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Costa Rica retrocede en gestión ambiental: decisiones gubernamentales erosionan los bienes comunes – Estado de la Nación 2025

El país atraviesa un ciclo de retroceso ambiental que debilita sus instituciones, reduce la protección de los ecosistemas y aumenta la desigualdad socioambiental

El Informe Estado de la Nación 2025, en su capítulo 4 Armonía con la naturaleza, lanza una alerta contundente: Costa Rica está debilitando las herramientas que por décadas sostuvieron su liderazgo ambiental. Entre 2020 y 2025 se presentaron cerca de una decena de reformas y proyectos que reducen la desconcentración del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac), concentran poder en el Ministerio de Ambiente y Energía (Minae) y limitan la participación técnica y ciudadana.

El resultado es un país con menos capacidad para proteger sus bienes naturales, menos autonomía institucional y mayor exposición a los impactos de decisiones políticas regresivas. El presupuesto del Sinac cayó un 40% en cinco años, las horas de control y protección se redujeron en un 60% y, mientras tanto, aumentan las presiones del turismo, la inversión extranjera y el desarrollo inmobiliario sobre territorios frágiles.

Normas más permisivas, riesgos más altos

Durante 2024 e inicios de 2025, el gobierno modificó reglamentos clave en materia de salud y ambiente. El nuevo reglamento para la calidad del agua potable (Decreto 45196-S) elevó hasta 800 veces el umbral permitido de clorotalonil, un plaguicida altamente tóxico.

La reforma también sustituyó el concepto de “valor máximo admisible” por el de “valor de alerta”, abriendo la puerta a la distribución de agua contaminada mientras se realizan análisis de riesgo.

Paralelamente, se relajaron los controles para el registro de plaguicidas, excluyendo al Minae y al Ministerio de Salud de la evaluación técnica de sustancias catalogadas como de “mínimo riesgo”. Estos cambios, según especialistas, debilitan la soberanía científica y sanitaria del país, y profundizan la dependencia de criterios externos.

Incluso los parques nacionales enfrentaron retrocesos: el Sinac aprobó el aumento de la capacidad de ingreso al Parque Nacional Corcovado sin sustento técnico, decisión que luego fue anulada por la Sala Constitucional por violar el derecho a un ambiente sano.

Concentración del poder ambiental y debilitamiento del Sinac

El informe advierte sobre una creciente centralización de la gobernanza ambiental en torno al Minae. Directrices recientes obligan a que toda comunicación institucional hacia la Procuraduría y la Contraloría pase por la cúpula ministerial, reduciendo la autonomía técnica del Sinac y sus áreas de conservación.

También se documenta la exclusión de representantes de organizaciones civiles y académicas en espacios de participación, como la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad o conferencias internacionales, lo cual refleja un cierre del diálogo ambiental.

La eliminación del Viceministerio de Aguas y Mares, la paralización de la Comisión de Gobernanza Marina y las dificultades para crear unidades marino-costeras son otros signos de debilitamiento institucional.
Mientras tanto, la reducción del presupuesto, el recorte de personal y la pérdida de cooperación internacional comprometen la gestión en los territorios y abren espacio a lógicas privadas de conservación o uso de recursos naturales.

Conflictos socioambientales y bienes comunes en disputa

El informe identifica que los conflictos socioambientales han resurgido con fuerza, expresando tensiones entre protección ambiental, propiedad privada y modelos de desarrollo orientados al turismo o la inversión extranjera.

Dos casos emblemáticos permiten leer estas tensiones desde la perspectiva de los bienes comunes:

Gandoca–Manzanillo: superposición, desigualdad y presión turística

En el Refugio Nacional de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo, en el Caribe Sur, el conflicto surge de la superposición entre propiedad privada y área protegida, la desigualdad en la aplicación de normas, la presencia de permisos ilegales y la presión del turismo y la inversión extranjera.

Según actores locales citados por el informe, esta situación ha creado una disputa permanente por el control del territorio, donde las comunidades enfrentan restricciones y procesos judiciales, mientras inversionistas y proyectos turísticos gozan de mayor flexibilidad.

El caso evidencia cómo la falta de claridad normativa y la ausencia de ordenamiento territorial terminan favoreciendo la apropiación privada de espacios concebidos como bienes comunes, debilitando tanto la conservación como la justicia social.

Pacífico Norte: turismo residencial y exclusión costera

En el Pacífico Norte, particularmente en Guanacaste, el informe analiza los efectos del turismo residencial y del boom inmobiliario costero, que han transformado el litoral en un espacio de segregación y privatización.

El estudio señala que este modelo ha fomentado la privatización de facto del acceso a la zona pública costera, un derecho garantizado por ley, y ha generado la exclusión económica de comunidades locales, que pierden oportunidades y enfrentan condiciones de precariedad frente a megaproyectos turísticos.

Además, la expansión urbanística sin planificación ha provocado un limitado acceso al agua potable por falta de infraestructura, a la vez que los desarrollos turísticos acceden a fuentes privilegiadas.

La combinación de desigualdad, concentración territorial y crisis hídrica convierte al Pacífico Norte en un laboratorio del modelo neoliberal costero: una economía extractiva del espacio, que mercantiliza los bienes comunes —la playa, el agua, el paisaje— y excluye a quienes históricamente los habitaron y cuidaron.

Lectura desde los bienes comunes: el retroceso del pacto ecológico

Desde una lectura socioambiental basada en los bienes comunes, lo que el informe muestra no son hechos aislados, sino una reconfiguración estructural del modelo ambiental costarricense.

La gestión de la naturaleza —que alguna vez fue un pilar del Estado social y del prestigio internacional del país— está siendo sustituida por un esquema donde el territorio, el agua y la biodiversidad son tratados como mercancías.

Cuando el Estado se repliega y la gestión se centraliza en torno a decisiones políticas o empresariales, los bienes comunes pierden su carácter colectivo. Las comunidades, las funcionarias del Sinac, los científicos y los defensores ambientales que sostenían el cuidado cotidiano quedan marginados o deslegitimados.

Esta transformación erosiona no solo ecosistemas, sino también la capacidad social de cuidar y decidir colectivamente sobre el futuro común.

El país corre el riesgo de perder el equilibrio histórico entre desarrollo, justicia y sostenibilidad, y de transformar su modelo ambiental en un instrumento subordinado al mercado.

Un llamado a repensar el rumbo

El Informe concluye con un llamado claro: Costa Rica no puede darse el lujo de quitar prioridad al tema ambiental.

Si no se corrigen los patrones actuales, el país se encamina hacia una sociedad más desigual, más carbonizada y menos sostenible.

Recuperar el sentido público de la gestión ambiental implica reconstruir las capacidades institucionales, reactivar la participación ciudadana y reafirmar los bienes comunes como fundamento de la vida colectiva.

El desafío es ético y político: decidir si el país continuará cediendo su patrimonio natural a intereses privados, o si será capaz de reconstruir una alianza entre Estado, comunidades y naturaleza para defender lo que aún nos pertenece a todos.

