palestina mientras se negocia con una corporación que abastece a su verdugo?

Estas incoherencias no son detalles secundarios: muestran hasta qué punto el antiimperialismo puede vaciarse de sentido cuando se convierte en una consigna sin práctica consecuente. La crítica que se intenta acallar con acusaciones de “traición” o “intervencionismo” no es más que la insistencia en desenmascarar estas relaciones de poder, allí donde se cruzan extractivismo, genocidio y negocio.

Defender la crítica como parte de la emancipación

La verdadera fortaleza de cualquier proyecto emancipador no se mide por su capacidad de blindarse de toda crítica, sino por la disposición a escuchar y corregir. Deslegitimar a quienes cuestionan el extractivismo bajo el argumento de que “repiten tesis imperiales” no solo es injusto, sino peligroso: abre la puerta a que toda crítica social, ambiental o de derechos humanos sea catalogada como enemiga.

La historia latinoamericana nos ha enseñado que cuando la crítica se silencia, se impone el dogma; y cuando se criminaliza la diferencia, se erosiona la posibilidad de construir alternativas reales al capitalismo depredador.

Nuestra solidaridad

Desde diferentes territorios y luchas, expresamos nuestra solidaridad con Edgardo Lander, Emiliano Terán, Alexandra Martínez, Francisco Javier Velasco y Santiago Arconada, así como con todas las personas y organizaciones que defienden la vida frente al extractivismo en Venezuela y en América Latina.

Su trabajo es parte de una larga tradición de pensamiento crítico y compromiso con los bienes comunes. Callar o atacar esa labor no fortalece ningún proceso popular: al contrario, lo debilita.

Defender la posibilidad de disentir, cuestionar y proponer alternativas no es un lujo, es una necesidad histórica. Frente a los intentos de disciplinamiento, reafirmamos que la solidaridad entre pueblos y movimientos no se construye repitiendo consignas, sino sosteniendo espacios de crítica, cuidado y dignidad compartida.

José Martí: el antiimperialismo como defensa de la dignidad de los pueblos

José Martí comprendió tempranamente que el imperialismo era, más que una amenaza externa, un sistema que pretendía moldear conciencias y subordinar economías. En textos como Nuestra América (1891), Martí advierte contra “los pueblos que se creen el ombligo del mundo” y llama a los latinoamericanos a gobernarse con sus propias realidades, no con recetas importadas.

Para Martí, la lucha contra el imperialismo no se reducía al enfrentamiento militar o político, sino a un proyecto cultural y ético de afirmación de la dignidad. Esa tradición martiana nos recuerda que criticar los proyectos extractivistas que entregan territorios a capitales extranjeros no es alinearse con el enemigo, sino precisamente honrar la vocación emancipadora de nuestros pueblos. Como escribió Martí, “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”. Quienes hoy levantan críticas desde la ecología política siguen levantando trincheras de ideas frente a un modelo que, bajo el ropaje de “desarrollo”, repite lógicas coloniales.

Franz Fanon: descolonizar implica también cuestionar las élites propias

Franz Fanon, en obras como Los condenados de la tierra (1961), señaló con claridad que la liberación no podía quedarse en la expulsión del colonizador externo: había que evitar que las élites locales reprodujeran las mismas lógicas de opresión y saqueo. Para Fanon, la descolonización era un proceso integral que exigía transformar las estructuras políticas, económicas y culturales, no simplemente cambiar de administradores.

Esta reflexión es fundamental hoy en Venezuela y en América Latina: se puede invocar la bandera antiimperialista mientras se perpetúan prácticas extractivistas que reproducen las formas coloniales de dominación sobre pueblos indígenas y territorios. Fanon advirtió contra el riesgo de sustituir el colonialismo europeo por “burguesías nacionales” que se enriquecen a costa de su pueblo. En ese sentido, la crítica a proyectos como el Arco Minero no debilita la lucha antiimperialista: la fortalece, porque desnuda cómo el colonialismo puede mutar y reaparecer bajo nuevas máscaras.

Ignacio Ellacuría: la crítica como opción por los pueblos crucificados

El pensamiento de Ignacio Ellacuría, filósofo y teólogo asesinado en El Salvador en 1989, aporta una clave imprescindible: la verdad histórica se encuentra en los pueblos crucificados. Ellacuría sostenía que toda reflexión crítica debía partir de las víctimas del sistema, de los pobres, de quienes sufren la violencia estructural. Desde esa opción preferencial, la función de la intelectualidad y de las instituciones no es legitimar a los poderosos, sino develar las injusticias y ponerse del lado de quienes cargan la cruz de la historia.

Aplicado a la Venezuela actual, este legado nos obliga a escuchar a las comunidades indígenas y a los territorios devastados por el extractivismo, no a silenciarlos con acusaciones de conspiración. Ellacuría hablaba de la necesidad de una “civilización de la pobreza”, entendida no como miseria impuesta, sino como un proyecto donde los bienes comunes se compartan y la vida se defienda. Ese horizonte es incompatible con la criminalización de quienes, desde la ecología política, denuncian el sufrimiento de los pueblos y de la naturaleza.

La crítica verdadera frente a los intelectuales a sueldo

Silvio Rodríguez nos recordó, en una de sus canciones más descarnadas, que hay voces que se visten de rebeldía pero suenan huecas, porque en realidad repiten lo que el poder les dicta. Esa imagen del “harapo” es demoledora: el disfraz de radicalidad que, al primer soplo del viento, deja ver su costura oportunista.

Hoy, algunos pseudointelectuales se presentan como guardianes de la revolución y portavoces de la “lucha antiimperialista”, pero sus discursos terminan coincidiendo con los intereses de los mismos Estados y aparatos que los financian. Usan la retórica de la patria y del pueblo, pero se acomodan a las estructuras que garantizan su prestigio, sus viajes, sus publicaciones y sus sueldos.

Mientras tanto, quienes se atreven a señalar los daños concretos —el extractivismo que arrasa, las comunidades indígenas que resisten, los territorios envenenados— son acusados de ser “injerencistas” o “agentes del imperio”. La ironía es brutal: los auténticos críticos son perseguidos, y los burócratas del pensamiento se envuelven en banderas para esconder su servidumbre.

La canción de Silvio nos deja una clave: la verdadera coherencia no se mide en discursos grandilocuentes, sino en la capacidad de sostener la dignidad aun en la intemperie. Frente a los trajes de oropel de la pseudointelectualidad, reivindicamos las voces que, con harapos si hace falta, siguen defendiendo la vida, los pueblos y los bienes comunes.

El verdadero imperialismo no está en las voces críticas que denuncian la devastación ambiental ni en los colectivos que levantan trincheras de ideas para defender a los pueblos. El imperialismo se sostiene en los contratos con transnacionales como Chevron, en el sudor de quienes extraen petróleo que luego se vende al mismo Estados Unidos que financia guerras y sostiene a Israel en su política genocida contra Palestina.

Hablar de “injerencia” para acallar a académicos, ecologistas o movimientos sociales es una paradoja dolorosa, cuando las puertas del extractivismo se abren sin reparos al capital extranjero. Quienes hoy señalan con el dedo a Edgardo Lander y a otros compañeros deberían mirar de frente esa contradicción: ¿quién sirve más a los intereses imperiales, el que denuncia la expoliación de los pueblos o el que la administra con la excusa del desarrollo?

El antiimperialismo verdadero no se decreta: se ejerce en la defensa de la dignidad, en la coherencia frente al poder y en la capacidad de escuchar a los pueblos que resisten. Todo lo demás es un harapo que, tarde o temprano, deja ver su costura.

Activismo en directo (con spoilers de Chevron incluidos)

Antes de que alguien se espante, aclaramos: no se trata de conspiraciones fantasiosas ni de fake news… o bueno, depende de a quién le preguntes. Los videos que verán a continuación muestran a activistas y académicos desenmascarando la complicidad de grandes empresas y Estados en dinámicas de saqueo y violencia. Sí, incluso aquellos que algunos prefieren ignorar: como ese pequeño detalle sobre Chevron, su “misión liberadora” en Venezuela y su relación con Israel… pero shhh, mejor no decirlo demasiado fuerte. Prepárense para ver verdades incómodas que ciertos intelectuales suelen omitir mientras se disputan la etiqueta de antiimperialistas.

Chevron, la nueva aliada del antiimperialismo: abastece a Israel, pero no se preocupen… seguro es fake news, porque nadie querría arruinar sus nobles inversiones liberadoras en Venezuela.

Para que no nos acusen de inventar ni de ‘injerencistas’, usamos como fuente a Telesur: nada más revolucionario que enterarse por la TV del gobierno cómo Chevron y Venezuela sellan su ‘antiimperialismo’ con contrato y apretón de manos… mientras la misma Chevron abastece de gas a Israel para sostener el genocidio en Gaza.

