IMG_1518cabecera

Celebrar la biodiversidad: cuando proteger es también disfrutar – Piedades Sur de San Ramón

🌿🐾 El pasado domingo 6 de julio, la comunidad de Piedades Sur de San Ramón vivió una jornada llena de alegría, aprendizaje y compromiso con la naturaleza durante el Primer Festival de Felinos. Este evento fue impulsado por el colectivo Felinos en Libertad, con el valioso apoyo de la Municipalidad de San Ramón, la Universidad de Costa Rica y diversos emprendimientos locales.

Durante esta jornada festiva se realizaron talleres de reciclaje, un recorrido guiado por la reserva natural del CTP de Piedades Sur, presentaciones culturales, actividades lúdicas organizadas por los Scouts y mucho más. Cada propuesta fue una invitación a reconocer la vida que habita el territorio, especialmente a los felinos silvestres, cuya presencia nos recuerda la urgencia de proteger los ecosistemas locales.

Las entrevistas presentadas en este video recogen voces de quienes hicieron posible esta experiencia: personas comprometidas con la educación socioambiental, la conservación, el arte y la participación comunitaria. Son testimonios que muestran cómo la alegría, el juego y el vínculo colectivo pueden ser potentes herramientas para sembrar conciencia y fortalecer el amor por nuestro entorno.

🎥 Escuchá a quienes están transformando su territorio desde el cuidado, el conocimiento y la celebración compartida.

WhatsApp Image 2025-07-26 at 8.48.47 AM (2)

Tierra removida, árboles talados y amenazas veladas: alertas desde el Caribe Sur

El pasado 25 de julio de 2025, Philippe Vangoidsenhoven —vecino y defensor ambiental de Puerto Viejo— se dirigía hacia Hone Creek cuando observó una escena que, lamentablemente, se ha vuelto cada vez más común en el Caribe Sur. A la altura de la ferretería San Francisco, en Playa Negra, había gran presencia de maquinaria pesada: una retroexcavadora que salía hacia la calle, un furgón con tarima y dos vagonetas que, cargadas de tierra, dejaban caer material sobre la vía pública. Esta tierra caída no parecía un simple descuido, sino que evidenciaba el movimiento masivo de material, lo que hacía presumir que se realizaban trabajos de relleno de terreno como parte de una intervención de mayor envergadura en curso.

Al observar con mayor detalle, Philippe constató un patrón preocupante: primero se retira la tierra negra del terreno, luego se rellena con material presuntamente extraído ilegalmente de una loma y, finalmente, se cubre todo con lastre. Este proceso altera de forma acelerada el paisaje natural, afectando el suelo fértil y facilitando transformaciones que suelen preludiar desarrollos turísticos o urbanísticos sin control ambiental. Y aquí el punto clave no es solo si existen o no permisos: lo alarmante son las implicaciones de fondo que este tipo de acciones tiene sobre el paisaje, los ecosistemas y la vida comunitaria que depende de ellos.

Cuando Philippe decidió documentar la tierra esparcida en la vía, un conductor de vagoneta se le acercó de forma intimidante, preguntando una y otra vez: “¿Cuál es el problema? ¿Cuál es el problema?”. Ese momento refleja el riesgo cotidiano que enfrentan quienes, como Philippe, ejercen su derecho a defender el ambiente: hostigamientos, intentos de amedrentamiento y la sensación constante de vulnerabilidad.

Al día siguiente, Philippe regresó al sitio. El terreno ya estaba rellenado y, además, encontró otro punto donde varios árboles habían sido talados, presuntamente sin permisos, para abrir espacio a nuevas construcciones.

¿Por qué nos debe importar la tendencia urbanística en el Caribe Sur?

Porque no se trata de un hecho aislado ni de un simple movimiento de tierra. Cada intervención de este tipo altera el equilibrio ecolológico de la región, afecta la biodiversidad y degrada bienes comunes esenciales como el suelo fértil y el agua limpia. Al repetirse sin control, se va normalizando la idea de que es posible transformar terrenos y paisajes sin procesos transparentes ni evaluaciones ambientales rigurosas, debilitando la protección de áreas frágiles y ecosistemas sensibles: humedales, manglares, cauces de quebradas y la propia Zona Marítimo Terrestre, patrimonio colectivo de todas las personas.

Ignorar esta tendencia abre la puerta a un modelo de desarrollo que privilegia la ganancia privada por encima del bienestar de las comunidades y de los ecosistemas que las sostienen. Al mismo tiempo, deja desprotegidas a las personas que, como Philippe, se atreven a documentar y denunciar estas prácticas, exponiéndose a riesgos personales por defender el territorio.

Un modelo que transforma el paisaje para urbanizar

El procedimiento observado por Philippe no es nuevo: forma parte de un modelo extendido en varias comunidades costeras. Se trata de preparar terrenos de forma intensiva para urbanización, incluso cuando no se cuenta con permisos claros.
El patrón suele ser así:

Retiro de capa fértil: se extrae la tierra negra rica en nutrientes, a menudo para venderla en otros lugares.

Relleno con material externo: se traen camiones con tierra proveniente de lomas, muchas veces extraída sin autorización.

Cobertura con lastre: se coloca una capa final para estabilizar el terreno y darle apariencia de “lote listo” para construcción.

Con este método, un terreno húmedo o agrícola se transforma rápidamente en un lote urbano, pero a costa de destruir ecosistemas, alterar el drenaje natural y aumentar riesgos de inundación.

El patrón de peligro para quienes defienden el ambiente

Documentar estos procesos no es solo un acto de ciudadanía responsable; también puede convertirse en una actividad de alto riesgo. Las personas defensoras ambientales, como Philippe, enfrentan patrones de hostigamiento y amenazas cuando exponen prácticas ilegales o irregulares.
Estos riesgos incluyen:

  • Acoso verbal o físico al ser sorprendidas tomando fotos o registrando evidencia.

  • Intimidación indirecta, como seguirlas, bloquearles el paso o interpelarlas agresivamente.

  • Falta de respuesta efectiva de las autoridades, lo que deja a estas personas en situación de indefensión.

Defender el ambiente no debería ser peligroso. Sin embargo, en lugares como el Caribe Sur, quienes alzan la voz se convierten en la primera línea de resistencia ante actividades que transforman los paisajes sin respeto por la ley ni por la vida que sostienen.

¿Qué podemos hacer?

  • Mantenernos informados sobre los cambios en nuestro entorno.

  • Denunciar ante las autoridades competentes (como el 911, MINAE o al SINAC) cuando observamos prácticas que podrían ser ilegales.

  • Respaldar a las personas defensoras ambientales, reconociendo su aporte y exigiendo garantías para su seguridad.

  • Valorar y fortalecer los registros y monitoreos comunitarios, que permiten evidenciar los cambios en el paisaje a lo largo del tiempo. Fotografías, videos y bitácoras son piezas clave para exigir responsabilidades y visibilizar procesos que, de otra forma, quedarían ocultos.

El registro de Philippe no es solo un testimonio; es un llamado urgente a mirar con atención cómo, bajo la apariencia de “mejoras” o “rellenos”, se están transformando paisajes que sostienen la vida y la cultura del Caribe Sur. La vigilancia ciudadana y el seguimiento constante son herramientas esenciales para proteger estos territorios que nos pertenecen a todos y todas.