Tendencias socioambientales de Costa Rica (2020–2025)
DimensiónTendencia observadaImplicaciones socioambientales
Marco normativo ambientalCerca de una decena de reformas que reducen la desconcentración del Sinac y fortalecen el control político del Minae.Menor autonomía técnica, reducción de participación ciudadana y debilitamiento del criterio científico en decisiones ambientales.
Regulación ambientalCambios permisivos en reglamentos sobre agua potable, plaguicidas y capacidad de carga turística.Retroceso en derechos al agua y a la salud; debilitamiento de estándares de protección ambiental.
Capacidades institucionalesPresupuesto del Sinac cae un 40% (2020–2024); pérdida de personal y recursos.Menor fiscalización, control y protección de áreas silvestres; riesgo para la biodiversidad.
Gestión del territorioAumento del turismo residencial y desarrollo inmobiliario sin ordenamiento.Privatización del acceso costero, conflictos por el agua y desplazamiento de comunidades.
Gobernanza ambientalCentralización de decisiones en el Minae; exclusión de actores sociales y científicos.Concentración de poder, reducción de la transparencia y pérdida del carácter participativo de la política ambiental.
Conservación y biodiversidadExpansión de áreas protegidas sin aumento proporcional de recursos.“Protección en papel”: ampliación formal sin capacidad de gestión ni vigilancia efectiva.
Conflictos socioambientalesReactivación de conflictos en zonas costeras, turísticas y agrícolas.Mayor desigualdad territorial y debilitamiento del pacto social en torno a los bienes comunes.
Crisis hídrica y contaminaciónReducción en calidad y cobertura del agua potable; incremento de interrupciones fuera de la GAM.Aumento de la vulnerabilidad de comunidades rurales y costeras.
Cambio climático y riesgoRécord de 1.619 desastres climáticos en 2024.Creciente exposición a fenómenos extremos; urgencia de planificación territorial sostenible.
Tendencia generalTransición de un modelo ambiental de bien público a uno orientado por el mercado y la concentración.Erosión de los bienes comunes y debilitamiento del legado ecológico de Costa Rica.
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Defender la vida no es delito: patrones de estigmatización y criminalización contra quienes cuidan la naturaleza

El reciente ataque contra las personas abogadas ambientalistas Randall Arauz y Walter Brenes, reconocidas por sus acciones judiciales para detener la comercialización del tiburón martillo, no puede leerse como un hecho aislado. Este suceso se inscribe en una tendencia más amplia de hostigamiento y deslegitimación de las personas defensoras ambientales, que afecta cada vez con más fuerza a América Latina y que empieza a manifestarse con mayor claridad en Costa Rica.

De la defensa ambiental al “enemigo del desarrollo”

En las últimas décadas, los conflictos socioambientales se han intensificado en toda la región. Mientras comunidades y organizaciones defienden sus territorios frente a proyectos extractivos o pesquerías industriales, los Estados y las élites económicas han respondido con una combinación de represión, judicialización y estigmatización.

Informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (2015) y de EarthRights International (2020) muestran cómo, bajo el discurso del progreso y la seguridad, se criminaliza a quienes ejercen el derecho legítimo a la participación, la protesta y la defensa del ambiente.

El discurso dominante traslada la atención del problema estructural —la sobreexplotación de los bienes naturales— hacia las personas que lo denuncian, presentándolas como obstáculos, radicales o enemigos del desarrollo nacional.

En Costa Rica, etiquetas como “ecoterroristas”, “antidesarrollo” o “enemigos del país” reproducen un patrón regional que la investigadora Marina Mendoza (2023) denomina la actualización de la doctrina del enemigo interno: una narrativa que convierte el cuidado del territorio en sospecha política y el disenso ambiental en amenaza al orden económico.

Qué entendemos por estigmatización

La estigmatización es un proceso social de deslegitimación y exclusión simbólica, en el que ciertos actores —autoridades, empresas, medios o figuras de poder— atribuyen etiquetas negativas a quienes defienden derechos humanos o ambientales, distorsionando sus motivos y restándoles credibilidad ante la opinión pública.

Según el estudio de Protection International y la PDDH (2025), este proceso opera mediante tres mecanismos principales:

  • -Reducción moral: presentar a las personas defensoras como fanáticas, violentas o ideologizadas, negando la legitimidad de su causa.

  • -Inversión del conflicto: desplazar el foco del daño ambiental hacia la supuesta “amenaza” que representan quienes denuncian.

  • -Despersonalización: convertir a los defensores en objetos de sospecha o “problemas de orden público”, invisibilizando sus trayectorias humanas y comunitarias.

La estigmatización no solo distorsiona los hechos: erosiona el reconocimiento social del papel que cumplen estas personas en la defensa de los bienes comunes, preparando el terreno para agresiones más graves.

Estrategias de estigmatización y control

Los estudios de EarthRights International (2020) y la CIDH (2015) identifican múltiples estrategias que combinan la dimensión mediática, judicial y política:

  • -Uso político del derecho penal: figuras como “usurpación”, “difamación” o “entorpecimiento” se aplican para criminalizar la protesta o la acción legal.

  • -Campañas mediáticas de desprestigio: titulares y contenidos que asocian la defensa ambiental con agendas extranjeras, “izquierdismo” o sabotaje económico.

  • -Acoso digital y desinformación: redes sociales usadas para hostigar, amenazar o difundir rumores que siembran miedo.

  • -Negligencia institucional: la falta de investigación o sanción de las amenazas refuerza la idea de que agredir a defensores “no tiene consecuencias”.

  • -Apropiación del discurso ambiental: empresas y gobiernos adoptan un lenguaje “verde” para desactivar críticas mientras invisibilizan los impactos reales.

Estas estrategias no solo buscan silenciar voces críticas; también fragmentan los lazos comunitarios, desalientan la participación y debilitan la democracia ambiental.

Estigmatización en el contexto costarricense

Aunque Costa Rica mantiene una imagen de “democracia verde”, los conflictos por el uso y control del territorio se han agudizado en zonas costeras, rurales y fronterizas.

Los ataques contra Arauz y Brenes, y las amenazas en Talamanca, Osa y la Zona Norte, se dan en contextos donde confluyen crimen organizado, pesca industrial, turismo desregulado y discursos políticos hostiles al Acuerdo de Escazú.

El cuestionamiento al Escazú —que garantiza el acceso a la información, la participación y la protección de defensores ambientales— es parte de una estrategia de desinformación y miedo, que busca impedir una ciudadanía ambiental activa y crítica.

En el fondo, la disputa no es solo jurídica: es cultural y política. Se trata de quién tiene derecho a decidir sobre el territorio, los recursos y el sentido del desarrollo.

De la estigmatización al riesgo

La estigmatización es el primer peldaño de una escalera que puede escalar hacia la criminalización, el hostigamiento o la violencia física. Los discursos que deslegitiman la defensa ambiental generan condiciones para ataques más severos: se convierten en permisos simbólicos para dañar.

La experiencia latinoamericana muestra que la violencia empieza con la palabra: antes del golpe, la cárcel o el asesinato, hay una narrativa que despoja de legitimidad al defensor. Costa Rica aún puede evitar que esa espiral avance, si logra reconocer y detener esas prácticas antes de que se normalicen.