Y para completar el guion, en el video de Telesur sobre Chevron aparece Ignacio Ramonet, el mismo que luego denuncia —con toda razón— que Israel mata periodistas. Una escena digna de tragicomedia: condenar al verdugo en Gaza mientras se aplaude al socio que trabaja por la «revolución» en Caracas. Antiimperialismo a la carta.

Atención: video de Grosfoguel denunciando a Israel… aunque estamos casi seguros de que se cortó justo cuando iba a mencionar a su socio secreto, Chevron. Ups, mejor no decir eso, que son solo ‘inversiones liberadoras’ en Venezuela.

Patricia Villegas celebra la resistencia palestina desde 1979… y en 2025 también celebra la reanudación de Chevron en Venezuela. Nada como combinar décadas de lucha por la soberanía con un poquito de ‘inversiones liberadoras’. Todo muy coherente, claro.

Maduro denuncia a Israel como el nuevo Hitler en Gaza… pero curiosamente nadie menciona que Hitler también hacía negocios con empresas cómplices. Mejor no decir eso, sobre todo si alguna de esas empresas rima con Chevron y da un tirón… a los pueblos mientras habla de ‘inversiones liberadoras’ en Venezuela.

Y ahora, para que no queden dudas de la “liberación energética” en acción, les presentamos los datos directamente de la propia Chevron. Sí, sí, esa misma empresa que Telesur celebra como “reanudando sus operaciones liberadoras” en Venezuela. No se preocupen: no vamos a dudar de la fuente oficial, porque ¿quién podría cuestionar a una corporación mientras construye gasoductos y suministra gas a uno de los Estados más militarizados del mundo? Prepárense para cifras, inversiones millonarias y producciones récord… todo muy coherente con la narrativa del progreso y la soberanía… para algunos.

Operaciones de Chevron en Israel
ProyectoAño Descubrimiento / DesarrolloSocios y participación de ChevronUbicación y característicasProducción / Impacto
LeviatánDescubierto 2010; desarrollo principal 2010-201xChevron Mediterranean Limited 39,66%; NewMed Energy 45,34%; Ratio Energies 15%130 km al oeste de Haifa, Mar Mediterráneo; cuatro pozos de producción a ~5 km de profundidad; gasoducto submarino e instalaciones de procesamientoProducción de 12 mil millones m³ de gas/año; permite cesar uso de carbón en generación eléctrica para 2025; exportador significativo de gas
TamarDescubierto 2009; desarrollado en 4 añosChevron Mediterranean Limited 25%; Isramco 28,75%; Tamar Petroleum 16,75%; Mubadala Energy 11%; Tamar Investment 2 11%; Dor Gas 4%; Union Energy & Systems 2 3,5%90 km al oeste de Haifa; 5 km de profundidad; superficie 100 km²; seis pozos de producciónAbastece ~70% del consumo eléctrico de Israel; reducción del uso de carbón, fueloil y diésel; mejora de calidad del aire
Mari-BDescubierto 2000; suministro desde 2004. Actualmente agotado.Chevron / Noble Energy junto con Delek, Delek Drilling y AvnerParte del proyecto Yam Tethys28 mil millones m³ de gas natural; primera vez que el gas natural fluye a las costas de Israel; suministro al mercado local

Chevron. (2025). Nuestros proyectos en Israel: Leviatán, Tamar y Mari-B. Recuperado de https://israel.chevron.com/en/our-businesses

¿Por qué hicimos esta nota? Omisiones y dobles estándares en la esfera intelectual y política

Ramón Grosfoguel ha denunciado consistentemente las políticas de Israel hacia Palestina y ha señalado violaciones de derechos humanos en diversos contextos. Sin embargo, en sus intervenciones públicas no se ha referido a los vínculos de empresas transnacionales como Chevron con Israel, a pesar de que estas corporaciones mantienen operaciones en territorios donde se perpetran políticas de guerra y ocupación.

Situación similar se observa en otros actores mediáticos e intelectuales. Ignacio Ramonet, por ejemplo, condena con firmeza ataques contra periodistas en Gaza, pero no aborda los vínculos corporativos que financian o sostienen indirectamente esas operaciones. Patricia Villegas, desde Telesur, celebra la resistencia palestina y la soberanía energética en América Latina, mientras la misma cobertura omite mencionar la reanudación de operaciones de Chevron en Venezuela, que abastece gas a Israel. Por su parte, Nicolás Maduro denuncia agresiones en Gaza y las compara con episodios históricos de genocidio, pero no cuestiona la complicidad indirecta derivada de contratos con corporaciones transnacionales.

Estas ausencias no son inocentes. En el contexto de la campaña de criminalización desarrollada por el gobierno venezolano contra intelectuales y activistas críticos —como Edgardo Lander, Emiliano Terán, Alexandra Martínez, Francisco Javier Velasco y Santiago Arconada— la omisión de estos vínculos corporativos y económicos estratégicos se vuelve parte de un patrón de control discursivo. Se promueve la narrativa de “injerencia extranjera” para deslegitimar críticas al extractivismo y a la gestión estatal, mientras se silencia información que podría evidenciar contradicciones en la política oficial.

Desde la perspectiva crítica, estas omisiones evidencian cómo ciertos aspectos de la relación entre corporaciones y Estados quedan fuera del debate, mientras se enfatiza la condena a políticas estatales específicas. Señalar estas ausencias permite un análisis más completo del poder global y de las conexiones entre extractivismo, financiamiento de conflictos y narrativas auto-proclamadas como antiimperialistas, mostrando que la defensa de la soberanía no puede sostenerse en silencios estratégicos.

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La voz del río y el silencio de los estudios: ¿quién protege a Maquengal?

Vecinas y vecinos de Maquengal y San Luis de Upala, junto con cinco personas de Guatuso, se reunieron en Maquengal el pasado 3 de agosto, expresaron su profunda preocupación ante la reciente concesión para la extracción de materiales en el Río Frío. Mientras los documentos oficiales presentan a Maquengal como un caserío marginal, citando una escuela y un poblado, casi de paso, la realidad vivida por la comunidad revela otra historia: un territorio vivo, organizado y profundamente ligado a su río.

Lo que dice el Estudio de Impacto Ambiental (EsIA)

El EsIA del proyecto CDP Río Frío sostiene que:

  • La consulta a 31 personas refleja opiniones divididas y concluye que “no se prevé conflicto social significativo”.

  • El uso recreativo y turístico del río es secundario, reconocido solo por un 25,8% de las personas encuestadas.

  • Maquengal es descrito como un pueblo pequeño, con casas aisladas y servicios básicos mínimos.

  • La escuela cercana y los caminos comunales apenas son mencionados.

  • Los impactos sociales se limitan a variables como empleo, tránsito y servicios básicos, concluyendo que el proyecto no modificará los indicadores sociales y culturales de la zona.

  • Pueden descargar los documentos aquí.

Maquengal es descrito como un pueblo pequeño, con casas aisladas y servicios básicos mínimos; para este estudio se presenta prácticamente como un caserío, casi un pueblo fantasma, situación que indigna a las personas vecinas.

¿Caserío o pueblo? La manera en que se nombra también despoja

El EsIA clasifica a Maquengal como un simple “caserío”, casi un punto de paso sin relevancia, con pocas viviendas y servicios limitados. Esa definición técnica no es inocente: cuando un territorio se reduce a la categoría de caserío, se minimiza el valor de la vida que late en él.

Para quienes viven allí, Maquengal no es un punto en un mapa ni una suma de casas dispersas. Es un pueblo con historia, arraigo y vínculos colectivos. Ahí se han formado familias, se han criado generaciones y se han tejido relaciones de solidaridad. El río ha sido siempre el eje de esas vidas: lugar de recreación, de trabajo, de encuentro y de identidad.

Nombrar a Maquengal como caserío es una forma de desvalorización simbólica: sugiere que lo que ocurra ahí importa menos que en otros lugares, que sus habitantes no tienen el mismo derecho a decidir sobre su entorno, que sus afectaciones son menores porque se trata de “pocos habitantes”. Sin embargo, cada familia, cada niña y cada adulto que ha hecho su vida en torno al Río Frío sabe que ese espacio es mucho más que un caserío: es comunidad, es pueblo, es territorio vivido.

Lo que vive y denuncia la comunidad

El contraste con la realidad es contundente. En el conversatorio, las personas vecinas dieron sus testimonios que:

  • No hubo información ni consulta previa. “Nos enteramos cuando ya era un hecho”, relataron las personas.

  • El río es espacio de vida, recreación y cultura, donde generaciones han convivido y compartido.

  • El camino público que daba acceso al río fue tomado por maquinaria pesada, cerrando un espacio de recreación y generando riesgos para la comunidad y la Escuela Palmital, ubicada a 400 metros.