Registro fotográfico

Nota: Las fotografías y videos incluidos en esta publicación son de carácter ilustrativo y tienen como único propósito reflejar la gravedad de la situación descrita. No deben interpretarse como evidencia directa contra personas específicas ni como señalamiento individual.

cabcera reforestacion

Costa Rica en el Índice de Desarrollo Humano 2025: políticas que avanzan, exclusiones que perduran

Costa Rica vuelve a destacar en el Informe de Desarrollo Humano 2025 al ubicarse en el puesto 62 con un HDI de 0.833, dentro del grupo de países de desarrollo humano muy alto. Este resultado no es fruto del azar: responde a décadas de políticas sociales sostenidas y factores estructurales que han marcado el rumbo del país.

La inversión histórica en educación pública gratuita, la seguridad social universal, la ausencia de ejército y la estabilidad democrática han permitido construir una base sólida de salud, conocimiento y bienestar. Estos pilares explican que, incluso con limitaciones económicas, el país haya logrado mantener mejoras constantes en esperanza de vida, escolaridad y calidad de vida.

La importancia de la política social en el desarrollo humano

El progreso de Costa Rica no se entiende sin reconocer el papel central de sus políticas sociales, que han funcionado como motores sostenidos de bienestar y cohesión. Estas políticas no son simples programas aislados, sino decisiones de Estado que han moldeado el rumbo del país:

Educación pública gratuita
Desde hace más de 150 años, la educación gratuita y obligatoria ha garantizado que generaciones enteras tengan acceso al conocimiento, independientemente de su origen social. Esta apuesta permitió construir una fuerza laboral preparada, atraer inversión y fomentar innovación, reduciendo brechas de desigualdad.

Seguridad social universal
El sistema de salud y pensiones, basado en la Caja Costarricense de Seguro Social, cubre a prácticamente toda la población. Esto se traduce en indicadores de salud comparables con países desarrollados, mayor esperanza de vida y una red de protección que evita que millones caigan en pobreza extrema ante enfermedades o vejez.

Ausencia de ejército
Desde 1948, Costa Rica destinó recursos antes usados para la defensa a educación, salud e infraestructura social. Esta decisión no solo consolidó su reputación internacional como país pacífico, sino que liberó recursos fiscales para fortalecer políticas inclusivas y garantizar servicios públicos de calidad.

En conjunto, estas políticas no son un gasto, sino una inversión en las capacidades de la población, que se reflejan en el Índice de Desarrollo Humano y en la resiliencia del país ante crisis globales. Sostenerlas y actualizarlas es clave para que Costa Rica siga siendo un referente de desarrollo humano en la región.

Datos de Costa Rica según el HDR 2025

Indicador

Valor

Puesto mundial HDI

62

HDI 2023

0.833

Esperanza de vida al nacer

80.8 años

Años esperados de escolaridad

16.3 años

Años promedio de escolaridad

8.8 años

INB per cápita (PPP 2021)

23,417 USD

HDI ajustado por desigualdad

0.678 (pérdida del 18.6 %)

Índice ajustado por presiones planetarias (PHDI)

0.774


Un trayecto histórico de avance en desarrollo humano

Costa Rica muestra una evolución constante en el Índice de Desarrollo Humano (HDI), reflejando décadas de políticas públicas sostenidas. A continuación, un recorrido por los hitos más relevantes:

Año

HDI

Contexto histórico

1990

0.677

Inicio de registros internacionales; el país ya destacaba en educación y salud en comparación regional.

2000

0.734

Consolidación de la educación universal y expansión de la seguridad social, con mejoras en esperanza de vida y alfabetización.

2010

0.785

Políticas de inversión social y estabilidad económica elevan el bienestar; se aproxima al grupo de desarrollo humano muy alto.

2015

0.808

Costa Rica ingresa oficialmente al grupo de desarrollo humano muy alto.

2020

0.822

Antes de la pandemia, mantiene su ascenso sostenido gracias a políticas inclusivas.

2021

0.826

Recuperación parcial tras los efectos del COVID‑19.

2023

0.833

Máximo histórico, puesto 62 a nivel mundial, consolidando un liderazgo regional.

Tendencia general:
En poco más de tres décadas, Costa Rica aumentó su IDH en más de un 20 %, lo que evidencia que invertir en las capacidades de las personas genera progreso sostenible. En 2023, el país se ubicó en la posición 62 de 193 países y en el puesto 7 en América Latina.

Desafíos globales, respuestas locales

El pasado 2 de julio de 2025, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presentó en San José el Informe de Desarrollo Humano 2025: Una cuestión de elección: personas y posibilidades en la era de la Inteligencia Artificial. El evento, que reunió a autoridades nacionales, agencias internacionales y referentes del sistema de Naciones Unidas, ofreció una mirada actualizada sobre los retos y oportunidades del desarrollo humano en el contexto global y nacional.

El informe advierte sobre un estancamiento del desarrollo humano a nivel mundial, producto del aumento de las desigualdades entre países y de las presiones que enfrenta el modelo de desarrollo tradicional. Desde 2020, el IDH global no ha logrado recuperar su ritmo de crecimiento, y por cuarto año consecutivo crece la brecha entre los países con IDH muy alto y aquellos con IDH bajo o medio.

En ese contexto, se enfatizó que la inteligencia artificial no debe ser vista como una amenaza de sustitución humana, sino como una herramienta para potenciar la creatividad, personalizar la educación y la salud, y democratizar las oportunidades de desarrollo.

Inteligencia artificial y desarrollo: oportunidades con cautela

Uno de los aportes del informe es una encuesta global sobre percepciones en torno a la inteligencia artificial (IA). Si bien el 50 % de las personas considera que su trabajo podría automatizarse, un 60 % cree que la IA tendrá un impacto positivo y abrirá nuevas oportunidades laborales. En países con IDH bajo o medio, el 70 % espera que la IA aumente su productividad, y dos tercios creen que usarán IA en el ámbito educativo, laboral o de salud en el próximo año.

El informe también alerta sobre los riesgos de exclusión, concentración de poder y profundización de desigualdades, por lo que urge a mantener un compromiso ético que subordine la innovación tecnológica al bienestar humano.

Las deudas pendientes de la política social costarricense

Aunque Costa Rica mantiene una sólida posición en desarrollo humano, los datos también revelan retos urgentes que requieren atención para evitar retrocesos:

  • Desigualdad persistente: El IDH ajustado por desigualdad muestra una pérdida del 18.6 %. Comunidades rurales, pueblos indígenas y poblaciones afrodescendientes enfrentan barreras estructurales para acceder a educación, salud y empleo digno.

  • Brechas en calidad educativa: La cobertura educativa es amplia, pero la calidad varía considerablemente. Las escuelas rurales sufren de deficiencias en infraestructura, tecnología y disponibilidad de docentes especializados.

  • Riesgos para la seguridad social: La Caja Costarricense de Seguro Social, clave del sistema, está bajo presión por el envejecimiento de la población, el trabajo informal y la evasión de aportes. Su sostenibilidad requiere reformas profundas y consensuadas.
  • Protección frente a nuevos desafíos: El sistema aún no está preparado para enfrentar los efectos de la automatización, la precarización laboral juvenil o el cambio climático. Se requieren políticas activas que acompañen estos procesos de transformación.

  • Brechas de género: Aunque el país tiene un Índice de Desarrollo de Género de 0.975 (posición 55 de 170), persisten desigualdades en salud reproductiva, acceso al empleo formal y participación política.

Costa Rica y la sostenibilidad: un diferencial regional

Un aspecto positivo destacado en el informe es la baja pérdida del IDH ajustado por presiones planetarias: solo un 7.1 %, lo que permite a Costa Rica ascender 37 posiciones en esta categoría. Esto refleja políticas ambientales activas y un compromiso sostenido con la protección de los ecosistemas.