La trampa de la falsa polarización

Uno de los efectos más perniciosos de la estigmatización es la creación de falsas polarizaciones: ambientalistas contra el desarrollo, ambientalistas contra pescadores, ambientalistas contra agricultores. Estas oposiciones simplifican y distorsionan conflictos complejos, reduciendo debates estructurales sobre justicia ambiental a batallas morales entre “progreso” y “obstáculo”.

En realidad, no existe un conflicto esencial entre cuidar la naturaleza y garantizar la producción o el trabajo, sino entre dos formas de entender el desarrollo: una basada en la apropiación y el agotamiento de los bienes comunes, y otra que busca sostener la vida en equilibrio con ellos.

La retórica del “ambientalista enemigo” sirve para dividir a quienes comparten condiciones de vulnerabilidad, enfrentando a comunidades pesqueras, agrícolas o rurales entre sí, mientras los verdaderos beneficiarios —los grandes intereses extractivos, turísticos o industriales— se mantienen fuera del foco público.

Superar esta polarización exige reconstruir el diálogo desde lo común: reconocer que pescadores, agricultores y defensores ambientales no son bandos opuestos, sino parte de una misma defensa del territorio y de la soberanía sobre los bienes que los sostienen.

Frente a la lógica del enfrentamiento, la alianza entre quienes viven del mar y la tierra es la única vía posible para resistir el cercamiento de lo común y construir alternativas de vida digna.

La normalización de la estigmatización

La normalización ocurre cuando la sociedad deja de percibir la estigmatización como una forma de violencia y empieza a considerarla parte del “juego político” o del debate público.

Cuando insultos, burlas o acusaciones contra defensores se vuelven frecuentes y no generan rechazo, se instala una cultura de indiferencia que legitima la agresión.

Esa normalización tiene consecuencias profundas:

  • -Reduce la empatía social, debilitando la solidaridad hacia quienes defienden causas comunes.

  • -Desactiva los mecanismos institucionales de protección, porque las amenazas dejan de verse como graves.

  • -Distorsiona el debate público, sustituyendo el argumento por la difamación.

  • -Refuerza la impunidad, al convertir el miedo y el silencio en prácticas cotidianas.

En ese contexto, la estigmatización deja de ser una anomalía para convertirse en una herramienta estructural de control social.

Desmontar esa normalización implica nombrar el problema, crear espacios de memoria y cuidado, y reafirmar que defender el ambiente no es un privilegio ni una amenaza: es un derecho.

Escazú y la legitimación del silencio

La negativa de Costa Rica a ratificar el Acuerdo de Escazú no puede entenderse solo como un desacuerdo técnico o jurídico; expresa una alianza tácita entre intereses económicos y políticos que buscan mantener el control sobre la información y limitar la participación ciudadana en los conflictos ambientales.

En ese contexto, la estigmatización de las personas defensoras cumple una función estratégica: desacreditar al mensajero para preservar el modelo.

Cuando se rechaza un instrumento que protege a quienes defienden los bienes comunes, se envía un mensaje claro: la transparencia y la participación son vistas como amenazas, y no como pilares de la democracia.

Así, la no ratificación de Escazú contribuye a normalizar un clima de desconfianza y hostilidad, donde la defensa ambiental deja de percibirse como un derecho y se convierte, peligrosamente, en un acto de sospecha.

Cuidar a quienes cuidan

Defender la naturaleza no es un acto de confrontación, sino de cuidado del bien común. En tiempos de polarización y pérdida de confianza institucional, proteger a quienes defienden la vida es un imperativo democrático.

La estigmatización busca aislar; la solidaridad, en cambio, reconstruye comunidad.

La defensa ambiental es, en el fondo, una defensa de los bienes comunes: del agua, los bosques, los mares, la tierra y la posibilidad de habitarlos dignamente. Cuando las personas que los protegen son perseguidas o silenciadas, no solo se vulneran derechos individuales, sino que se debilita la trama social que sostiene la vida colectiva.

Los procesos de cercamiento y agotamiento de los bienes comunes —ya sea por la expansión extractiva, la privatización o la captura institucional— avanzan más rápido cuando la sociedad acepta la estigmatización de quienes resisten. En esa frontera, las personas defensoras representan la última línea de contención frente a un modelo que convierte todo en mercancía, incluso la vida misma.

Protegerlas no es un acto simbólico, es una condición de posibilidad para la democracia ambiental y para imaginar un país donde el bienestar no se mida por el lucro, sino por la capacidad de cuidar lo que nos sostiene en común.

Glosario
ConceptoDefinición
Defensores y defensoras ambientalesPersonas, colectivos o comunidades que promueven y protegen derechos relacionados con el ambiente, el territorio, el agua y la naturaleza, actuando en nombre del interés público.
CriminalizaciónUso indebido del sistema penal, administrativo o judicial para sancionar o intimidar a quienes ejercen la defensa de derechos. Incluye acusaciones infundadas, procesos judiciales prolongados o uso abusivo de figuras legales.
EstigmatizaciónProceso simbólico que deslegitima y desacredita públicamente a las personas defensoras, a través de discursos, etiquetas y narrativas que las presentan como amenazas, enemigas o antidesarrollo.
Doctrina del enemigo internoLógica heredada de contextos autoritarios según la cual ciertos sectores sociales —antes los insurgentes, hoy los ambientalistas o pueblos indígenas— son tratados como enemigos del Estado o del progreso.
Acuerdo de EscazúTratado regional que garantiza el acceso a la información ambiental, la participación pública y la protección de las personas defensoras del ambiente en América Latina y el Caribe. Entró en vigor en 2021.
Bienes comunesRecursos naturales, culturales y sociales compartidos por las comunidades y esenciales para la vida —como el agua, el aire, la biodiversidad y el conocimiento— cuya gestión debe basarse en el cuidado colectivo y no en la apropiación privada.
CercamientoProceso mediante el cual los bienes comunes son apropiados o controlados por intereses privados o estatales, restringiendo el acceso y la participación de las comunidades que los habitan o gestionan.
Democracia ambientalEnfoque que reconoce el derecho de todas las personas a acceder a la información, participar en las decisiones y exigir justicia en asuntos ambientales, vinculando la protección del ambiente con la participación ciudadana y los derechos humanos.
Referencias

Comisión Interamericana de Derechos Humanos. (2015). Criminalización de la labor de las defensoras y los defensores de derechos humanos. Organización de los Estados Americanos.

EarthRights International. (2020). Criminalización de defensores y defensoras de la Tierra: Elementos para la defensa legal desde el análisis de casos. Coordinado por Juliana Bravo Valencia, con la colaboración de Ana María Vidal Carrasco, Pablo Abdo y Katherine Paucar Quispe. EarthRights International.

López Rodríguez, Mario Alejandro, y Excell, Cristhian. (2017). La violencia en contra de defensores(as) ambientales y de la tierra en Colombia. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Martínez, Alonso. (2025, 10 Noviembre). Organizaciones se pronuncian ante actos de violencia contra defensores ambientales en Puntarenas. Delfino.CR.