  • Los impactos son acumulativos: inundaciones más frecuentes, pérdida de cultivos, deterioro de caminos, reducción de caudal, desaparición de oportunidades de turismo comunitario y afectación al paisaje.

  • El daño no es solo ambiental, también es económico, social y cultural: se pierden ingresos familiares, empleos potenciales y proyectos de vida alternativos.

Un contraste que revela exclusión

El análisis comparativo muestra un patrón preocupante:

  • El EsIA minimiza la dimensión social y cultural, reduciendo el valor del río a un recurso de extracción.

  • La comunidad, en cambio, lo entiende como su futuro colectivo y su identidad.

  • Al no reconocer seriamente el uso recreativo, el turismo rural y la seguridad de la comunidad, se invisibiliza la verdadera magnitud de los impactos.

Más allá de Maquengal

Este caso no es aislado. Forma parte de un modelo de concesiones mineras en cauces públicos que prioriza los beneficios privados sobre los bienes comunes. Cuando lo social se relega a un apéndice técnico, se debilitan derechos fundamentales como la participación ciudadana y la consulta informada.

La insensibilidad institucional: cuando el desarrollo se mide sin comunidad

El problema no solo está en el documento, sino también en la insensibilidad con que profesionales e instituciones lo validan. El EsIA del CDP Río Frío fue elaborado por especialistas acreditados y revisado por instancias como SETENA y la Municipalidad de Guatuso, que terminaron avalando percepciones reducidas de la realidad.

Que un estudio presente a Maquengal como un caserío menor, que minimice la cercanía de una escuela y que reduzca el río a un recurso económico, refleja no solo un sesgo técnico, sino también un desprecio hacia la vida comunitaria.

La institucionalidad ambiental y municipal, al aprobar estos enfoques, reproduce un modelo de desarrollo que prioriza el beneficio privado sobre el bienestar colectivo. Se habla de empleos temporales, de “aprovechamiento de recursos” y de supuestas mejoras en infraestructura, pero se calla el costo real: la pérdida de un espacio de encuentro, la amenaza a la seguridad de niñas y niños, la frustración de proyectos de turismo rural y la erosión de la identidad cultural.

¿Qué desarrollo es este? ¿Qué le dejo la municipalidad a Maquengal? 

La respuesta es corta, destrozos.

Sin embargo, la pregunta que surge es inevitable: ¿qué tipo de desarrollo se impulsa cuando se ignora la voz de las comunidades?

  • Un desarrollo que destruye caminos públicos para abrir paso a maquinaria pesada.

  • Un desarrollo que reduce un río a cantera, invisibilizando su valor cultural y recreativo.

  • Un desarrollo que erosiona alternativas sostenibles como el turismo comunitario.

Este no es un desarrollo que fortalece comunidades ni que respeta los bienes comunes. Es un modelo extractivo que vende como progreso lo que en realidad es despojo.

La voz del río

Las comunidades de Maquengal lo tienen claro: “El río no se vende, se defiende”. Su lucha no es solo ambiental, es también por el respeto a la vida comunitaria, la cultura y la posibilidad de un desarrollo sostenible y justo.

La promesa autocumplida: cuando la indiferencia convierte en realidad lo que hoy se niega

Lo más doloroso de esta historia es la posibilidad de que la definición de caserío que hoy se impone desde un Estudio de Impacto Ambiental termine haciéndose realidad. Si persiste el desinterés de autoridades municipales, más preocupadas por ingresos rápidos que por el bienestar de sus comunidades, y si continúa la apatía de ciertos sectores vecinos, que no ven el valor del río hasta que ya es demasiado tarde, Maquengal corre el riesgo de convertirse en lo que los informes dicen que ya es: un caserío sin vida comunitaria, reducido a casas dispersas alrededor de un cauce herido.

La minería no metálica, con su ruido, polvo y maquinaria, no solo transforma el paisaje y el río. También erosiona silenciosamente los vínculos sociales, las oportunidades económicas sostenibles y el orgullo de pertenecer a un pueblo con historia. Bajo este modelo extractivo, el futuro no es el de un pueblo fuerte y organizado, sino el de un caserío debilitado, marginado y dependiente.

Así, la indiferencia y el interés económico fácil abren paso a una profecía autocumplida: la que convierte un pueblo con identidad en un caserío sin horizonte.

De todo esto queda el sentir de las personas defensoras del Río Frío, que expresan con claridad su indignación y preocupación: 

“Nosotros vemos que en el estudio ponen a Maquengal como si fuera un caserío despoblado, casi sin vida, y eso nos duele. Hablan de una escuela y de un lugar vacío, como si aquí no hubiera comunidad. También queremos dejar claro que, aunque hemos buscado apoyo en Guatuso, la verdad es que solo dos personas nos han acompañado en este proceso; en general no hemos recibido respaldo.

Lo que más nos preocupa es que un día suceda una tragedia con la tierra y el río, porque ya hemos advertido de los riesgos y no hemos sido escuchados. Hemos tenido el mínimo apoyo, pero nuestra voz queda como testimonio: si algo pasa, será porque no quisieron escuchar lo que hemos venido diciendo.”

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Monitoreo ciudadano evidencian reincidencia y debilidad institucional en el Caribe Sur

En las últimas semanas, el vecino y activista Philippe Vangoidsenhoven ha documentado nuevas intervenciones ilegales en humedales, zonas públicas y áreas protegidas del Caribe Sur. Sus recorridos, cámara en mano, han registrado desde rellenos con material de construcción en Playa Negra hasta tala y quema de vegetación en propiedades cercanas a quebradas, con indicios de futuros desarrollos comerciales.

Estos casos no son hechos aislados. Philippe acumula más de 25 denuncias —muchas ahora bajo su nombre— en un trayecto de apenas 2,5 km, todas respaldadas por fotografías, videos y ubicación exacta. Sin embargo, las respuestas institucionales suelen ser tardías o inconsistentes, y en ocasiones, las mismas autoridades parecen desconocer la normativa que deberían aplicar.

El propio monitoreo revela un patrón preocupante: oficiales y funcionarios con criterios personales que contravienen la ley, como la aceptación de chapeas en zonas de protección alegando razones de “seguridad”, sin considerar el daño ecológico y la prohibición expresa en la legislación ambiental. Este vacío de formación técnica y jurídica en quienes deben fiscalizar abre la puerta a interpretaciones arbitrarias, debilitando la protección de los ecosistemas y generando un clima de impunidad.

En un contexto donde la presión inmobiliaria sobre la zona marítimo terrestre y humedales es cada vez mayor, la vigilancia ciudadana se convierte en un pilar para la defensa ambiental. Pero sin una capacitación sólida de las autoridades y un compromiso real con la aplicación de la ley, las denuncias seguirán acumulándose sin que el deterioro ambiental se detenga.

Caso 1: Relleno municipal en humedal de Playa Negra

Durante un desplazamiento hacia Puerto Viejo, Philippe observó maquinaria municipal depositando material en un área de Playa Negra que corresponde a un humedal dentro de la zona marítimo-terrestre. Este sitio ya había sido rellenado años atrás con el argumento de construir un centro educativo, pero en su momento se permitió la intervención alegando que no figuraba en la lista oficial de humedales. Posteriormente, la Fiscalía Ambiental confirmó que sí se trataba de un humedal protegido y ordenó paralizar las obras. A pesar de ello, el relleno volvió a ejecutarse, evidenciando un incumplimiento reiterado

Caso 2: Tala total y preparación para un supermercado

En otro punto, Philippe documentó la tala de todos los árboles de un terreno, el desecho de la biomasa y el posterior relleno del área. En el lugar se instaló un rótulo con permisos visibles, y según información recabada, el objetivo sería instalar un supermercado. Aunque la municipalidad colocó un sello de clausura, la afectación ya estaba consumada: la cobertura vegetal desapareció y con ella, hábitats y funciones ecológicas clave.

Caso 3: Quema en área cercana a quebrada y hostigamiento vecinal

En una propiedad próxima a una quebrada, Philippe registró la quema de vegetación, presuntamente provocada con gasolina por un vecino. El fuego afectó árboles y un panal de zompopas de gran tamaño, y generó humo denso que alcanzó varias viviendas. El hecho desencadenó tensiones y amenazas, en un contexto donde “limpiezas” y aperturas de paso se mezclan con conflictos interpersonales. Para Philippe, la situación representa un doble riesgo: el daño ambiental y la creciente hostilidad hacia quienes denuncian.