Los desafíos ante la disminución de la política social

A pesar de estos logros, el informe alerta sobre tendencias globales de debilitamiento de la política social y ambiental. En Costa Rica, los recortes presupuestarios, la presión fiscal y un discurso que minimiza el gasto social y la política ambiental como inversión podrían comprometer avances alcanzados durante décadas.

Reducir la política social significaría poner en riesgo las bases que explican el éxito del país en desarrollo humano: la protección ambiental, el acceso universal a salud, la educación de calidad y los programas que sostienen a las poblaciones más vulnerables. Mantener y fortalecer estas políticas no es solo una cuestión ética; es estratégico para asegurar que Costa Rica no pierda su posición de liderazgo regional.

El caso Ngöbe de Sixaola: el espejo de una política social que excluye

La situación del pueblo Ngöbe asentado en Sixaola revela, con crudeza, cómo las estadísticas nacionales pueden ocultar realidades profundamente desiguales. Pese a los avances globales del país en desarrollo humano, este grupo indígena enfrenta exclusión estructural en cada uno de los pilares de la política social: educación, salud, trabajo y territorio.

Las trabas para acceder a programas del IMAS por no contar con títulos de propiedad, la imposibilidad de realizar trámites digitales por barreras tecnológicas o lingüísticas, y la discriminación directa en la atención institucional demuestran que el diseño de la política social no incorpora una perspectiva intercultural ni territorial.

En salud, la saturación del sistema público, la ausencia de horarios compatibles con las condiciones laborales de la población Ngöbe y la violencia obstétrica hacia mujeres indígenas cuestionan el principio de universalidad del acceso. Además, el corte del servicio de agua potable, pese a existir leyes que prohíben esas prácticas, refuerza la negligencia sistemática hacia comunidades ya precarizadas.

 

En el ámbito laboral, el pueblo Ngöbe sigue expuesto a condiciones de semi-esclavitud en fincas bananeras y plataneras, sin protección sindical efectiva ni fiscalización estatal constante. Las mujeres, en particular, sufren una triple opresión: por ser indígenas, pobres y trabajadoras, con testimonios alarmantes de acoso sexual, despidos arbitrarios y racismo cotidiano.

Finalmente, la ausencia de un territorio indígena reconocido impide el acceso pleno a derechos y refuerza un patrón de desarraigo, invisibilidad y vulnerabilidad institucional. Sin tierra, no hay autonomía. Sin reconocimiento, no hay dignidad.

El caso Ngöbe no es una excepción: es un síntoma de cómo el modelo de bienestar costarricense puede fallar cuando no reconoce la diversidad socioterritorial del país. Si se quiere hablar de desarrollo humano real, será necesario mirar de frente estas deudas históricas y construir una política social verdaderamente inclusiva, con participación activa de los pueblos originarios y desde sus propias formas de vida.

Defender la política social como bien común

Las políticas sociales de Costa Rica no son meros instrumentos técnicos ni gastos aislados: son bienes comunes sociales, construidos a lo largo de décadas por decisiones colectivas que apostaron por la equidad y la solidaridad. La educación pública gratuita, la seguridad social universal y la ausencia de ejército no solo mejoran indicadores; tejen vínculos de confianza y corresponsabilidad que sostienen la vida democrática y el sentido de comunidad.

Defender y fortalecer estas políticas es defender el suelo común donde se cultiva el bienestar de todas las personas, especialmente en tiempos de incertidumbre global. Renunciar a ellas sería debilitar el tejido solidario que permite a la sociedad cuidarse a sí misma, garantizar derechos y abrir oportunidades para que cada generación viva con dignidad y esperanza.

Pueden descargar el resumen en español aquí.

Referencias:

Observatorio de Bienes Comunes UCR. (2025, julio 15). “Nos tratan como si no fuéramos de aquí”: Pueblo Ngöbe de Sixaola visibiliza abandono institucional y exige territorio. https://bienescomunes.fcs.ucr.ac.cr/nos-tratan-como-si-no-fueramos-de-aqui-pueblo-ngobe-de-sixaola-visibiliza-abandono-institucional-y-exige-territorio/

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. (2025). Informe sobre desarrollo humano 2025: Una cuestión de elección. Personas y posibilidades en la era de la inteligencia artificial (Pedro Conceição, Dir.). https://www.undp.org/es/costa-rica/comunicados-de-prensa/pnud-costa-rica-presenta-informe-de-desarrollo-humano-2025

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. (2025). A matter of choice: People and possibilities in the age of AI (Informe sobre desarrollo humano 2025). https://hdr.undp.org

climatico

¿Quién responde por la crisis climática? La Corte Internacional de Justicia marca un hito y abre caminos hacia la defensa de los bienes comunes

Este 23 de julio, la Corte Internacional de Justicia (CIJ), el máximo tribunal de las Naciones Unidas, emitió una histórica opinión consultiva que podría cambiar el rumbo de la justicia climática: los Estados son jurídicamente responsables por sus actos u omisiones frente al cambio climático, y su inacción puede constituir un hecho internacionalmente ilícito.

Aunque no se trata de un fallo vinculante, el dictamen tendrá un peso determinante en litigios climáticos actuales y futuros, al ofrecer claridad jurídica sobre las obligaciones de los Estados y abrir nuevas vías para exigir responsabilidades, reparaciones y transformaciones urgentes. Para quienes defendemos los bienes comunes naturales desde los territorios, esta decisión representa un hito y una herramienta para seguir luchando por justicia.

¿Qué resolvió la Corte?

La opinión consultiva fue solicitada por la Asamblea General de la ONU, a partir de una campaña impulsada desde 2019 por jóvenes estudiantes de Derecho en Vanuatu, un pequeño Estado insular del Pacífico. Ellos preguntaron a la CIJ: ¿qué obligaciones tienen los Estados para proteger el sistema climático? ¿Y qué consecuencias jurídicas enfrentan si no lo hacen?

  1. La respuesta de la Corte fue contundente:
  2. Los Estados tienen la obligación legal de prevenir, mitigar y reparar los daños climáticos.
  3. El cambio climático es una amenaza urgente y existencial, cuyas consecuencias afectan tanto a los derechos humanos como a la biodiversidad planetaria.
  4. La responsabilidad estatal incluye tanto acciones como omisiones: producción y consumo de combustibles fósiles, otorgamiento de licencias, subsidios, falta de regulación.
  5. Si la restitución de los daños no es posible, los Estados deben indemnizar a las poblaciones afectadas.
  6. El derecho internacional no se limita al Acuerdo de París: también se aplican normas consuetudinarias y principios generales, incluso para Estados que no forman parte de tratados específicos.

Este pronunciamiento da fuerza jurídica a lo que miles de comunidades han sostenido durante décadas: el colapso climático no es una catástrofe inevitable, sino el resultado de decisiones políticas y económicas concretas, que generan responsabilidades legales y éticas.

Bienes comunes naturales: más allá del “clima” como cifra

Desde una mirada de los bienes comunes naturales, esta opinión consultiva representa una oportunidad crucial para reorientar las luchas climáticas hacia una defensa integral del territorio, la vida y las relaciones de cuidado que sostienen el planeta.

El sistema climático no es una “cosa” que se protege desde afuera: es una condición común, viva y compartida, tejida con los ciclos del agua, los suelos, los océanos, los bosques, las comunidades y los cuerpos. Su degradación es también el deterioro de los bienes comunes que permiten la vida: el acceso al agua, el alimento, la salud, la energía, la tierra, el aire limpio.

“El derecho a un entorno sostenible es una condición indispensable para disfrutar de los demás derechos”, afirmó el juez Yuji Iwasawa al leer el dictamen.