Mendoza, Marina Gabriela. (2023). La instrumentalización del “ecoterrorismo” en el abordaje de la conflictividad socioambiental latinoamericana: los casos de Chile y Perú (2003–2023). Revista de Estudios sobre Genocidio, 18, 88–112. Universidad Nacional de Tres de Febrero.

Protection International y Fundación Verdad Abierta. (2025). Patrones de estigmatización y estereotipos hacia las personas defensoras de derechos humanos. Coordinado por Juliana Bravo Valencia. Protection International y Fundación Verdad Abierta.

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Los bosques no se negocian: defensa de los sitios sagrados bribris y cabécares

El Colectivo Antonio Saldaña denuncia la inclusión de sitios sagrados dentro de programas de conservación y contratos de reducción de emisiones forestales (REDD+) que operan en territorios indígenas. Estos mecanismos, impulsados bajo el discurso de la “sostenibilidad” y la “mitigación del cambio climático”, han terminado por legitimar nuevas formas de despojo y profanación espiritual, encubiertas bajo el lenguaje técnico y ambiental.

En un documento presentado por Filidencio Cubillo Morales del Colectivo Antonio Saldaña ante el Tribunal Indígena de Derecho Propio, se advierte que las autoridades externas —estatales, corporativas y religiosas— están imponiendo sistemas de conservación que contradicen las normas naturales y espirituales que sostienen la vida de los pueblos bribris y cabécares. Bajo la lógica del lucro y la mercantilización del bosque, estos programas permiten el aprovechamiento de recursos maderables, hídricos y medicinales, invadiendo territorios que por derecho ancestral son espacios de veneración y comunión con la Madre Tierra.

Detrás de los discursos sobre “protección de los bosques” se esconden formas renovadas de colonización, donde el conocimiento técnico sustituye el saber ancestral, y donde la gestión ambiental se convierte en una herramienta para subordinar la espiritualidad indígena a los marcos legales del Estado y las exigencias del mercado global del carbono. Estas políticas no solo definen qué debe conservarse, sino también quién puede decidir y cómo se debe habitar el territorio, imponiendo una visión ajena que despoja a los pueblos de su autoridad espiritual sobre la Tierra.

Uno de los casos más graves es el de Kotsipatsipá, conocido en el mundo externo como San José Cabécar. Este santuario ancestral, dedicado al Creador Sibö, ha sido incluido indebidamente en planes de manejo forestal y de conservación que violan la espiritualidad y la autonomía indígena. Tal profanación no solo representa una falta de respeto, sino un quiebre en la armonía que los pueblos mantienen con la Madre Tierra, fuente de vida, equilibrio y sabiduría.

Los pueblos alertan que estas acciones, además de violar su derecho a la autodeterminación, reproducen el mismo patrón histórico de imposición que por siglos ha intentado subordinar sus territorios, su espiritualidad y su cosmovisión. La colonización ya no llega con armas ni misioneros, sino con contratos, mapas satelitales y proyectos ambientales que, en nombre del “desarrollo sostenible”, desconocen la autoridad espiritual y el derecho propio.

Las comunidades recuerdan que toda intervención sobre un territorio indígena sin consentimiento es una ruptura con el orden natural, y que esa ruptura tiene consecuencias: enfermedades, desajustes ecológicos, catástrofes y desequilibrios sociales. Por eso, este llamado del Colectivo Antonio Saldaña es también una advertencia: cuando la Tierra es herida, toda la vida se resiente. Es momento de escuchar lo que ella enseña y de respetar los mandatos de Sibö, que recuerdan que “por designio de Dios la Tierra no pertenece al Ditsowo, es la casa de todos los pueblos indígenas. Los sitios sagrados son para la veneración del Creador, áreas de reflexión, manifestación y expresión del pueblo y su madre.”

Convenio 16G de la OIT: el derecho a decidir sobre los territorios y la espiritualidad

El Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ratificado por Costa Rica en 1993, reconoce el derecho de los pueblos indígenas a conservar sus instituciones, valores, creencias y formas de vida propias. Este instrumento internacional establece que los gobiernos deben consultar de manera libre, previa e informada a los pueblos cada vez que se adopten medidas susceptibles de afectarles directamente.

El Convenio también protege el derecho a la tierra, al territorio y a los recursos naturales, reconociendo que la relación espiritual y cultural con el entorno es inseparable de la identidad de los pueblos. Por tanto, incluir sitios sagrados en proyectos de conservación sin consentimiento constituye una violación directa de estos principios y un acto de colonialismo contemporáneo.

Lejos de fortalecer la protección ambiental, muchos de estos programas terminan trasladando la lógica extractivista hacia nuevas formas de control sobre los territorios, disfrazadas de “legislación” y “acuerdos climáticos”. En lugar de reconocer la autoridad de los pueblos sobre su propio conocimiento y espiritualidad, los reducen a beneficiarios pasivos de políticas diseñadas desde fuera. Así, la conservación se convierte en un nuevo rostro del despojo.

Descolonizar la conservación: la resistencia del Colectivo Antonio Saldaña

Frente a estas imposiciones, el Colectivo Antonio Saldaña se ha convertido en una voz que articula memoria, espiritualidad y acción política. Su trabajo reivindica el Derecho Propio y la defensa de los lugares sagrados como ejes fundamentales para reconstruir la autonomía indígena y descolonizar las relaciones con la naturaleza.

Desde la palabra, la caminata y la acción colectiva, el Colectivo impulsa procesos de reflexión y denuncia que desnudan la violencia simbólica de programas y proyectos que se presentan como ambientales, pero que terminan desconociendo las formas propias de entender y cuidar la vida.

A ello se suma una crítica profunda a los credos judeocristianos y fundamentalistas que históricamente han satanizado la espiritualidad indígena, reduciéndola a superstición o “prácticas contrarias a la sana doctrina”. Esta deslegitimación no solo ha acompañado los procesos coloniales, sino que persiste hoy en discursos religiosos y estatales que pretenden definir qué espiritualidades son válidas y cuáles deben desaparecer. Frente a ese intento de homogeneizar la fe, el Colectivo reafirma que la relación con Sibö, con la Madre Tierra y con los sitios sagrados no es idolatría, sino sabiduría viva.

En un contexto donde las instituciones intentan reglamentar incluso la espiritualidad, el colectivo recuerda que no hay conservación posible sin respeto a los pueblos que han cuidado los bosques desde siempre. Su lucha no es solo por la tierra, sino por el derecho a seguir existiendo desde sus propias formas de vida, pensamiento y relación con el cosmos.

Proteger Kotsipatsipá y todos los sitios sagrados no es una cuestión de “gestión de recursos”, sino un acto de justicia espiritual y política. Porque los sitios sagrados no se conservan con contratos: se respetan, se veneran y se defienden con la palabra, la acción y la comunidad.

¿Quién fue Antonio Saldaña?

Antonio Saldaña fue el último rey del pueblo indígena de Talamanca, una figura de liderazgo comparable a un guía o autoridad ancestral en su comunidad. Su papel fue crucial en la defensa de la cultura, las tierras y los derechos de su pueblo frente a la expansión de intereses externos, especialmente de compañías bananeras.
 