Caso 4: Reincidencia en zona cerca de “Flor de China” (más sobre este caso aquí)

Más recientemente, Philippe constató la colocación de nuevo material en un área cercana a Flor de China, previamente denunciada por rellenos ilegales. El lugar cuenta con un rótulo oficial que lo identifica como “Patrimonio del Estado”, lo que debería implicar su protección absoluta. Sin embargo, el depósito se realizó a plena vista, sin que la señalización ni las denuncias anteriores frenaran la intervención. La reiteración del daño en un mismo sitio confirma la falta de seguimiento efectivo por parte de las autoridades.

Una constante: falta de capacitación y aplicación desigual de la ley

En varios de los operativos presenciados, Philippe ha encontrado a oficiales y funcionarios que aplican criterios personales por encima de la normativa, por ejemplo, defendiendo el “chapeo” en zonas protegidas bajo el argumento de prevenir robos. Esta visión desconoce el papel del sotobosque en la protección de suelos y fauna, y contradice lo que establece la legislación ambiental. En otros casos, incluso reconociendo que un área es de protección, se decide continuar con intervenciones bajo justificaciones subjetivas.

La falta de capacitación técnica y jurídica de quienes deben fiscalizar y hacer cumplir la ley permite que decisiones arbitrarias debiliten la protección ambiental. En un escenario de creciente presión inmobiliaria, esta deficiencia institucional se convierte en un factor que alimenta la impunidad, dejando la carga de la vigilancia casi exclusivamente en manos de la ciudadanía organizada.

Cuando la última línea de defensa es la ciudadanía

La pregunta que queda es: ¿qué ocurre cuando quienes deben aplicar la ley no lo hacen de forma correcta, y la única defensa real del ambiente recae sobre personas que no cuentan con ninguna garantía institucional, cobertura ni reconocimiento legal para protegerse?

En el pasado, fue parte del programa Covirenas —un mecanismo de voluntariado del MINAE—, pero le fue retirado el carnet después de intervenir para documentar una acción ilegal como las que hoy sigue reportando. En aquella ocasión, su participación se dio con el objetivo de dar seguimiento y poder atestiguar las razones de las medidas que tomarían las autoridades ante el evento, además de aportar su conocimiento sobre el caso. Sin embargo, lo que terminó ocurriendo fue que, en lugar de aprovechar su colaboración, se le sancionó y se le excluyó del programa.

Hoy, sin respaldo institucional, continúa con su labor de monitoreo por convicción y sentido de responsabilidad, asumiendo los riesgos que eso implica. El problema es que, si la ley no es correctamente aplicada por quienes tienen la obligación de hacerlo, y quienes la defienden desde la ciudadanía quedan expuestos, el sistema de protección ambiental se sostiene únicamente por un frágil hilo de voluntad individual.

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Reincidencia y ausencia de sanciones efectivas en daños ambientales en Puerto Viejo

En el último monitoreo, Philippe Vangoidsenhoven, vecino y denunciante constante de daños ambientales en la zona de Puerto Viejo, reportó nuevamente el ingreso de maquinaria y material de lastre a un sitio con sellos de clausura por parte del MINAE y la Municipalidad, ubicado en las cercanías de Punta Uva, Regama Refugio de Vida Silvestre.

A pesar de que en el pasado se han realizado decomisos de motosierras, detenciones e intervenciones de las autoridades a raíz de sus denuncias, las actividades de relleno y construcción en zonas protegidas continúan.

Según relató Philippe, esta mañana se observó el ingreso de vagonetas cargadas con material, así como trabajadores listos para iniciar labores, el bosque que amenaza es Refugio de Vida Silvestre. El testigo indicó que, aunque en ocasiones anteriores la Policía y la Fiscalía Ambiental han detenido las obras, estas se reanudan días o semanas después, sin que los propietarios enfrenten consecuencias proporcionales al daño causado.

En uno de los episodios recientes, Philippe denunció la presencia de chapeadores trabajando en el lugar. Al ser abordados por la Policía, los trabajadores aseguraron que los galones con líquido que portaban eran “agua para tomar”, aunque posteriormente se comprobó que se trataba de agua para bombas de fumigación con veneno. En otra ocasión, las autoridades llegaron a detener a nueve personas, pero la obra volvió a reanudarse poco después, el área dónde sucedió esto es Patrimonio Natural del Estado.

“No hay un verdadero castigo. Los dueños no los tocan, y contratan personas migrantes o en condición vulnerable para que hagan el trabajo, sabiendo que el impacto para ellos será mínimo”, advirtió Philippe.

En varios de los casos documentados, los sitios afectados corresponden a humedales y terrenos que históricamente tuvieron cobertura boscosa, ahora rellenados y nivelados para usos turísticos o comerciales. A pesar de las denuncias formales y de la inscripción de algunos de estos terrenos como patrimonio natural, Philippe señala que la protección en el papel no se traduce en acciones efectivas en el territorio. Las intervenciones ilegales avanzan, y con ellas se erosiona no solo el valor ambiental, sino también la credibilidad de la institucionalidad y el derecho colectivo a vivir en un ambiente sano.

De bodega a parqueo

Philippe identificó una acumulación de material para relleno en un sector de Playa Negra, Puerto Viejo, antes de la entrada principal y cerca del punto de referencia conocido como “Flor de China”. Según lo documentado, en este sitio se levantó originalmente un edificio de forma totalmente ilegal, destinado inicialmente a guardar materiales de la proyectada Marina —en la orilla del río y a menos de 50 metros de la zona de protección costera—. Con el paso del tiempo, y pese a la ilegalidad de su construcción, el inmueble fue utilizado para abrir un bar, luego un restaurante, y actualmente funciona un negocio de venta de artículos.

De acuerdo con los testimonios y el seguimiento de Philippe, el terreno adyacente a este edificio —donde hoy se observa zacate cortado— fue intervenido con rellenos que modificaron el humedal. El punto marcado como “número 1” en los mapas corresponde a este edificio y sus alrededores, caso que fue denunciado ante la Fiscalía. Pese a ello, se continuaron trabajos de reconstrucción y nuevas intervenciones.

En el punto identificado como “número 3”, se detecta actualmente material listo para rellenar un área húmeda que, según imágenes de 2004, estaba cubierta por árboles antes de ser talada con maquinaria pesada. Esta tala y relleno también fueron denunciados, y en la zona incluso se colocó recientemente un rótulo que la declara Patrimonio Natural del Estado, condición que no ha frenado las actividades de chapia y relleno.

Se advierte por parte de Philippe que estas acciones podrían constituir un delito ambiental grave, ya que se desarrollan en un sitio protegido y dentro de la franja de 50 metros de zona pública costera. La preocupación aumenta porque el material de relleno continúa en el lugar, y existe el temor de que se utilice en cualquier momento. Esto hace que se mantenga la vigilancia activa, pues la mejor oportunidad para detener un daño ambiental es intervenir en el momento mismo en que ocurre.

A pesar de que la Ley de Zona Marítimo Terrestre y la normativa sobre humedales establecen con claridad la prohibición de estas obras, las autoridades locales y otras instancias responsables han mostrado poca disposición para actuar de forma inmediata. Los procesos judiciales avanzan lentamente —incluso cuando se ha reconocido que las construcciones deben demolerse— y mientras tanto, las intervenciones ilegales continúan afectando ecosistemas frágiles y bienes de dominio público.

2004
2013
2023

Otro caso: tala y daño en zona de quebrada protegida

En el mismo fin de semana, Philippe documentó un segundo hecho, esta vez a escasos 300 metros de su propiedad. El terreno afectado forma parte de una finca de aproximadamente 200 hectáreas, de las cuales 120 se mantenían bajo conservación desde hace más de 20 años y 80 se destinaban originalmente a actividades ganaderas.

Según relató, la historia de esta finca se remonta a más de tres décadas, cuando el propietario de entonces —hoy fallecido— obtuvo un permiso para extraer hasta 600 árboles. Aunque la autorización era amplia, solo se talaron 300, y el dueño decidió dejar el resto de la finca bajo conservación voluntaria. Esta persona mantuvo la protección de la zona hasta su muerte.

Con el tiempo, familiares comenzaron a vender y fraccionar las parcelas destinadas a la ganadería. En la zona colindante con una quebrada protegida, se observó recientemente chapia y remoción de vegetación, lo que viola la franja de protección de 15 metros a cada lado establecida por la legislación costarricense. “Jamás pueden tocarlo, y aun así lo hicieron”, señaló Philippe.

A pesar de presentar la denuncia, se mantiene el escepticismo sobre el desenlace. Advierte que es posible que parte de la intervención esté dentro del área de conservación, lo que podría agravar la situación legal. Posiblemente estos trabajos estén vinculados a la apertura de un pozo de agua, probablemente lo más cercano posible a la quebrada.