Al reconocer que los Estados deben no solo prevenir, sino reparar los daños causados al sistema climático, el tribunal se acerca a una lógica reparadora y redistributiva, que es clave para las comunidades del sur global que han sufrido los impactos del extractivismo, la desigualdad ambiental y la injusticia histórica.

De las islas del Pacífico a los territorios en lucha

Lo que comenzó en un aula universitaria en Vanuatu se transformó en un proceso diplomático y jurídico sin precedentes: más de 130 países apoyaron la resolución, y 96 Estados participaron en las audiencias públicas. Esta articulación entre juventudes, organizaciones civiles, pueblos insulares y actores estatales muestra que las luchas por los bienes comunes y la justicia climática pueden escalar hasta los espacios más altos del derecho internacional.

Desde América Latina y el Caribe, este fallo puede fortalecer las exigencias de pueblos indígenas, comunidades campesinas, colectivos urbanos, defensores ambientales y juventudes que ya enfrentan las consecuencias del colapso climático: huracanes más intensos, pérdida de biodiversidad, desplazamientos, contaminación, escasez hídrica, inseguridad alimentaria.

“Esta decisión nos da herramientas para exigir un futuro habitable”, afirmó Mariana Campos Vega, de Juventud Mundial por la Justicia Climática.

Una oportunidad para transformar la gobernanza climática

Desde 2023, se han multiplicado los pronunciamientos judiciales en esta dirección: la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y el Tribunal del Derecho del Mar han vinculado el cambio climático con violaciones a los derechos humanos.

Con la opinión de la CIJ, el mensaje es claro: no hay más excusas para la inacción. Las decisiones climáticas no son optativas: son obligaciones legales.

Para los movimientos que defienden los bienes comunes, esto implica:

  1. Fortalecer la presión desde los territorios: las comunidades organizadas pueden usar este dictamen como argumento jurídico y político ante proyectos contaminantes.
  2. Desplegar litigios estratégicos: exigir reparaciones, detener obras destructivas, y defender derechos desde una perspectiva climática y comunitaria.
  3. Repensar la cooperación internacional: más allá de fondos climáticos, se requiere una transformación estructural en la forma en que se entienden la deuda ecológica, la redistribución y la justicia.
  4. Empoderar las voces del sur global: no como víctimas, sino como sujetos políticos, portadores de propuestas de futuro y de formas alternativas de vida.
Lo que está en juego: ¿un nuevo paradigma?

El fallo de la CIJ no resuelve por sí solo la crisis. Pero marca un punto de inflexión en el derecho internacional y abre un nuevo campo de posibilidades para quienes defienden los bienes comunes desde una perspectiva de reciprocidad, relacionalidad y autonomía.

“Una solución duradera y satisfactoria exige voluntad y sabiduría humana para cambiar nuestros hábitos, comodidades y el estilo de vida actual”, concluye el dictamen.

Desde el Observatorio de Bienes Comunes celebramos esta decisión como un respaldo a las luchas que, desde abajo, desde los márgenes y desde los territorios, ya vienen proponiendo otros caminos para la vida. La justicia climática no vendrá desde arriba si no se construye desde los pueblos, desde sus memorias, sus conocimientos, sus resistencias y su derecho a existir.

Referencias:

IPS Noticias. (2025, 23 de julio). Los Estados son responsables por la crisis climática, dicta la CIJ. IPS Noticias. https://ipsnoticias.net/2025/07/los-estados-son-responsables-por-la-crisis-climatica-dicta-la-cij/

Robaina, E. (2025, 23 de julio). La Corte Internacional de Justicia atribuye responsabilidad legal a los países que no protejan el sistema climático. Climática. https://climatica.coop/opinion-consultiva-corte-internacional-de-justicia-vanuatu-cambio-climatico/?tztc=1

WhatsApp Image 2025-07-21 at 1.32.07 PM (2)

Cuando “mi terreno” no significa hacer lo que yo quiera: alertas desde el Caribe Sur

En distintos puntos del Caribe Sur se repite una escena preocupante: terrenos usados para lanzar escombros, troncos, cemento y tierra sin ningún control. Muchas veces, estos lugares son humedales o zonas con quebradas activas, ecosistemas frágiles que cumplen funciones vitales como regular inundaciones, filtrar el agua y sostener una enorme biodiversidad.

Así lo ha venido documentando Philippe Vangoidsenhoven a través de su monitoreo ciudadano. Recientemente, observó que, a 800 metros del cruce de Hone Creek, se estaban rellenando partes de un humedal: “tiraban material, troncos, tierra, material orgánico, pero también escombros de construcción y residuos de todo tipo. Esto no debe hacerse por ningún motivo”, relata. Aunque el dueño de la propiedad asegura que “es su terreno” y que puede dar permiso para botar ahí lo que sea, la ley es clara: tener una propiedad no autoriza a destruir ecosistemas ni a alterar cauces de agua o humedales. Estos son bienes comunes protegidos por normativas ambientales nacionales e internacionales.

Lo ocurrido recuerda una idea que todavía falta reforzar: la noción de propiedad privada no está por encima del interés público ambiental. Tener un terreno no significa que se pueda talar árboles protegidos, drenar humedales o desviar quebradas. Hacerlo es un delito y genera daños que impactan a toda la comunidad: mayor riesgo de inundaciones, pérdida de fauna, contaminación de aguas.

Lo que se ve sin buscar: escombros tapando humedales

El trabajo de monitoreo de Philippe ha denunciado cerca de cuatro casos que evidencian con claridad una práctica que se ha vuelto habitual en distintos puntos del Caribe Sur: la creación de ‘rellenos’ improvisados con todo tipo de desechos para ganarle terreno a la naturaleza y habilitar construcciones. Lo que a veces comienza con tierra o ramas termina convirtiéndose en una mezcla caótica de residuos orgánicos e inorgánicos: restos de construcción, cemento, cerámica, metales, cables, raíces de árboles talados en otros lugares y hasta baterías y plásticos.

A simple vista, se observa un patrón:

  • Se talan árboles en un terreno y se transportan sus troncos a otro sitio.
  • Se aprovechan demoliciones para cargar escombros en pick-ups o camiones pequeños.
  • Se arroja ese material en humedales, o para el relleno de las orillas de las quebradas, cubriendo lo inorgánico con material orgánico para que pase desapercibido.
  • Se nivela la superficie y, poco a poco, se prepara para construir encima.

Esta dinámica no es un hecho aislado: se repite incluso a escasos metros de instituciones públicas, sin que medie una respuesta inmediata para frenarla. La naturalización de estas prácticas revela una combinación peligrosa entre la débil fiscalización y la arraigada creencia de que, por ser propietario, se tiene derecho a modificar cualquier ecosistema.

Los casos que Philippe documenta —vagonetas descargando basura en un humedal o la presencia de residuos en los terrenos— refleja un problema estructural: la frágil capacidad de control ambiental y la urgencia de una ciudadanía vigilante que siga denunciando estas agresiones. Porque cada relleno improvisado es, en realidad, un ecosistema destruido.

¿Qué podemos hacer?

  • Denunciar ante al 911, Ministerio de Salud, MINAE, SINAC o la policía cuando se detecten estas prácticas.
  • Difundir información para que más personas conozcan que humedales y quebradas tienen protección especial.
  • Exigir a las autoridades seguimiento real a estas denuncias.

El monitoreo ciudadano como el de Philippe es clave para visibilizar lo que ocurre en el territorio. Cuidar los humedales y quebradas no es solo responsabilidad del Estado: es un compromiso de todas y todos, porque estos ecosistemas son nuestra defensa natural y un bien común que merece respeto.

¿Qué pasa cuando se tiran escombros y residuos en un humedal?