Según la historia, Saldaña fue asesinado en 1910 en circunstancias no completamente esclarecidas. Se dice que fue envenenado durante una actividad social, en un acto de traición impulsado por quienes veían en su resistencia una amenaza a sus intereses económicos.
 
Su muerte representó un duro golpe para la lucha indígena, pero su legado sigue vivo como símbolo de resistencia y dignidad para los pueblos originarios de la región.
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8 N Lo que aprendimos en las calles: defender la Caja es defender la vida

A trece años de la represión del 8 de noviembre de 2012, las calles volvieron a llenarse de voces en defensa de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS). Lo que comenzó como una conmemoración se transformó en un acto de reafirmación política y ética: la salud pública es una conquista popular que hoy enfrenta una de las coyunturas más críticas desde su fundación.

En medio de consignas, banderas y testimonios, la marcha del 8 de noviembre fue también una lección. Nos recordó que la defensa de la Caja no es un asunto técnico ni institucional, sino una lucha profundamente política y moral: lo que está en juego no es solo la sostenibilidad financiera de una institución, sino la posibilidad de sostener la vida en común en un país que se pretende solidario.

Entre las voces que marcaron la jornada, destacó el testimonio de una trabajadora del cuidado que tomó el micrófono para hablar “por quienes están en la UCI cuidando a niños en fase terminal, a sus padres y abuelos”. Su intervención recordó que la defensa de la Caja es también la defensa de quienes sostienen la vida desde el trabajo cotidiano del cuidado. Denunció que el gobierno ha negado la autorización presupuestaria para continuar con el pago de licencias a estas personas, utilizándolas como instrumento de presión política y dejando en la incertidumbre a cientos de familias. “Esto no es política, esto es amor”, expresó con la voz quebrada, denunciando la estrategia gubernamental que castiga a quienes cuidan. Su mensaje condensó uno de los sentidos más profundos de la protesta: cuidar la salud pública es cuidar a quienes cuidan, y reconocer su trabajo es una deuda ética que el país no puede seguir postergando.

Un modelo en disputa: la salud como derecho o como negocio

Las organizaciones sociales coincidieron en que el deterioro institucional no es producto del azar, sino de una estrategia deliberada de desfinanciamiento y privatización. Mientras el Estado y los grandes empleadores acumulan deudas millonarias con la CCSS, los discursos oficiales insisten en que “la Caja está quebrada”. Los movimientos lo leen al revés: la Caja está siendo quebrada por decisiones políticas que facilitan la transferencia de recursos públicos hacia intereses privados.

La CCSS encarna uno de los pilares más concretos del Estado social costarricense y un ejemplo histórico de solidaridad intergeneracional y territorial. Sin embargo, desde los años noventa, la introducción de lógicas neoliberales ha intentado subordinar la salud al mercado. En este contexto, las organizaciones recalcan que no se trata de modernizar para competir, sino de recuperar su sentido de comunidad:

“La salud no es un gasto, es una inversión social”, repitieron, recordando que detrás de cada servicio hay un principio de justicia y de vida digna.

Crisis democrática y mercantilización de lo público

La protesta de este año se desarrolló en un escenario político de creciente autoritarismo. Desde el poder se deslegitima la protesta social, se ataca a las instituciones públicas y se desmantelan espacios de participación ciudadana. Ante ello, defender la Caja se ha convertido en un acto de defensa democrática: sostener la transparencia, la solidaridad y el bien común frente a un Estado cada vez más capturado por intereses empresariales.

Los movimientos alertaron sobre los intentos de fragmentar el régimen de pensiones, reducir la autonomía institucional y abrir espacios para la contratación privada. Todos estos procesos responden a una misma lógica: convertir derechos en mercancías, transformando a la ciudadanía en clientela. En palabras de una dirigenta sindical:

“Cuando se privatiza la salud, no solo se pierde un servicio; se pierde el sentido mismo de lo público, de lo que nos une como sociedad.”

Defender la Caja, en este contexto, es también resistir la cultura de la indiferencia que pretende naturalizar la desigualdad.

Unidad popular frente a la incertidumbre electoral

De cara a las elecciones de 2026, los movimientos hicieron un llamado a superar la apatía, el miedo y la fragmentación. En los discursos emergió una idea común: la defensa de la Caja no puede ser una causa aislada, sino parte de una estrategia más amplia por la justicia social y la democracia.

La unidad popular —entre sindicatos, juventudes, movimientos feministas, campesinos, indígenas y estudiantiles— se plantea como una tarea urgente para enfrentar el avance de proyectos autoritarios y ultraconservadores que amenazan los derechos conquistados.

“Defender la Caja es defender la vida, el trabajo y la dignidad del pueblo costarricense”, afirmaron desde el Frente Nacional por la Seguridad Social.

Esa dignidad implica también denunciar el discurso que intenta dividir al país entre quienes “producen” y quienes “reciben”. La seguridad social, recordaron, es un pacto colectivo que garantiza que nadie quede fuera, y no una dádiva del poder.

Horizonte común: volver a colocar la vida en el centro

La seguridad social en Costa Rica se encuentra en una encrucijada. Entre la tecnocracia que la reduce a cifras actuariales y la política que la usa como botín, los movimientos sociales plantean otro horizonte: recuperar la confianza en lo público, fortalecer la participación social en la gestión institucional y exigir que el Estado asuma plenamente sus obligaciones financieras.

Defender la Caja hoy es también repensar el modelo de país. Es preguntarnos si queremos una sociedad donde la salud, la educación y la vejez estén determinadas por la capacidad de pago o por el derecho a vivir con dignidad.

El 8 de noviembre nos recordó que los derechos se conquistan y se sostienen colectivamente. Que la calle sigue siendo el espacio donde la democracia respira. Y que mientras haya un pueblo dispuesto a levantar la voz, seguirá viva la promesa de justicia social que dio origen a la Caja Costarricense de Seguro Social.

Porque en Costa Rica, como se volvió a escuchar con fuerza:
“La Caja no se vende, la Caja se defiende.”

Palestina en las calles de Costa Rica: la solidaridad como principio

Entre las voces que se alzaron el 8 de noviembre, también resonó con fuerza la solidaridad con el pueblo palestino y en denuncia del genocidio en curso. En medio de las banderas y las consignas en defensa de la Caja, surgieron palabras de denuncia frente al genocidio en Gaza y de apoyo a quienes hoy resisten la ocupación y la violencia.

Las y los manifestantes recordaron que la defensa de la vida no conoce fronteras: que no se puede luchar por la salud pública y la justicia social sin alzar la voz ante la muerte injusta de otros pueblos. Desde esa conciencia, la causa palestina fue abrazada como parte de una misma lucha global por la dignidad humana y los derechos colectivos.

Esa conexión reafirma un principio que atraviesa toda la jornada: la solidaridad como bien común. En las calles de San José, Palestina se hizo presente no solo como consigna internacionalista, sino como recordatorio de que defender la vida, en cualquier territorio, es una responsabilidad compartida.

La protesta social: un bien común que sostiene la democracia

Entre las voces que recorrieron las calles, una frase quedó grabada en la memoria colectiva:

“La protesta social es un derecho; la represión, un delito.”