No hay mucho avance

Para Philippe independientemente del caso “nada va a pasar, porque no hay un castigo verdadero que enseñe que esto no se puede hacer”, lamentó. En su experiencia, el patrón se repite: se detiene o sanciona a los trabajadores contratados para ejecutar las labores, mientras que los propietarios —quienes toman las decisiones y se benefician de las intervenciones— permanecen al margen de las sanciones. En estos casos, incluso, sucede que los peones habrían evitado dar el nombre de sus empleadores para protegerlos, lo que complica la aplicación de la ley.

La urgencia de la acción institucional y el valor del monitoreo comunitario

Los casos relatados por Philippe exponen una problemática grave: la falta de respuesta pronta, firme y consistente por parte de las instituciones encargadas de la protección ambiental. Cada demora, omisión o acción incompleta abre la puerta para que las actividades ilegales se retomen, debilitando la efectividad de la legislación y enviando un mensaje de impunidad.

Esta inconsistencia no solo erosiona la protección de ecosistemas frágiles como humedales y quebradas, sino que también socava la confianza ciudadana en la institucionalidad ambiental. Frente a esta debilidad, el monitoreo comunitario se ha convertido en la última línea de defensa. Personas como Philippe, que observan, documentan y denuncian, cumplen un rol fundamental para visibilizar las agresiones al territorio y mantener viva la exigencia de que se actúe.

Sin embargo, el esfuerzo ciudadano no puede sustituir la responsabilidad del Estado. La protección efectiva del patrimonio natural requiere que las instituciones actúen de forma pronta, coordinada y sin dejar espacios para la reincidencia, garantizando así que la ley cumpla su propósito: proteger la vida y el ambiente para las generaciones presentes y futuras.

Tala ilegal y ausencia de restauración

Philippe enfatiza que uno de los problemas más graves en la protección ambiental de la zona es la falta de medidas para restaurar lo que se destruye. Cuando un árbol es talado ilegalmente —ya sea empujado con maquinaria pesada o cortado—, el procedimiento habitual se limita a imponer una multa y abrir un proceso judicial. Sin embargo, en ningún momento se exige al responsable reponer el árbol o implementar acciones de restauración equivalentes. Esta omisión, señala, es aprovechada por quienes intervienen ilegalmente el territorio: pagan una sanción y el daño queda sin reparación.

Ejemplos recientes en el Refugio de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo muestran la gravedad de este vacío. En un caso, nueve personas fueron arrestadas por talar varios árboles en un área protegida; pese a la intervención, el terreno fue rápidamente ocupado por construcciones, incluso con casas y piscinas. Lo que antes era bosque, ahora es infraestructura privada.

Philippe recuerda que la pérdida de un árbol adulto implica mucho más que la ausencia física: son décadas o siglos de crecimiento, producción de oxígeno, regulación hídrica, protección del suelo y hábitat para fauna que no pueden recuperarse plantando una plántula de pocos meses. Incluso en escenarios donde se reforesta, la función ecológica de un árbol centenario no puede reemplazarse en el corto plazo.

Esta situación refleja un problema estructural: sin una obligación efectiva de restaurar los ecosistemas, las sanciones pierden fuerza como medida disuasoria y se abre la puerta para que la degradación avance, incluso en áreas legalmente protegidas.

Nota: Las fotografías  incluidos en esta publicación son de carácter ilustrativo y tienen como único propósito reflejar la gravedad de la situación descrita. No deben interpretarse como evidencia directa contra personas específicas ni como señalamiento individual.

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Desalojo en Playa Avellanas: desigualdades socioambientales, prejuicios y aplicación selectiva de la ley

El 11 de agosto de 2025, la Municipalidad de Santa Cruz demolió cinco estructuras ubicadas en la zona pública de la Zona Marítimo Terrestre (ZMT) en Playa Avellanas, Guanacaste. El alcalde Jorge Alfaro sostuvo que el operativo respondía al cumplimiento de una sentencia del Tribunal Contencioso Administrativo (resolución N.° 2023005443, 2023) que ordenaba el retiro de construcciones irregulares en el área, y negó que hubiera motivaciones comerciales.

Sin embargo, en sus declaraciones oficiales —difundidas en redes municipales y recogidas por Teletica.com (Pacheco, 2025) y GuanaNoticias — Alfaro calificó las viviendas como “tugurios” y afirmó que “prácticamente no existen pobladores”, afirmaciones que han sido señaladas como prejuiciosas y estigmatizantes hacia las familias afectadas.

La voz de la comunidad presenta otra realidad. En un testimonio publicado por el medio local Guanacaste Primero, Otto Vargas Murillo afirma que su familia vive en el lugar desde hace más de 35 años y que la propiedad fue adquirida por su abuela hace más de 70. Además, denuncia que su padre solicitó la concesión de poblador sin obtener respuesta: “Si nos van a sacar a nosotros, que saquen a todos. Nosotros tenemos más derecho que cualquiera”.

En redes sociales, vecinos y ciudadanos reclaman que hoteles y comercios establecidos en la misma ZMT continúan operando sin recibir el mismo trato. El alcalde respondió que algunos de estos negocios cuentan con concesiones municipales o privadas, y que la municipalidad “no puede actuar” en esos casos.

Desigualdades socioambientales: qué son y cómo se reflejan en Avellanas

Las desigualdades socioambientales son las diferencias sistemáticas en el acceso, uso y control de los recursos naturales y territorios, así como en la exposición a riesgos y sanciones ambientales, que afectan de forma desproporcionada a ciertos grupos sociales. Estas diferencias suelen estar atravesadas por factores como la clase social, el origen étnico, el género y el lugar de residencia.

En Playa Avellanas, se evidencian de forma concreta:

  • Aplicación diferenciada de la ley: las familias costeras con menos recursos enfrentan desalojos rápidos y contundentes, mientras que comercios con respaldo económico y legal mantienen su presencia en la ZMT.
  • Procesos administrativos desiguales: solicitudes de concesión de pobladores, como la de la familia Vargas, permanecen sin respuesta, mientras que otras se tramitan con rapidez para emprendimientos turísticos.
  • Acceso al litoral: aunque se argumenta el “cumplimiento de la ley”, las medidas afectan más a quienes habitan el territorio que a quienes lo explotan comercialmente.

Estos patrones no son excepcionales: forman parte de un modelo de gestión del litoral costarricense en el que la presión sobre los sectores más vulnerables es mayor y donde la ley no se aplica con el mismo rigor para todos los ocupantes ilegales.

El peso del discurso y los prejuicios en la gestión del territorio

El caso de Avellanas revela cómo los discursos oficiales pueden reforzar desigualdades. Calificar las viviendas como “tugurios” y negar la existencia de pobladores deshumaniza a las familias afectadas y legitima socialmente su desalojo.

Estos discursos no son neutros: reproducen imaginarios discriminatorios que asocian a ciertos sectores sociales con desorden, ilegalidad o deterioro ambiental, mientras que minimizan o invisibilizan el impacto de emprendimientos turísticos en la misma zona.

Cuando la aplicación de la ley se apoya en prejuicios y no en criterios técnicos uniformes, se perpetúan las desigualdades socioambientales. Así, lo que se presenta como “cumplimiento de una sentencia” termina siendo también una manifestación de quién es visto como poblador legítimo y quién es tratado como usurpador, según relaciones de poder y percepciones sociales más que por un análisis objetivo de derechos.

Racismo ambiental y estereotipos en la institucionalidad pública

El concepto de racismo ambiental se refiere a la distribución desigual de impactos ambientales negativos —como la contaminación, el despojo territorial o la privación del acceso a recursos naturales— que recae de manera sistemática sobre comunidades históricamente marginadas por su origen étnico, condición socioeconómica o ubicación geográfica. En el contexto costarricense, estas prácticas no siempre se presentan de forma explícita, pero se expresan en decisiones y discursos que privilegian ciertos sectores sobre otros.

En Playa Avellanas, el racismo ambiental se evidencia en varios planos:

  • Lenguaje despectivo hacia las viviendas y pobladores, al llamarlas “tugurios” y negar su condición de habitantes históricos, invisibilizando así sus vínculos comunitarios y culturales con el territorio.
  • Estereotipación de sectores costeros populares como “usurpadores”, mientras que se reconoce como legítima la presencia de emprendimientos turísticos o propiedades privadas con mayor capital económico.
  • Jerarquización implícita del valor del territorio, donde la permanencia de familias de larga data se considera menos importante que el potencial económico de la zona para actividades turísticas de alto perfil.

Este patrón configura una institucionalidad pública que reproduce desigualdades históricas y refuerza relaciones de poder asimétricas: se fiscaliza con severidad a poblaciones costeras de bajos ingresos, mientras que se flexibilizan controles o se interpretan las leyes de forma más favorable para proyectos con mayor respaldo político o económico.

El racismo ambiental, en este sentido, no es únicamente un problema de injusticia ambiental, sino también de quién es reconocido como sujeto de derecho y quién es reducido a un “obstáculo” para el desarrollo, según narrativas oficiales que se alimentan de estereotipos y prejuicios.