A primera vista, lanzar tierra, troncos o cemento en un terreno parece inofensivo, pero en un humedal o en las orillas de una quebrada el impacto es profundo y casi siempre irreversible:

  • Se altera el flujo natural del agua. Los escombros tapan canales y nacientes, reducen la capacidad del humedal de absorber lluvias y aumentan el riesgo de inundaciones en comunidades cercanas.
  • Se pierde biodiversidad. Tortugas, peces, aves acuáticas, plantas propias del humedal y microorganismos dejan de encontrar alimento y refugio cuando el terreno se rellena con materiales extraños.
  • Se contamina el suelo y el agua. Los residuos de cemento, madera tratada o restos de construcción liberan sustancias que cambian la calidad del agua y afectan la vida acuática.
  • Se rompe la función de “filtro natural”. Un humedal sano retiene sedimentos y mejora la calidad del agua que luego usamos; al cubrirlo con escombros, esa función se pierde.
  • También el material orgánico altera el humedal. Aunque parezca inofensivo, arrojar ramas, troncos o tierra modifica la topografía natural, eleva el nivel del suelo, tapa la vegetación nativa y acelera procesos de descomposición que pueden cambiar la química del agua y reducir el oxígeno disponible para la fauna.

Cada camión de material tirado en un humedal no solo transforma el paisaje, también pone en riesgo servicios ecosistémicos de los que dependemos todos los días. Por eso es vital denunciar y frenar estas prácticas a tiempo.

¿Qué dice la legislación costarricense sobre la propiedad?

En Costa Rica la propiedad privada está protegida por la Constitución Política (artículo 45), pero ese derecho no es absoluto. El mismo texto constitucional indica que la propiedad está sujeta a las limitaciones y obligaciones que dicte el interés público. Esto significa que, aunque una persona sea dueña de un terreno, no puede usarlo de manera que destruya bienes de interés común, como los bosques, ríos, quebradas y humedales.

La Ley de Conservación de Vida Silvestre (N.° 7317), la Ley Forestal (N.° 7575) y la Ley Orgánica del Ambiente (N.° 7554) establecen claramente que:

  • Las quebradas, ríos, humedales y manglares son bienes de dominio público, aunque atraviesen una propiedad privada.
  • Existe una franja de protección a ambos lados de los cauces y zonas de recarga acuífera donde no se puede rellenar, construir ni talar.
  • Alterar un humedal, cambiar su uso o rellenarlo sin permisos técnicos y ambientales es un ilícito que puede acarrear multas, procesos judiciales e incluso la obligación de restaurar el daño.

En palabras sencillas: ser dueño de un terreno no da derecho a destruir lo que ahí hay si forma parte de un ecosistema protegido. Tener título de propiedad no autoriza a drenar un humedal ni a tapar una quebrada; la ley está por encima de cualquier “permiso” informal que un propietario quiera dar.

Registros 2022

Registro 2023

Registro 2024

Registro 2025

Nota: Las fotografías y videos incluidos en esta publicación son de carácter ilustrativo y tienen como único propósito reflejar la gravedad de la situación descrita. No deben interpretarse como evidencia directa contra personas específicas ni como señalamiento individual.

Caravana_vs_trenMaya_arturoContreras

Despojos racistas: Rostros de la «transición verde»

En esta conversación profunda y urgente con Josefa Sánchez Contreras, abordamos cómo las luchas ambientales están siendo cooptadas por discursos que, en nombre de salvar el planeta, perpetúan formas de despojo racista y colonial. Hablamos del colonialismo energético, las falsas soluciones verdes, el engaño de la transición energética, y los retos de construir ecologismos realmente antirracistas y anticoloniales. Josefa comparte desde su experiencia de lucha, señalando la importancia de los saberes territoriales, comunitarios e indígenas frente a una ecología de mercado que invisibiliza resistencias y reproduce violencias históricas.

🔴 Una entrevista que interpela, incomoda y abre caminos hacia otras formas de defender la vida y el territorio.

Si desean conocer más sobre la obra de Josefa, puden leer:

Crédito de imagen: Semanario Universidad.

02_Frantz-Fanon-lors-dune-conf-rence-de-presse-du-Congr-s-des--crivains---Tunis-1959

Frantz Fanon a 100 años: pensamiento vivo para la liberación

“Cada generación debe, en una relativa oscuridad, descubrir su misión, cumplirla o traicionarla.”
— Frantz Fanon

Este 2025 se cumplen 100 años del nacimiento de Frantz Fanon, psiquiatra, escritor y militante anticolonial nacido en Martinica. A un siglo de su llegada al mundo, su pensamiento no solo conserva una vigencia inusitada, sino que continúa siendo un faro para quienes luchan contra las formas contemporáneas del racismo, el colonialismo y la opresión. Su vida encarna una rara coherencia entre pensamiento y acción, entre la teoría y el compromiso político por la liberación de los pueblos.

Un pensador radical del colonialismo y la subjetividad

Frantz Fanon fue uno de los primeros en articular con profundidad cómo el colonialismo no solo domina territorios, sino que penetra en la psique de las personas colonizadas. En “Piel negra, máscaras blancas” (1952), Fanon exploró cómo el racismo produce una alienación estructural en la subjetividad negra, obligando a las personas a usar “máscaras” impuestas por la cultura blanca dominante para poder sobrevivir. Este texto no es solo un análisis psicológico; es una denuncia ética y política de la deshumanización colonial.

Fanon comprendió el racismo como una tecnología de poder: no es solo un “prejuicio” ni un “error” individual, sino una estructura que sostiene el orden colonial y el capitalismo global. En su lectura, la liberación auténtica no puede venir de reformas superficiales, sino de una ruptura con el sistema que produce esas jerarquías.

La violencia como respuesta: una ética desde los condenados de la tierra

Su obra más influyente, “Los condenados de la tierra” (1961), fue escrita mientras trabajaba con el Frente de Liberación Nacional (FLN) en Argelia, poco antes de su muerte. Este libro marca una ruptura con los discursos liberales y eurocéntricos sobre el desarrollo y la democracia. Fanon no idealiza la violencia, pero la reconoce como un momento inevitable en los procesos de descolonización, porque el colonialismo mismo se funda en la violencia. La violencia liberadora aparece como una reapropiación de la dignidad y una forma de reconstrucción del sujeto oprimido.

A diferencia del humanismo colonial, que oculta la deshumanización bajo discursos de civilización, Fanon apuesta por un nuevo humanismo, nacido de la lucha y del reconocimiento de la humanidad negada. Es un humanismo insurgente, construido por los de abajo, por quienes han sido despojados de su voz y su cuerpo.

Un compromiso encarnado: Fanon militante

Más allá de sus libros, Fanon fue un hombre profundamente comprometido con la praxis revolucionaria. Renunció a su cargo como psiquiatra del hospital de Blida, en Argelia, al no poder ser cómplice del aparato colonial francés. Se unió activamente al movimiento de liberación argelino, asumió misiones diplomáticas y formó parte de una lucha que no era la “de su pueblo natal”, sino la de todos los pueblos colonizados del mundo.

Este gesto de solidaridad radical –arriesgar la vida por una causa que no es “nacional” sino humana– es parte de la coherencia ética que hace de Fanon una figura ejemplar. No pensaba la revolución como una consigna abstracta, sino como un proceso en el que se arriesga el cuerpo, el tiempo y la vida.

Pensar con Fanon hoy: descolonizar es urgente

Hoy, en un mundo atravesado por nuevas formas de colonialismo —económico, cultural, epistémico y ecológico—, las palabras de Fanon resuenan con fuerza. En América Latina, África y Asia, en los territorios indígenas, en los barrios racializados, en las luchas de las juventudes precarizadas, su llamado a descubrir la misión histórica de cada generación sigue siendo una provocación necesaria.