Esa afirmación resume con claridad lo que está en juego en momentos como este. La protesta no es un desorden que interrumpe la vida pública, sino una de sus expresiones más genuinas. Es el espacio donde el pueblo defiende lo que le pertenece y recuerda al poder que la soberanía no se delega por completo.

En Costa Rica, donde las conquistas sociales nacieron de la organización y la calle, la protesta sigue siendo un bien común social: una práctica colectiva que mantiene viva la democracia, permite disputar el sentido de lo público y afirmar que los derechos no se mendigan, se ejercen.

Frente a la criminalización de la disidencia y los intentos de reducir la política a la obediencia, salir a las calles es una forma de cuidar lo común. Porque cuando el pueblo se organiza y se hace escuchar, no solo defiende instituciones como la Caja: defiende el derecho mismo a tener voz, a construir futuro y a decidir en colectivo.

La protesta como memoria viva

El 8 de noviembre no solo convoca a la defensa de la Caja, sino también a la memoria de quienes resistieron la represión de 2012. A trece años de aquel episodio, las calles siguen siendo un espacio donde el recuerdo se transforma en acción. Las personas que marcharon este año no lo hicieron solo para reclamar derechos, sino para rendir homenaje a quienes fueron golpeados, judicializados y perseguidos por ejercer el suyo.

Conmemorar en la calle es una manera de decir que la historia sigue abierta. La protesta se convierte así en un acto de memoria social, donde las experiencias del pasado alimentan la conciencia colectiva y fortalecen la resistencia frente a nuevas formas de autoritarismo. Cada pancarta y cada consigna recuerdan que los derechos sociales —como la salud, la educación y la seguridad social— fueron conquistados por la organización popular y solo se mantienen vivos cuando el pueblo los defiende.

El 8 de noviembre es, por tanto, una fecha de lucha, pero también de gratitud: un recordatorio de que la memoria no pertenece a los archivos, sino a las calles donde sigue latiendo la esperanza.

🎧 Escuchá las voces del 8 de noviembre

El Observatorio de Bienes Comunes acompañó la manifestación y registró el pulso vivo de la jornada: consignas, discursos y emociones que dieron forma a un testimonio colectivo en defensa de la Caja y de la vida. Este registro sonoro es una invitación a volver a las calles con el oído y el corazón, a escuchar lo que se dijo, lo que se sintió y lo que aún resuena. Porque la memoria también se construye con sonido, y cada voz grabada recuerda que los bienes comunes se defienden juntas, desde la palabra y desde la calle. Pueden escucharlo aquí.

Mattelart

Armand Mattelart: un legado vivo en la reflexión crítica sobre la comunicación como bien común

El fallecimiento de Armand Mattelart, uno de los pensadores más lúcidos del campo de la comunicación, marca la partida de una figura imprescindible para comprender las relaciones entre cultura, poder y globalización. Su vida intelectual estuvo guiada por un compromiso ético y político con la emancipación de los pueblos, la defensa de la diversidad cultural y la crítica a las formas de dominación que se esconden tras el discurso del progreso técnico y la “libre comunicación”.

Desde los años setenta, Mattelart desnudó las estructuras ideológicas que moldean las industrias culturales y los sistemas mediáticos. Su mirada se forjó en el cruce entre la sociología, la economía política de la comunicación y el análisis histórico, siempre con una sensibilidad latinoamericana que lo llevó a interrogar los vínculos entre dependencia, imperialismo y cultura. Su pensamiento contribuyó decisivamente a construir una geopolítica crítica de la comunicación, entendida no como mero intercambio de información, sino como terreno donde se disputa el sentido, la memoria y las condiciones de lo común.

La comunicación como campo de poder: una lectura desde Geopolítica de la cultura

En Geopolítica de la cultura (2002), Mattelart profundiza en los procesos de mundialización de la comunicación y la cultura, mostrando cómo la desregulación neoliberal transformó el “mercado de la cultura” en una arena estratégica para las políticas hegemónicas. El libro recorre temas que van desde la información en tiempos de guerra y la expansión de las redes publicitarias transnacionales, hasta la construcción ideológica de la “sociedad global de la información” y las utopías tecnológicas de las redes digitales.

Mattelart advierte que detrás de los discursos sobre la globalización cultural y las autopistas de la información se esconde un proceso de homogeneización y concentración del poder simbólico. Frente a esta lógica, plantea la necesidad de pensar la cultura y la comunicación como dimensiones centrales de los proyectos de emancipación democrática:

“Ante el creciente predominio del proceso de cosificación mercantil, poco a poco se abre paso una toma de conciencia que examina la problemática del estatuto de la cultura hasta el corazón mismo de los proyectos de emancipación democrática.” (Prólogo, p. 5).

Su lectura de la “cultura como bien público común” se presenta como una nueva utopía capaz de contraponerse a la lógica del mercado y de reivindicar la comunicación como espacio de participación, diálogo y pluralidad.

Aportes esenciales de Armand Mattelart para comprender la comunicación como bien común social

-La comunicación como territorio político
La comunicación no es un simple flujo de mensajes, sino un espacio donde se construyen hegemonías y resistencias.

-La cultura como bien público común
En “La diversidad cultural: entre historia y geopolítica”, Mattelart defiende la cultura como patrimonio colectivo frente a su mercantilización.

La crítica a las utopías tecnológicas
En “Las utopías de la red”, alerta sobre la ideología de la “democracia de mercado” que disfraza desigualdades de participación.

-La memoria y el sentido de las palabras
En el Epílogo, propone “restablecer el sentido de las palabras”, rescatar el lenguaje de su vaciamiento tecnocrático.

-Diversidad cultural y democracia global
La defensa de la diversidad cultural es, para él, una condición de toda democracia real y plural.

Una comunicación contestataria y comprometida con la liberación

El pensamiento de Armand Mattelart es también una invitación a construir una comunicación contestataria, capaz de desenmascarar las formas de dominación que atraviesan los discursos, los medios y las tecnologías. Frente al orden informacional global que convierte la comunicación en mercancía, Mattelart reivindica la palabra como instrumento de emancipación y la comunicación como práctica de liberación colectiva.

Su trabajo dialoga con las tradiciones críticas latinoamericanas —desde la educación popular hasta el pensamiento decolonial— al concebir la comunicación como espacio de encuentro entre saberes, territorios y memorias. Su legado nos desafía a repensar el lugar de la comunicación en las luchas sociales: no solo como herramienta para denunciar, sino como acto creador de comunidad, conciencia y esperanza.

Defender una comunicación contestataria, en clave mattelartiana, es defender el derecho de los pueblos a narrarse por sí mismos, a romper el monopolio del relato dominante y a imaginar otros mundos posibles desde la palabra, la cultura y la acción colectiva.

Una lectura clave: Para leer al Pato Donald

Entre sus obras más conocidas, Para leer al Pato Donald (1971), escrita junto a Ariel Dorfman, marcó un punto de inflexión en los estudios críticos de la comunicación y la cultura. El libro analiza los cómics de Disney como herramientas de colonización simbólica y construcción de un imaginario imperial. A través de un lenguaje accesible y provocador, los autores desmontan las narrativas aparentemente inocentes de la cultura de masas, mostrando cómo reproducen jerarquías raciales, de clase y de poder. Esta obra pionera reveló que toda comunicación es política, y que la cultura popular puede ser tanto espacio de dominación como de resistencia.