Referencias

Guanacaste Primero. (2025, 11 de agosto). Testimonio de desalojo. [Publicación en Facebook] Recuperado de: https://www.facebook.com/watch/?v=1313099523776873.

GuanaNoticias. (2025, 11 de agosto). Si se pueden llamar casas, son tugurios: alcalde de Santa Cruz justifica demoliciones en Avellanas. [Publicación en Facebook] Recuperado de https://www.facebook.com/GuanaNoticiasLtda/videos/3337232806458567?locale=es_LA.

Teletica. (2025, 11 de agosto). Municipalidad de Santa Cruz desaloja y destruye construcciones en playa Avellanas. https://www.teletica.com/nacional/municipalidad-de-santa-cruz-desaloja-y-destruye-construcciones-en-playa-avellanas_390280

*Foto de cabecera extracto de video publicado en Teletica.com

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Conversatorio en Talamanca: Mecanismos de compensación de emisiones de carbono bajo la lupa comunitaria

En el marco del trabajo del TCU 590 del Programa Kioscos Socioambientales de la UCR, se realizó un conversatorio a petición de la comunidad Alto Coén, para conocer el contenido aprobado en el Plan Ambiental Forestal Territorial (PAFT) y el Contrato de Reducción de Emisiones Forestales (CREF) por la Asociación de Territorio Cabécar de Talamanca (ADITICA).

El encuentro, reunió a personas líderes, mayores y vecinas de Alto Coen, Barrio Escalante y personas interesadas de territorio bribri, para desmenuzar en colectivo, los aspectos técnicos, legales y culturales de estos instrumentos, así como sus impactos en la autonomía comunitaria.

El PAFT y el CREF: qué son y cómo operan

El PAFT es un plan que cada territorio indígena debe elaborar para acceder a fondos internacionales destinados a la conservación de bosques. En estos planes las comunidades indígenas deben decidir cómo se van a utilizar los fondos que provienen de REDD+. Sin una PAFT no es posible acceder a un CREF.

El CREF es el contrato mediante el cual se formaliza la venta de “servicios ambientales” —como la captura de carbono— a terceros, a cambio de financiamiento condicionado. En Costa Rica, el Fondo Nacional de Financiamiento Forestal (FONAFIFO), adscrito al Ministerio de Ambiente y Energía (MINAE), es la institución encargada de administrar estos contratos y canalizar los recursos.

Las cláusulas del CREF incluyen restricciones estrictas sobre el uso del bosque y obligan a las comunidades a vigilar, denunciar y sancionar cualquier actividad que contravenga los servicios ambientales de los bosques en contrato (Cláusula Sexta de LM-01-50-0705-2023, LM-01-50-0975-2023 y LM-01-50-0976-2023).

La elaboración de los PAFT se origina en la Estrategia Nacional REDD+, y busca atender 5 temas especiales que fueron decididos en una “consulta indígena nacional” realizada entre el 2011 y el 2015.

Sin embargo, en el conversatorio integrantes de las comunidades indígenas cuestionaron que la participación en la consulta nacional fue limitada, y que en la elaboración del PAFT aprobado, se repitió un patrón similar, lo que restringió la capacidad de las comunidades para decidir qué proyectos implementar y cómo hacerlo.

Actores y responsabilidades

En la discusión se hizo hincapié en que el Ministerio de Ambinete y Energía (MINAE), como autoridad ambiental nacional, tiene la responsabilidad de garantizar que cualquier plan o contrato que afecte territorios indígenas se elabore en cumplimiento de derechos como la consulta previa, libre e informada, reconocida en el Convenio 169 de la OIT.

El Fondo Nacional de Financiamiento Forestal (FONAFIFO), por su parte, no solo administra los pagos y contratos, sino que también negocia con instituciones internacionales y define procedimientos que inciden directamente en la vida comunitaria.

El Banco Mundial y el Fondo Verde del Clima, son en el caso de los CREF firmados, los principales agentes financiadores y deben asegurar que los fondos destinados se utilizan para los objetivos planteados.

Condiciones externas y autonomía interna

Las y los participantes señalaron que estos instrumentos responden a una lógica global: países y empresas que contaminan pagan para que otros —en este caso, territorios con bosques— compensen sus emisiones.

El financiamiento se presenta como incentivo para la conservación, pero trae consigo condiciones: prohibición de usos tradicionales (cacería, agricultura, ganadería, aprovechamiento de madera), vigilancia constante y administración centralizada de los recursos.

Esto, en la práctica, significa que los pueblos indígenas pueden perder control sobre sus territorios y sobre sus formas históricas de manejo, incluso sin vender la tierra formalmente.

La consulta previa: obligación legal, reto político

La consulta previa es un derecho reconocido por el Convenio 169 de la OIT, que establece que cualquier medida que afecte a los pueblos indígenas debe contar con su consentimiento informado.

En el caso del PAFT y el CREF, varias voces denunciaron que el proceso fue incompleto, sin acceso a información clara, con participación reducida y en algunos casos, sin la traducción ni contextualización necesarias para que las comunidades comprendieran plenamente las implicaciones de lo que se aprobaba.

Esta ausencia de consulta real ha derivado en conflictos internos, pérdida de confianza hacia las asociaciones que firmaron los contratos y tensiones entre comunidades y autoridades estatales.

La importancia de un posicionamiento propio

Un eje central del conversatorio fue la necesidad de que los pueblos indígenas definan su propio posicionamiento frente a estos mecanismos.
Esto implica:

  • Elaborar planes e instrumentos propios que partan de las formas de uso y manejo tradicional del bosque.

  • Establecer condiciones claras para cualquier acuerdo, priorizando el beneficio directo a la comunidad y no solo a estructuras administrativas.

  • Garantizar que las consultas no sean meros trámites, sino procesos de diálogo culturalmente pertinentes, con tiempo, traducción y transparencia.

La experiencia ancestral de los pueblos bribris y cabécares en la gestión de sus territorios demuestra que existen formas efectivas de conservación que no requieren la imposición de marcos externos ajenos a la cosmovisión indígena.

Más que conservación: un debate sobre soberanía

Más allá de la retórica ambiental, el PAFT y el CREF plantean un debate de fondo:
¿Quién decide sobre el uso del territorio indígena? ¿Quién se beneficia de los contratos de carbono? ¿Cómo se equilibran las obligaciones globales de conservación con el derecho a la autodeterminación?

Las personas participantes coincidieron en que, sin una base sólida de información y organización comunitaria, estos instrumentos corren el riesgo de convertirse en una nueva forma de despojo, donde se restringen prácticas culturales y se concentra el control en actores externos.

Asociaciones de desarrollo indígena: su lugar en la negociación y la información

El conversatorio también abrió una reflexión sobre el papel de las Asociaciones de Desarrollo Indígena como entidades firmantes y administradoras de estos contratos.
Se cuestionó su legitimidad cuando no existe un mandato claro de la comunidad para negociar, así como su capacidad —o voluntad— para informar de manera completa y transparente sobre los alcances y condiciones de los acuerdos.
La opacidad en la gestión de la información y la centralización de decisiones en pocas manos alimenta tensiones internas y debilita la capacidad de los pueblos para defender colectivamente sus derechos territoriales.
Se planteó la urgencia de democratizar los mecanismos de información y asegurar que toda negociación sea precedida por procesos amplios de socialización y debate comunitario.

Falsas soluciones climáticas y mercantilización de la naturaleza

Finalmente, las y los participantes advirtieron que instrumentos como el PAFT y el CREF forman parte de lo que se conoce como falsas soluciones climáticas:

  • Permiten que los sectores más contaminantes evadan sus responsabilidades reales, comprando “compensaciones” en lugar de reducir sus emisiones.

  • Trasladan los costos y riesgos a las comunidades, que pueden enfrentar sanciones y demandas si se incumplen las cláusulas contractuales.

  • Promueven la mercantilización de la naturaleza, reduciendo bosques y territorios a “servicios ambientales” con valor monetario, desconectados de sus significados culturales, espirituales y comunitarios.

Esta lógica choca con las formas y modos de vida ancestrales, donde la relación con la naturaleza no se basa en propiedad privada ni en transacciones comerciales, sino en vínculos de reciprocidad, cuidado y equilibrio.

Para muchas personas presentes, aceptar estos mecanismos sin cuestionarlos es abrir la puerta a una progresiva pérdida de control sobre el territorio y a la subordinación de las prácticas culturales a reglas impuestas desde fuera.

Puntos críticos sobre el PAFT y el CREF en territorios indígenas

Consulta previa deficiente

Procesos incompletos, con baja participación y poca información.

Falta de traducción y contextualización cultural.

Decisiones tomadas por grupos reducidos, sin mandato pleno comunitario.