Descolonizar no es solo un acto académico ni un reclamo simbólico: es una práctica que interpela las estructuras de poder y nuestras formas de vida. Leer a Fanon en este centenario no debe ser un homenaje pasivo, sino una invitación activa a renovar el compromiso con los procesos de emancipación, con los pueblos que luchan, con quienes siguen siendo tratados como desechables por un sistema que jerarquiza vidas.

Fanon vive en cada intento por decir la verdad contra la opresión, en cada gesto de solidaridad activa, en cada comunidad que se organiza para recuperar su autonomía. A 100 años de su nacimiento, su pensamiento nos recuerda que no hay transformación sin riesgo, ni liberación sin conflicto.

Descolonizar también es hacer: más allá del discurso

Frantz Fanon nos alerta con claridad: la descolonización no es una metáfora, ni un giro semántico en los debates académicos. Es una reorganización radical del mundo, una ruptura concreta con los modos de vida, de gobernar, de habitar, de sanar y de educar impuestos por el colonialismo. Por eso, descolonizar implica prácticas vividas, no solo interpretaciones.

En muchos espacios, el discurso descolonial ha sido absorbido por instituciones, universidades y ONGs sin que ello signifique un compromiso real con las luchas de los pueblos. Fanon nos previno de ese peligro: cuando la descolonización se vuelve una moda discursiva sin anclaje en el cuerpo, el territorio y la comunidad, deja de ser una amenaza al orden colonial.

Descolonizar exige recuperar saberes, lenguas, espiritualidades, economías y modos de cuidado propios, en diálogo con las urgencias del presente. Significa desafiar la verticalidad del Estado-nación, cuestionar el monocultivo del pensamiento occidental, denunciar las formas de racismo ambiental, reconstruir la salud desde el cuerpo-territorio, y defender la vida más allá del lucro y la acumulación.

En este sentido, Fanon no es solo un pensador, sino un guía ético-político que exige coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Su legado interpela a quienes luchan por el cambio social: ¿cómo se vive lo que se proclama? ¿Qué prácticas reproducen la colonialidad incluso en espacios que se dicen alternativos? ¿Quiénes deciden y desde dónde?

El pensamiento de Fanon, a 100 años de su nacimiento, nos recuerda que no basta con denunciar el colonialismo: hay que dejar de ser sus funcionarios cotidianos. Descolonizar es también cocinar, sembrar, sanar, enseñar y organizar desde otros lugares, con otros ritmos, con otras palabras.

¿Querés una mirada clara y visual sobre el legado de Frantz Fanon? Preparamos una infografía que resume sus principales ideas, su compromiso militante y por qué su pensamiento sigue siendo clave para las luchas actuales.

Ideal para espacios educativos, colectivos, talleres o para compartir en redes.

Descargala aquí PDFImagen

WhatsApp Image 2025-07-06 at 6.21.03 AM

Sitios de memoria en disputa: cuando el recuerdo se convierte en «botín»

Reflexión desde el Colectivo Antonio Saldaña

Los pueblos originarios han visto cómo su memoria, sus territorios y sus símbolos han sido sistemáticamente apropiados por el mundo occidental. La explotación no solo ha sido de sust ierras, de sus cuerpos o de sus recursos, sino también de su historia, sus sitios sagrados y sus objetos ancestrales. Es una forma de colonización que continúa hoy, disfrazada de museos, declaratorias patrimoniales o planes de desarrollo.

Los sitios de memoria —aquellos lugares donde se concentra la vida espiritual, los relatos colectivos y las raíces de los pueblos— han sido convertidos en vitrinas al servicio de la mirada dominante. A menudo, estas piezas arqueológicas, restos prehispánicos y paisajes rituales están bajo control de instituciones blancas, administradas por el Estado o por intereses turísticos, sin participación real de los pueblos a quienes pertenecen.

Como nos comparten desde el Colectivo:

“Todos los sitios son acaparados, controlados, administrados por los blancos. Al final, siquieren, lo destruyen o lo desaparecen. Así se destruye la memoria histórica de los pueblos poco a poco, para finalmente destruir los pueblos en sí, no sólo su cultura, sino a las mismas personas.”

Esta violencia no es nueva. Es parte de un proyecto histórico que ha avanzado con distintas formas: el extractivismo, el turismo cultural, la arqueología sin diálogo, la burocracia que impone barreras, y la imposición de narrativas únicas sobre lo que debe recordarse y cómo.

Frente a esta realidad, desde los pueblos y organizaciones indígenas surgen propuestas de reexistencia, de reapropiación de la memoria y defensa de los sitios sagrados como territorios vivos. La memoria no es un objeto, ni un pasado congelado. Es un proceso colectivo que se teje en comunidad, que se defiende desde la autonomía y que se conecta con las luchas actuales por el territorio, la dignidad y la vida.

Exigimos que los sitios de memoria no sean más zonas de despojo simbólico. Que el cuidado de estas tierras, objetos y relatos esté en manos de quienes los han guardado por generaciones. Que los museos, universidades e instituciones públicas abran paso a formas de reparación histórica y restitución cultural, no a nuevas formas de colonización.

Guayabo y otros sitios: memorias que enriquecen al sistema, pero excluyen a sus guardianes

Como nos recordó una compañera en una reciente conversación:

“Los sitios arqueológicos, los sitios sagrados, son más bien lugares de ganancia para el mundo occidental. Tenemos muchos lugares como el sitio Monumento Nacional Guayabo, en Turrialba. ¿Y de ahí para qué nos sirve? Simplemente lo acapararon, lo controlan desde afuera. Toda la ganancia que obtienen de ese sitio no vuelve a nuestros pueblos. Se enriquecieron con esos monumentos, con esa belleza natural, con esos paisajes que son memorias de nuestros ancestros. Y ahora quieren destruirlos.”

El caso del Guayabo —como el de tantos otros lugares sagrados— evidencia cómo el despojo se reinventa bajo formas institucionales: se imponen criterios técnicos de conservación, se construyen infraestructuras para el turismo, y se administra la memoria desde fuera. La historia viva que habita esos territorios es desplazada por narrativas oficiales que ocultan el despojo.

A la vez que se genera riqueza simbólica,turística y económica para actores externos, se margina a los pueblos guardianes. El sitio deja de ser un espacio de encuentro con los ancestros y la espiritualidad para convertirse en un “atractivo” más, gestionado por otros, sin vínculo con su tejido original.

Por eso, insistimos: la memoria no se protege sin justicia. No basta con conservar piedras, rutas o piezas: hay que devolver el sentido y el poder sobre ellas. Hay que restituir el derecho a recordar desde la raíz, no desde los márgenes. Los pueblos no piden permiso para defender sus memorias: exigen respeto, devolución y reparación.

El cercamiento de la memoria: entre el folclore y la instrumentalización

La memoria de los pueblos originarios no es un adorno cultural ni un archivo del pasado. Es una forma de vida, un entramado de relaciones con el territorio, con los ancestros, con las fuerzas que sostienen la existencia. Sin embargo, esa memoria ha sido cercada —como fueron cercadas las tierras comunales durante la colonización— para convertirla en mercancía, en objeto de exhibición, en símbolo vacío.

Así como los bienes naturales han sido transformados en “recursos”, la memoria ha sido transformada en “patrimonio” para usos institucionales, turísticos o académicos, muchas veces sin conexión con los pueblos que la sostienen. Se la encapsula en declaratorias, festivales o vitrinas, vaciándola de su potencia crítica, de su vínculo con la lucha y la vida cotidiana. Se convierte en folclore, en decorado para la mirada externa.