Invitación a leer y descargar Geopolítica de la cultura

El Observatorio de Bienes Comunes invita a leer y descargar el libro Geopolítica de la cultura de Armand Mattelart, una obra fundamental para comprender cómo la cultura, la información y la comunicación se convirtieron en campos estratégicos de disputa en el mundo contemporáneo.

Descargar aquí.

Legado y vigencia

Armand Mattelart nos legó una mirada profunda sobre el papel de la comunicación en la configuración de las sociedades contemporáneas. En tiempos en que la desinformación, la concentración mediática y la mercantilización del conocimiento siguen erosionando los vínculos sociales, su pensamiento invita a recuperar la comunicación como un bien común social: un derecho de los pueblos a compartir sus saberes, a participar en la construcción del sentido y a imaginar colectivamente otros mundos posibles.

Su obra, atravesada por un compromiso ético con la vida, la justicia y la diversidad, continúa siendo un faro para quienes creemos en una comunicación al servicio de la dignidad y no del mercado.

Explorá el legado de Armand Mattelart
Te invitamos a ver y compartir nuestra infografía sobre uno de los pensadores más influyentes en el análisis crítico de la comunicación.

Un recorrido por sus ideas sobre la cultura, la diversidad y la comunicación como bien común.

Pueden descargar la infografía aquí.

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Educación popular desde Mafalda: aprender a preguntar

Entre risas, silencios y muchas preguntas, el curso Educación popular desde Mafalda fue una experiencia colectiva para pensar la educación popular desde nuevos lenguajes, otras sensibilidades y múltiples territorios. Durante cinco sesiones realizadas en San Pedro y San Ramón, fue un proceso de aprendizaje que unió reflexión crítica, humor, arte y acción comunitaria.

Inspirados por la ironía y la ternura de Mafalda, el grupo exploró los vínculos entre educación, poder, creatividad y libertad, en diálogo con Paulo Freire, Oscar Jara, Silvia Rivera Cusicanqui entre otros educadores y educadoras populares latinoamericanos que invitan a mantener viva la pedagogía de la pregunta.

Más que un curso, este proceso se convirtió en un espacio para reaprender a mirar, para transformar la curiosidad en pensamiento crítico, y para recuperar la alegría como fuerza política en la construcción de alternativas colectivas.

Ejes temáticos trabajados

A lo largo de las cinco sesiones, se abordaron distintos núcleos que dieron forma al proceso:

  • La pregunta como acto de libertad: reconocer la curiosidad como fuerza transformadora frente a la sociedad de las respuestas.

  • Del asombro a la crítica: pasar de la curiosidad ingenua a la curiosidad epistemológica que cuestiona las causas y estructuras de lo cotidiano.

  • El conflicto como tránsito educativo: comprender la diferencia y la incomodidad como fuentes de aprendizaje.

  • Indignarse con ternura: transformar la rabia en pensamiento y acción colectiva, reivindicando la esperanza como práctica.

  • Crear para no repetir: tensionar la educación popular desde la crítica y la imaginación, explorando lenguajes que amplían la palabra.

Cada sesión se acompañó de un boletín de devolución —escrito en clave de Mafalda— que recogió los aprendizajes, preguntas y emociones del grupo, convirtiéndose en una bitácora pedagógica y afectiva del recorrido.

1. La pregunta como práctica política

Desde la primera sesión, el curso propuso recuperar la pregunta como herramienta de emancipación. En tiempos de inmediatez y saturación informativa, volver a preguntar es casi un acto subversivo. Mafalda lo sabía: sus preguntas inocentes desnudaban las contradicciones del mundo adulto, los abusos del poder y las rutinas que nos adormecen.

A partir de las reflexiones de Paulo Freire, se trabajó la diferencia entre curiosidad ingenua y curiosidad crítica. La primera se queda en la superficie, la segunda se atreve a mirar las estructuras detrás de los hechos. En una sociedad que premia la rapidez y el conformismo, cultivar preguntas críticas se convierte en una forma de resistencia.

Las personas participantes coincidieron en que la educación popular comienza cuando nos atrevemos a incomodar: cuando la pregunta rompe la obediencia y abre la posibilidad de pensar con otros. Como dijo alguien en el grupo: “la pregunta no busca una respuesta, busca compañía para seguir pensando”.

2. Los lenguajes de la educación popular

Otro de los grandes aprendizajes fue comprender que no hay una sola forma de pensar ni una sola manera de decir. Durante el proceso, el humor, el juego, la música, los dibujos y los títeres fueron herramientas para pensar críticamente desde el cuerpo y la emoción.

Esta apertura a nuevos lenguajes mostró que el pensamiento no solo habita en las palabras, sino también en los gestos, las metáforas, los silencios y las risas. Los títeres, por ejemplo, se transformaron en mediadores pedagógicos que permitieron decir lo indecible: críticas, frustraciones y esperanzas expresadas desde la ternura y la ironía.

Explorar estas formas es también un gesto político: democratiza el conocimiento y multiplica las voces, permitiendo que cada quien participe desde su propio modo de sentir y crear. Como recordaba Mafalda entre risas:

“Si el mundo no escucha, habrá que hablarle con otros idiomas.”

3. Desafíos y caminos por andar

El encuentro entre los grupos de San Pedro y San Ramón marcó el cierre simbólico del proceso, pero también el inicio de una nueva etapa. Allí se compartieron los desafíos de seguir construyendo educación popular en contextos cada vez más complejos:

  • Evitar que la educación popular se vuelva consigna o discurso vacío.

  • Recuperar su dimensión política y descolonizadora, como recordaba Silvia Rivera Cusicanqui.

  • Cuidar los espacios colectivos donde la crítica se acompañe de ternura, humor y esperanza.

  • Seguir articulando procesos territoriales y comunitarios desde el diálogo y la creación compartida.

El curso cerró con adivinanzas y juegos, reafirmando que el pensamiento también puede ser alegre, y que preguntar sigue siendo la mejor forma de crecer.

Los boletines del curso

Cada boletín recoge un momento del proceso y puede leerse como una pieza independiente o como parte de una historia colectiva:

Boletín 1 – “Aprender a preguntar: un acto de libertad”

El primer boletín marcó el punto de partida del curso: volver a la pregunta como raíz de toda educación liberadora. Mafalda se convirtió en guía y cómplice, recordándonos que detrás de cada gesto ingenuo hay una crítica aguda al mundo adulto y sus absurdos.

En esta sesión, los grupos reflexionaron sobre cómo vivimos en una “sociedad de respuestas”, donde se premia la obediencia y se castiga la duda. Recuperar el derecho a preguntar se volvió un gesto político: preguntar como quien abre ventanas en una casa cerrada.

El boletín recoge las primeras inquietudes del grupo, las emociones de reencuentro con la curiosidad y el sentido de la educación popular como acto de liberación. Es, en esencia, una invitación a reaprender a mirar el mundo con ojos nuevos.

💬 “Preguntar no es molestar, es empezar a pensar.”