Restricciones al uso tradicional del bosque

Prohibición de cacería, agricultura, ganadería y aprovechamiento de madera en zonas bajo contrato.

Obligación de denunciar a miembros de la comunidad que incumplan las cláusulas.

Riesgo de criminalizar prácticas culturales ancestrales.

Concentración de la administración de recursos

Un alto porcentaje de los fondos se destina a gastos operativos de asociaciones y no directamente a proyectos comunitarios.

Poca transparencia en la distribución y uso de los recursos.

Condiciones externas que limitan la autonomía

Financiamiento condicionado por Banco Mundial, y otros, con prioridades predefinidas.

FONAFIFO y MINAE como ejecutores nacionales que no garantizan procesos plenamente participativos.

Posible subordinación de la gestión territorial a estándares externos.

Ausencia de instrumentos propios

Falta de planes elaborados desde las formas de manejo tradicional indígena.

Necesidad de posicionamiento político propio que defina condiciones, prioridades y mecanismos de control.

Riesgo de despojo indirecto

Aunque no se vende la tierra, se restringe su uso y se transfieren derechos sobre servicios ambientales.

Posibilidad de pérdida de control territorial a largo plazo.

Galería del evento
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El lugar de ningún lugar: C**** R*** la tierra donde nunca pasa nada (aunque pase todo)

“No hables de C**** R***. Mejor no digas su nombre. Mejor ni pienses en ella. Ya es el lugar de ningún lugar.”

Así podría empezar un cuento absurdo, pero no: es la radiografía irónica y dolorosa de una realidad que se cuela entre la tinta oficial y las sombras del poder.

Cuando el nombre se vuelve peligroso

Dentro de poco, los y las habitantes de ese país que alguna vez fue sinónimo de biodiversidad, paz y “pura vida” podrían tener que reemplazar su propia geografía con un eufemismo: el lugar de ningún lugar. ¿Por qué? Porque hablar con claridad podría traer consecuencias judiciales, económicas y sociales.

En el lugar de ningún lugar:

 

  1. Las denuncias por daño ambiental no solo se ignoran, sino que se castigan con embargos preventivos y demandas que no buscan justicia, sino silencio.
  2. Los activistas, periodistas y comunicadores que se atreven a sacar a la luz hechos incómodos terminan, más que en tribunales, en el limbo del miedo, con sus cuentas congeladas y sus voces apagadas.
  3. Las empresas poderosas no necesitan responder a preguntas incómodas, sino que pueden ordenar “embargos preventivos” como si fueran actos mágicos para borrar críticas.

Lo que nunca pasó, pero pasa todos los días

En este peculiar lugar de ningún lugar:

  • Los bosques protegidos no se destruyen, solo “se reconfiguran de forma temporal”.

  • Los humedales que desaparecen no son rellenados, simplemente “evolucionan” en dirección al progreso.

  • Los cauces de los ríos que cambian de curso son “movimientos naturales acelerados”.

  • Los megaproyectos turísticos que ocupan fincas públicas y alteran ecosistemas no generan debate ni críticas, porque estas se “gestionan” con un elegante silencio legal.

Y quien ose hablar de esto, simplemente “nunca habló”.

SLAPP, o cómo convertir la libertad de expresión en un riesgo económico

El uso estratégico de demandas para silenciar la participación pública, conocido internacionalmente como SLAPP (Strategic Lawsuits Against Public Participation), es la nueva herramienta del lugar de ningún lugar.

No se trata de defender la verdad, sino de defender la impunidad con costos legales prohibitivos. Se busca que quien denuncia termine emocional, social y económicamente exhausto. Que la participación pública se convierta en un lujo con precio.

Mientras tanto, las instituciones miran para otro lado, o promueven discursos que desprecian acuerdos internacionales como el de Escazú, el único marco regional que podría proteger a las personas defensoras ambientales.

El precio del silencio: miedo, aislamiento y desgaste

La violencia no solo es judicial. En el lugar de ningún lugar, la violencia también es psicológica, social y física: amenazas, vigilancia, campañas de desprestigio y aislamiento son la rutina para quienes defienden el agua, los bosques y la vida.

Cada denuncia silenciada no es solo un daño a la persona denunciante, sino una herida en el tejido social y ambiental. El miedo se expande, las comunidades se retraen, y la impunidad crece como hiedra venenosa.

¿Qué país es este? ¿Qué país queremos?

¿Un lugar donde denunciar es un acto de valentía extrema?
¿Un territorio donde la protección ambiental se limita a discursos de campaña?
¿Un espacio donde la democracia ambiental solo existe en documentos olvidados?

Este lugar de ningún lugar, que cada vez parece más real, nos desafía a preguntarnos qué estamos dispuestos a tolerar.

¿La solución? No pronunciar el nombre

Quizá, en un giro irónico definitivo, la mejor recomendación para quienes viven ahí sea no pronunciar su propio nombre. Para no atraer demandas. Para no tener que justificar con pruebas lo que ya es “lo que nunca pasó”.

Pero si no hablamos, si callamos, ¿qué queda?

Queda la destrucción, la pérdida, el vacío.
Queda la tristeza de saber que el miedo puede más que la justicia.
Queda la paradoja de un país que fue ejemplo ambiental y hoy se convierte en el lugar de ningún lugar.

Porque en el lugar de ningún lugar, el silencio no es paz, es complicidad. Y quien calla, a veces, ayuda a que todo pase.

La última frontera que no debería ser una batalla solitaria

Todo lo que hemos narrado —este juego absurdo de silencios, demandas y embargos— es posible porque la institucionalidad que debería protegernos ha decidido mirar hacia otro lado.

Un Estado que no cumple con sus obligaciones de vigilancia y monitoreo, que no hace valer sus propias leyes ni garantiza la justicia ambiental, termina dejando en manos de las comunidades la defensa del territorio como última frontera.

Y esas comunidades, que ya desde hace años viven entre el amedrentamiento y la criminalización, no deberían cargar solas con el peso de proteger lo que es de todos.

Cuando el Estado se ausenta, no solo se pierde la protección de los bienes comunes, se pierde también la confianza en la democracia y en un sistema que dice garantizar derechos, pero no los defiende.

Así, la defensa ambiental se convierte en una batalla solitaria, desigual y peligrosa.

En el lugar de ningún lugar, esta es la cruda realidad que enfrentamos: no porque la naturaleza no importe, sino porque las instituciones eligieron no importar.

Este es el automóvil de Philippe Vangoidsenhoven, defensor ambiental del Caribe Sur de Costa Rica, que sufrió un ataque como represalia por sus labores de monitoreo y denuncia de daños al ambiente.

Philippe ha documentado durante años afectaciones a humedales, manglares y zonas costeras, señalando a empresas y proyectos que incumplen la legislación ambiental. Hoy, su trabajo lo pone en la mira de quienes quieren silenciarlo.

La defensa del territorio no debería ser una batalla solitaria ni peligrosa. Las personas defensoras ambientales merecen protección, no amenazas ni violencia.

Esta nota nace a partir de los recientes eventos de los que —por razones evidentes— no se puede hablar abiertamente. Desde el Observatorio de Bienes Comunes hemos venido señalando una tendencia preocupante: la creciente desestimación de la coyuntura ambiental a través de mecanismos de amedrentamiento, judicialización y silenciamiento, en beneficio de intereses económicos desmedidos y desconectados de las realidades y necesidades de los territorios comunitarios.

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Escucha la voz desde Talamanca sobre los negocios verdes y los derechos indígenas – Emmanuel Buitrago

En esta entrevista exclusiva, Emmanuel Buitrago —educador, activista social y promotor de derechos indígenas— comparte desde la comunidad de Bribri una reflexión profunda sobre los programas REDD+ y otros mecanismos que negocian bosques y territorios indígenas en nombre de la conservación.

A lo largo de la conversación, Emmanuel alerta sobre la distancia entre el lenguaje técnico de estos programas y la realidad de las comunidades, y propone caminos para que las políticas ambientales partan de las propias agendas indígenas.

🔑 Cinco ideas clave de la entrevista:

  1. Lenguaje y contexto cultural: Los programas se comunican con siglas y tecnicismos que excluyen a las comunidades; es vital traducir y contextualizar en idiomas y marcos culturales propios.
  2. Negocios verdes vs. derechos: REDD+ y otros mecanismos muchas veces limitan usos tradicionales de los bosques, mientras permiten que grandes corporaciones sigan contaminando.
  3. Imposición estatal: El Estado mantiene un modelo vertical que impone políticas sin construirlas desde las realidades indígenas.
  4. Recursos no negociables: Tierra, espiritualidad, ecosistemas y soberanía alimentaria deben ser ejes centrales definidos por las comunidades, no por foros internacionales.
  5. Responsabilidad estatal: Salud, educación, trabajo y tierra son derechos que el Estado debe garantizar sin condicionar a la aprobación de proyectos ambientales.