Esta forma de apropiación es una nueva etapadel despojo: no se tratasolo de quitar la tierra, sinode controlarlos sentidos que lahabitan, de decidirqué memorias son válidas,cuálessepuedenmostrar,cuálessedebensilenciarofolklorizar.

Desde los pueblos, la memoria no se vive como una posesión, sino como un bien común relacional, algo que se cuida en comunidad, que se transmite en la práctica, en los caminos, en los cuerpos y en los rituales. No se reduce a piezas ni a fechas: está viva en la lucha por el agua, en la defensa de los cerros, en la lengua que resiste, en la siembra que guarda los saberes.

Frente a su uso instrumental, es urgente reconocer y defender la memoria como un derecho colectivo y un proceso comunitario, no como una herramienta decorativa para agendas externas. No se puede hablar de justicia histórica sin devolver a los pueblos el control sobre sus propias memorias, sus sitios sagrados y sus relatos.

¿Quién fue Antonio Saldaña?

Antonio Saldaña fue el último rey del pueblo indígena de Talamanca, una figura de liderazgo comparable a un guía o autoridad ancestral en su comunidad. Su papel fue crucial en la defensa de la cultura, las tierras y los derechos de su pueblo frente a la expansión de intereses externos, especialmente de compañías bananeras.
 
Según la historia, Saldaña fue asesinado en 1910 en circunstancias no completamente esclarecidas. Se dice que fue envenenado durante una actividad social, en un acto de traición impulsado por quienes veían en su resistencia una amenaza a sus intereses económicos.
 
Su muerte representó un duro golpe para la lucha indígena, pero su legado sigue vivo como símbolo de resistencia y dignidad para los pueblos originarios de la región.

Este artículo, titulado “Sitios de memoria en disputa: cuando el recuerdo se convierte en botín”, es una reflexión colectiva elaborada por el Colectivo Antonio Saldaña. Se publica en el marco del Observatorio de Bienes Comunes, como parte de nuestro compromiso por abrir espacios donde las voces de los pueblos originarios cuestionen las lógicas de despojo que persisten sobre sus territorios, memorias y sitios sagrados. Esta publicación busca aportar a las luchas por la justicia histórica y el reconocimiento pleno de quienes, desde hace generaciones, han cuidado y defendido estas memorias vivas.

foto-1024x845

Reescribir la participación: lo que desafía el fallo sobre Gandoca‑Manzanillo

La reciente Sentencia N.° 2025‑2281 de la Sala Constitucional —resultado de la acción presentada por la Asociación Talamanqueña de Ecoturismo y Conservación (ATEC), el Comité de Vigilancia de los Recursos Naturales del Caribe Sur (Covirenas‑Caribe Sur), la activista Selva Baker y la abogada ecologista Silvia Matamoros, elaborada por el abogado, exdiputado y docente José María Villalta junto con estudiantes de los Consultorios Jurídicos de la Universidad de Costa Rica— constituye un hito en la protección de los ecosistemas del Caribe Sur. Al declarar inconstitucional el Plan General de Manejo del Refugio Gandoca‑Manzanillo y anular la Directriz N.º 09‑2023 del MINAE, la Sala reafirma principios esenciales del derecho ambiental: el deber de tutela efectiva, el principio de precaución y prevención, así como el respeto a compromisos internacionales como la Convención RAMSAR.

Sin embargo, este logro jurídico no está exento de nuevos retos. La sentencia otorga al SINAC un plazo de un año para corregir los vicios señalados, lo cual deja claro que no basta con eliminar normas inconstitucionales: hace falta un proceso de revisión participativo, técnico y transparente. Esto no será sencillo, pues históricamente los planes de manejo y regulaciones costeras se han elaborado con poca incidencia real de las comunidades locales, generando tensiones entre intereses turísticos e inmobiliarios y el derecho colectivo a un ambiente sano.

En ese marco, la participación ambiental en Costa Rica continúa siendo un terreno en disputa. Aunque existe un marco constitucional sólido, los mecanismos de consulta suelen ser formales y no aseguran que las voces de las distintas comunidades que habitan el territorio influyan de manera efectiva en las decisiones. Esta sentencia obliga a repensar cómo se construyen las políticas de conservación y cómo se rinden cuentas cuando se priorizan intereses privados por encima de los bienes comunes.

De este panorama emergen desafíos concretos:

  1. Revisar y rediseñar los procesos de participación ambiental para que dejen de ser meras consultas simbólicas y se conviertan en espacios de decisión vinculante.
  2. Fortalecer la transparencia institucional, garantizando que planes y directrices respondan a criterios técnicos y no a presiones políticas o económicas.
  3. Establecer garantías de no repetición, revisando otros instrumentos de manejo que puedan presentar vicios similares.

En síntesis, esta sentencia no cierra un capítulo: abre la oportunidad de construir una gobernanza ambiental más justa e inclusiva. El reto es enorme, pero también lo es la posibilidad de renovar la relación entre Estado, comunidades y territorio. Costa Rica tiene ahora la oportunidad de demostrar que el derecho a un ambiente sano no es solo un discurso, sino una práctica viva sostenida en la participación real de quienes cuidan y habitan los ecosistemas.

Implementar el fallo de la Sala Constitucional: entre la vigilancia comunitaria y los obstáculos estructurales

Más allá del plano jurídico, la sentencia N.° 2025‑2281 revela un panorama complejo para su puesta en marcha. Aunque el fallo otorga al SINAC un plazo máximo de un año para subsanar los vicios señalados, llevarlo a la práctica implica superar obstáculos de fondo:

1. Tramas de intereses y presunta colusión institucional: El caso Gandoca‑Manzanillo ha expuesto señalamientos de supuesta corrupción y acuerdos informales entre entidades públicas, empresas privadas y particulares interesados en flexibilizar la protección ambiental. Estos intereses generan resistencias internas y dificultan la creación de instrumentos de manejo alineados con los principios constitucionales y los tratados internacionales.

2. Débil capacidad de las instituciones ambientales: La sentencia también evidencia que, en el mejor de los casos, las entidades responsables han mostrado limitaciones técnicas y políticas para salvaguardar ecosistemas de alto valor. Sin cambios profundos en la gobernanza interna del SINAC y en la rendición de cuentas del MINAE, existe el riesgo de que el nuevo plan de manejo repita las mismas fallas con ajustes apenas superficiales.

3. El papel central del monitoreo y la vigilancia comunitaria: Frente a estas dinámicas, el monitoreo ciudadano ha sido decisivo para visibilizar irregularidades, ocupaciones ilegales y daños al ecosistema. Sin este acompañamiento desde los territorios, muchas de estas prácticas habrían pasado inadvertidas. Implementar el fallo supone institucionalizar esa vigilancia, creando espacios reales para que los habitantes locales supervisen y aporten al diseño de nuevos instrumentos de manejo.

4. Garantías de cumplimiento y no repetición: Finalmente, el reto no termina con un plan de manejo corregido. Se requieren mecanismos para asegurar que, una vez aprobado, se cumpla de forma rigurosa y no se convierta en letra muerta. Esto implica fortalecer la fiscalización, dotar de recursos a las áreas protegidas y garantizar protección efectiva a las personas defensoras, quienes a menudo enfrentan hostigamientos o amenazas.

En pocas palabras: este fallo abre una oportunidad inédita para reconstruir la gobernanza ambiental del Refugio Gandoca‑Manzanillo. Pero esa oportunidad solo se concretará si se enfrentan las prácticas de colusión y se consolidan procesos participativos donde la vigilancia comunitaria, lejos de ser ignorada, sea reconocida como un pilar indispensable para asegurar que las áreas protegidas sigan siendo verdaderos bienes comunes.