🎧 Escucha la entrevista completa y conoce la perspectiva desde Talamanca sobre cómo se negocia el futuro de los territorios indígenas y qué cambios son urgentes para garantizar justicia ambiental y respeto cultural.

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Hablemos de supuestos… ¿Y si un río usado para recrearse se convirtiera en una zona de extracción?

Imaginemos que, en alguna comunidad del norte de Costa Rica, un río que por años hubiera sido parte fundamental de la vida cotidiana —un lugar para refrescarse, compartir en familia o conectar con la naturaleza— pudiera transformarse radicalmente por la aprobación de una concesión para la extracción mecanizada de materiales de su cauce.

En un escenario así, una resolución emitida por la Secretaría Técnica Nacional Ambiental (SETENA) podría autorizar la intervención de dos kilómetros de un río como parte de un proyecto extractivo. Según la documentación del expediente, se podría concluir que no habría afectación al uso recreativo, argumentando que el acceso al área concesionada sería privado y no utilizado por la comunidad.

Pero…
¿Y si ese tramo de extracción hubiera sido frecuentado por personas vecinas?
¿Y si ese acceso correspondiera a un camino comunal usado constantemente como parte de la vida local?

Una posible contradicción

En este escenario hipotético, incluso un estudio social aprobado podría indicar que un alto porcentaje de las personas encuestadas usan el río con fines recreativos (por ejemplo, un 89%), pero aun así concluir que no habría afectación debido a que “el acceso al área de extracción se da únicamente por una finca privada”.

Esto plantearía la pregunta:
¿Sería posible que una resolución pasara por alto un uso comunitario de un bien público simplemente porque el ingreso se da por propiedad privada o camino comunal?

Aunque legalmente los cauces de ríos son bienes de dominio público, los usos tradicionales y cotidianos de las comunidades no siempre figuran de manera explícita en los estudios ambientales.

¿Qué diría una resolución en este caso?

En un escenario como este, un documento podría establecer que:

  • La extracción se haría en dos brazos de un río, mediante operación a cielo abierto.

  • El terreno formaría parte de una finca que alberga otro proyecto minero.

  • No habría centros educativos ni espacios comunales a menos de 3 km.

  • No existirían afectaciones directas a infraestructura pública.

Pero… si llegara a existir una escuela, centro comunal o punto de acceso frecuente a menos de 1,5 km, la normativa podría exigir revisar el estudio ambiental y redefinir el Área de Influencia Directa (AID).

¿Y si la comunidad más cercana no fuera consultada?

En este caso hipotético, podría pasar que el estudio social se aplicara a unas pocas viviendas de un sector distinto (por ejemplo, 19 viviendas en un área como Buenos Aires), con un margen de error mayor al permitido (10% en vez del 5%).

Y cabría preguntarse:
¿Se habría incluido a personas del sector donde realmente se ubica la extracción —por ejemplo, un sitio llamado Maquengal—?
Si no fuera así, podría quedar fuera del análisis la perspectiva de quienes reciben el impacto directo: ruido, polvo, tránsito de maquinaria, alteración del cauce y hasta el riesgo de que el recurso hídrico se vea afectado o el río llegue a secarse. En ese escenario, ¿qué responsabilidad asumirían quienes cuidan el acueducto? ¿Y qué municipalidad se atreve a permitir algo así, sin proteger el interés de su gente y sus aguas?

Una escuela cercana al sitio de extracción

En otro supuesto, la comunidad podría señalar que existe una escuela pública a menos de un kilómetro del área de extracción, con paso frecuente de vagonetas que transportan materiales frente al centro educativo.

De ser cierto, esto podría implicar una omisión importante en la evaluación de impacto ambiental, tanto por ruido y polvo como por riesgos viales. La normativa indicaría que la cercanía de infraestructura educativa obligaría a ampliar el AID y posiblemente revisar la viabilidad ambiental.

Llamado preventivo

Ante un escenario así, las instituciones competentes podrían:

  • Revisar si la información presentada refleja adecuadamente el uso comunitario del río.

  • Evaluar si el tramo concesionado ha sido parte de un uso recreativo tradicional.

  • Garantizar la consulta representativa de las comunidades más cercanas al impacto.

  • Proteger las zonas ribereñas y ecosistemas frágiles conforme a normativa.

No es solo agua: es comunidad

En este supuesto, el río no sería solo un recurso hídrico, sino parte de la identidad local y de la vida comunitaria. Limitar su acceso o transformarlo radicalmente podría no solo modificar un ecosistema, sino también alterar la convivencia, la recreación y el bienestar social.

Por eso, cualquier proyecto extractivo debería considerar no solo los aspectos técnicos y legales, sino también las implicaciones sociales y culturales que no siempre aparecen en mapas o expedientes, pero que viven en la memoria colectiva.

¿Qué pasaría con estas personas?

En este mismo supuesto, para las personas de una comunidad del norte de Costa Rica, el impacto de la minería no metálica sobre los mantos acuíferos no sería una abstracción técnica, sino una preocupación real y cotidiana. Alterar el cauce y extraer material en gran escala podría reducir la capacidad natural del suelo para almacenar y filtrar el agua, afectando pozos, nacientes y el equilibrio hídrico que sostiene tanto la biodiversidad como el abastecimiento local. La memoria de las lluvias, las crecidas y los flujos que alimentan el río no estaría en gráficos, sino en la experiencia de quienes han vivido junto a él por generaciones.

También, en este supuesto, el paisaje dejaría de ser un espacio de recreación y encuentro comunitario para transformarse en un terreno degradado y estéril. En 2014, el lugar aún podría ser reconocido como un atractivo turístico; hoy, esa imagen quedaría lejos. El canto de las aves, las zonas de sombra y el agua clara que antes invitaban a quedarse, serían reemplazados por el ruido de la maquinaria y la huella de la extracción.

No faltaría, en este supuesto, el conflicto social: antiguos compañeros en la defensa del río podrían retirarse por conveniencia personal, dejando a quienes siguen resistiendo en una situación de aislamiento. Peor aún, la autoridad, en vez de mediar, podría castigar a quienes cuestionen los proyectos, condicionando ayudas o incluso evitando presentarse en la comunidad para no enfrentar reclamos. La pregunta se impone: ¿quiénes serían realmente los que están siendo maltratados?

Y en este escenario, quienes permanecieran en la defensa del río sentirían un peso emocional enorme. “Nos sentimos tan tristes, tan tristes, que nos sentimos impotentes ya. No, no solo yo lo digo con ganas de llorar. Y no solo lo dicen las mujeres; algunos hombres también después tienen ganas de llorar, de ver cómo es posible que pueda más una persona ajena al lugar que nosotros, los mismos lugareños o habitantes. No podamos ser dignos ni ir a recoger un puño de arena, porque al otro día nos cae la policía».

Pero esto no podría pasar en Costa Rica….¿o sí?

¿Y si para muchos funcionarios la consulta no fuera necesaria?

En este supuesto escenario, podría darse la situación en la que algunos funcionarios encargados de aprobar y supervisar proyectos consideraran que la consulta comunitaria ampliada no es un requisito indispensable. Podrían entender que, al estar formalmente cumplidos ciertos trámites y permisos, no sería necesario tomar en cuenta usos tradicionales o reclamos de la comunidad, por lo que las personas afectadas “simplemente deberían aguantar la situación”.

Este enfoque podría basarse en la interpretación estricta de la normativa o en la priorización del desarrollo económico sobre otros aspectos sociales. Así, la voz comunitaria quedaría relegada a un segundo plano, y las posibles afectaciones sociales y culturales serían consideradas inevitables o secundarias.

Pero, ¿qué tipo de Estado e instituciones estaríamos presumiendo en un escenario donde la participación ciudadana, la justicia ambiental y la transparencia fueran minimizadas?

¿Un Estado que protege realmente el interés público y los derechos colectivos, o uno que prioriza intereses particulares a costa de la convivencia y el bienestar comunitario?

…¿y si esto fuera real?

Este conjunto de supuestos nos invita a cuestionar no solo el alcance y la calidad de los procesos de consulta y evaluación ambiental, sino también la naturaleza y el compromiso real de nuestras instituciones.

Cuando un proyecto se impulsa sin considerar plenamente el sentir y las necesidades de quienes habitan el territorio, corremos el riesgo de erosionar la confianza, fracturar tejidos sociales y relegar derechos fundamentales a meras formalidades.

¿Estamos construyendo un Estado que realmente escucha, protege y respeta a sus comunidades?
¿O simplemente estamos presenciando un proceso donde los permisos y resoluciones se convierten en endosos que desdibujan el valor de lo común?