Participación comunitaria: clave ante la inercia institucional en la gestión ambiental

La sentencia también confirma algo que las comunidades han denunciado por años: la gestión ambiental no puede descansar únicamente en instituciones que, en el mejor de los casos, han mostrado impotencia para impulsar políticas de conservación sólidas y coherentes.

Aunque el SINAC y el MINAE poseen el mandato legal para administrar estos territorios, su capacidad de acción se ha visto limitada por trámites burocráticos, presiones políticas y económicas, e incluso vacíos técnicos. De estas limitaciones han surgido planes de manejo cuestionables y directrices que —como ahora lo confirma la Sala— vulneran principios constitucionales y compromisos internacionales.

Frente a este panorama, el involucramiento comunitario no es un gesto simbólico, sino una necesidad estructural. Las comunidades locales, que conviven a diario con los ecosistemas, aportan conocimientos prácticos, memoria histórica y vigilancia territorial que el aparato estatal no puede suplir. Su participación efectiva garantiza mayor legitimidad y favorece planes de manejo más realistas, adaptados y sostenibles.

Por ello, es indispensable abrir espacios vinculantes donde personas pescadoras, agricultoras, liderazgos comunales y organizaciones ambientales puedan incidir en el diseño, seguimiento y evaluación de las políticas de conservación. No se trata de delegar responsabilidades, sino de reconocer que la protección de los bienes comunes se logra cuando Estado y comunidades trabajan como pares y no desde relaciones verticales que excluyen y desmovilizan.

La sentencia abre un camino para repensar estos procesos. Que no se quede solo en una corrección técnica: debe ser el inicio de una nueva práctica institucional basada en la escucha, la reciprocidad y el compromiso con quienes históricamente han cuidado estos territorios, muchas veces a pesar de la indiferencia oficial.

El futuro de Gandoca‑Manzanillo —y de muchas otras áreas protegidas en Costa Rica— dependerá de la capacidad de articular esa fuerza comunitaria con una institucionalidad que, en vez de frenar, sepa potenciar la defensa de la vida.

Personas defensoras ambientales: entre la vulnerabilidad y la ausencia de garantías

La sentencia de la Sala Constitucional sobre el Refugio Gandoca‑Manzanillo abre una oportunidad para fortalecer la gobernanza ambiental, pero también nos recuerda el lugar de vulnerabilidad en el que se encuentran quienes defienden los territorios. Las personas defensoras ambientales —comunidades locales, liderazgos comunales, activistas y organizaciones de base— han sido fundamentales para denunciar irregularidades, visibilizar daños ecológicos y mantener viva la vigilancia sobre las áreas protegidas.

Sin embargo, realizan esta labor sin contar con garantías mínimas para ejercerla de forma segura. Muchas enfrentan hostigamientos, amenazas veladas, procesos administrativos injustificados o incluso campañas de desprestigio. A esto se suma la falta de reconocimiento institucional: no existen protocolos claros de protección ni marcos legales que les aseguren condiciones adecuadas para sus tareas de monitoreo, denuncia y articulación comunitaria.

Mientras tanto, la institucionalidad ambiental sigue actuando como si la defensa del ambiente fuera una obligación únicamente del Estado, cuando en la práctica son estas personas y comunidades quienes sostienen los territorios día a día. Su vulnerabilidad no solo es personal, sino que afecta la salud misma de los ecosistemas al desincentivar la participación y la denuncia frente a intereses económicos o prácticas ilegales.

En este contexto, se vuelve inevitable señalar una deuda pendiente: la ausencia de ratificación del Acuerdo de Escazú. Este tratado regional fue diseñado precisamente para garantizar el acceso a la información, la participación efectiva en la toma de decisiones ambientales y la protección de quienes defienden el ambiente. Costa Rica, país sede de su firma en 2018, aún no lo ha ratificado, dejando sin consolidar muchas de las garantías que hoy se reclaman.

El camino que abre la sentencia será incompleto mientras no existan mecanismos legales y efectivos para proteger y reconocer a las personas defensoras. Ratificar Escazú no es solo un gesto político; es una necesidad urgente para que la defensa de la vida y del territorio deje de ser un riesgo asumido en soledad y se convierta en una tarea colectiva respaldada por el Estado y la ley.

Crédito imagenes: Semanario Universidad

El 16 de julio de 2025, la Sala Constitucional de Costa Rica emitió la sentencia N.° 2025-2281, que declara inconstitucional el Plan General de Manejo del Refugio de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo (2017–2026) y la Directriz N.º 09-2023 del Ministerio de Ambiente y Energía. Esta decisión representa un precedente clave en la defensa de los ecosistemas costeros del Caribe Sur y reafirma el deber del Estado de garantizar el derecho a un ambiente sano. La infografía que aquí presentamos resume  los principales elementos. Esta herramienta busca facilitar la comprensión ciudadana del caso y apoyar los procesos de vigilancia y participación ambiental desde los territorios.

Pueden descargar la infografía

PDFImagen

RefugioNacionalMixtoGandocaManzanillo-8aaed4ea

Aclaración y disculpa pública – “Una victoria para la defensa de los territorios: Sala Constitucional anula plan de manejo del Refugio Gandoca‑Manzanillo”

📌 La acción de inconstitucionalidad que llevó a la sentencia 2025‑2281 fue presentada por Silvia Matamoros, Atec y Covirenas Selva Baker, en conjunto con el Consultorio Jurídico de la Universidad de Costa Rica.

El  17 de julio de 2025 difundimos la nota titulada “Una victoria para la defensa de los territorios: Sala Constitucional anula plan de manejo del Refugio Gandoca‑Manzanillo”, en la cual celebramos la resolución 2025‑2281 de la Sala Constitucional.

En dicha publicación señalamos de manera incorrecta que la acción de inconstitucionalidad que dio lugar a esta sentencia estaba vinculada a la Asociación de Desarrollo para la Ecología (ADE) o a la persona defensora Marco Levy. Esto no es correcto y queremos rectificarlo públicamente.

La acción de inconstitucionalidad fue presentada por Silvia Matamoros, Atec y Covirenas Selva Baker, en conjunto con el Consultorio Jurídico de la Universidad de Costa Rica.

Reconocemos que la mención inexacta puede haber generado confusión y restado visibilidad al valioso trabajo jurídico y comunitario de quienes llevaron este proceso hasta la Sala Constitucional.

Desde el Observatorio de Bienes Comunes ofrecemos una sincera disculpa a las personas y organizaciones mencionadas erróneamente, y reafirmamos nuestro compromiso con la rigurosidad informativa, la transparencia y el respeto a todas las luchas en defensa de los bienes comunes.

Nos comprometemos a realizar todos los esfuerzos necesarios para que situaciones como esta no se repitan. Reforzaremos nuestros procesos internos de verificación y validación de información antes de su publicación, y corregiremos con prontitud cualquier dato que pueda inducir a error. Nuestro trabajo se sustenta en la confianza de las comunidades y personas defensoras, y esa confianza exige el mayor cuidado con cada palabra que compartimos.

La nota original que contenía la información errónea ya ha sido retirada de nuestras plataformas oficiales para evitar que siga circulando y generando confusión. Agradecemos la comprensión de quienes nos leen y reiteramos que cualquier actualización o corrección relevante será comunicada de manera transparente y oportuna.

Agradecemos profundamente a quienes hicieron posible esta acción histórica y reiteramos nuestra disposición para seguir acompañando, con información correcta y apoyo, la defensa del Refugio Gandoca‑Manzanillo y de todos los territorios de vida.

Observatorio de Bienes Comunes