Boletín 2 – “De la curiosidad ingenua a la curiosidad crítica”

El segundo boletín profundizó en la diferencia entre curiosidad ingenua y curiosidad crítica, una de las ideas centrales de Paulo Freire. A partir de experiencias cotidianas —como esperar el bus o hacer fila en el banco—, las y los participantes exploraron cómo las preguntas pueden quedarse en la superficie o convertirse en herramientas de análisis y acción.

Este boletín es un puente entre la sorpresa y la conciencia. Invita a pensar la curiosidad no como simple deseo de saber, sino como una fuerza que empuja a comprender las causas y estructuras del poder.

En un contexto que acelera y simplifica todo, aprender a detenerse, observar y preguntar con profundidad se convierte en un acto de rebeldía. Mafalda nos lo recuerda con su habitual ironía: “No es que no entendamos el mundo, es que no nos dejan pensarlo.”

💬 “La curiosidad crítica es la semilla del pensamiento libre.”

Boletín 3 – “Conversaciones incómodas: construir saberes desde la diferencia”

El tercer boletín nace de una sesión donde el diálogo y el conflicto fueron protagonistas. A través de viñetas de Mafalda y sus amigos —Felipe, Susanita, Manolito y Libertad—, los grupos trabajaron la idea de que la diferencia no es un obstáculo, sino una fuente de aprendizaje.

Este número recoge reflexiones sobre cómo el desacuerdo puede ser un tránsito educativo: un proceso que nos enseña a escuchar sin imponer, a sostener la incomodidad y a construir desde la diversidad.

El boletín reivindica el diálogo freireano como práctica política y humana, pero también afectiva. En tiempos de polarización y desconfianza, Mafalda nos enseña que conversar con quien piensa distinto no debilita las ideas: las afina, las humaniza, las hace crecer.

💬 “El conflicto no separa: enseña.”

Aprender a preguntar un acto de libertad Boletín 4

Boletín 4 – “Indignarse con estilo: crítica, ternura y acción”

El cuarto boletín se adentra en la indignación como energía educativa. En lugar de verla como algo negativo, el grupo la exploró como punto de partida para la problematización: la indignación que piensa, que crea, que no se conforma.

A partir del arte, el humor y la reflexión, las personas participantes discutieron cómo transformar la rabia en propuesta, y cómo la autonomía nace cuando las comunidades se sienten capaces de intervenir en sus propios contextos.

Este boletín rescata la ternura como forma de crítica, la creatividad como herramienta de denuncia, y el sentido de comunidad como antídoto frente a la resignación. Mafalda —con su ironía siempre actual— nos guiña el ojo y recuerda: “Si no nos dejan protestar, al menos hagámoslo con estilo.”

💬 “La ternura también es una forma de lucha.”

Boletín 5 – “Lo que viene: crítica, creación y caminos por andar”

El último boletín recoge el encuentro entre los grupos de San Ramón y San Pedro, un momento de cruce entre preguntas, afectos y aprendizajes. Lo que comenzó como dos procesos paralelos se unió en un diálogo vivo, donde las preguntas de un grupo resonaban en el otro, creando una trama de sentido compartido.

Esta edición profundiza en los desafíos contemporáneos de la educación popular, inspirada en las críticas de Silvia Rivera Cusicanqui sobre la necesidad de tensionar las prácticas y no idealizarlas. Se reafirmó que la educación popular sigue siendo un camino que hay que reinventar: con humor, creatividad y compromiso político.

Además, los títeres y el juego se convirtieron en lenguajes de pensamiento, recordando que educar también es imaginar, reír y experimentar. El boletín cierra con adivinanzas pedagógicas, celebrando que el pensamiento crítico también puede ser alegre.

💬 “Preguntar sigue siendo la mejor manera de crecer.”

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Defender la vida en soledad: la historia de Philippe y el precio de cuidar la naturaleza

En un pequeño pueblo costero del Caribe sur, Philippe ha dedicado años de su vida a proteger ríos, humedales y bosques amenazados por la expansión turística y la indiferencia institucional. Lo ha hecho con determinación, sin grandes recursos, enfrentando amenazas y agresiones físicas, viendo cómo la destrucción avanza más rápido que las respuestas de las autoridades.

Su historia es la de muchas personas defensoras ambientales: una lucha solitaria y desgastante, marcada por la precariedad económica, el hostigamiento y la falta de apoyo real. Cada monitoreo ambiental, cada denuncia, cada señal de alerta sobre la destrucción del territorio tiene un costo humano altísimo. Philippe lo ha pagado con su salud, con su sustento económico y con la certeza de que si él no estuviera ahí, nadie más lo haría.

“Estoy mal, pero aún así intento luchar. Si yo muero acá, nadie más va a estar en el campo. A nadie le importa.”

La soledad como marca

Philippe enfrenta su lucha prácticamente solo. La falta de acompañamiento ciudadano e institucional ha hecho que la defensa ambiental en este territorio se sostenga sobre sus propios hombros. Mientras muchos aplauden de lejos los discursos sobre “desarrollo sostenible”, quienes denuncian en el territorio enfrentan el miedo directamente: amenazas, daños materiales, persecución y el peso psicológico de sentirse desprotegidos.

“Aquí todo el mundo tiene miedo. Nadie quiere involucrarse. La soledad también duele.”

El abandono institucional

La historia de Philippe también expone las grietas estructurales del país. Denuncias que no avanzan, permisos que legitiman la destrucción, autoridades ausentes y una institucionalidad que, en lugar de proteger, muchas veces se convierte en parte del problema. Esta desprotección no es solo jurídica: es también simbólica. Es el mensaje de que defender la vida no importa lo suficiente.

“Hablan de proteger la naturaleza, pero cuando se trata de acompañar, de verdad, no hay nadie.”

El desgaste físico y emocional

La defensa ambiental no se libra solo en los tribunales o en las comunidades; también se libra en el cuerpo. Philippe enfrenta problemas de salud que se han agravado por años de trabajo en condiciones duras y sin respaldo. La falta de ingresos, la pérdida de herramientas de monitoreo y la hostilidad de su entorno lo han llevado al límite.
La lucha, que empezó como un compromiso con la naturaleza, hoy se siente también como un peso solitario.

“El ambientalismo cuesta —y cuesta caro—. Cuesta miles de dólares, cuesta clientes, cuesta salud, cuesta vida.”

“El ambientalismo aquí no da para vivir. Al contrario: te va quebrando, poquito a poco.”

Entre el eco mediático y la ausencia local

En momentos puntuales, la lucha de Philippe ha logrado captar atención mediática, pero esa visibilidad no se ha traducido en redes de apoyo sostenidas ni articulación territorial real. Más allá de las denuncias públicas, el acompañamiento local es casi inexistente. No hay estructuras comunitarias sólidas que compartan la carga ni mecanismos para proteger a quienes están en primera línea.
La lucha ambiental no puede depender únicamente de una voz amplificada en redes: necesita tejido social, presencia organizada y compromiso colectivo.

“La gente habla bonito del ambiente, pero defenderlo aquí es otra historia. Te golpean, te siguen, te mandan al hospital. Y el negocio se va al carajo.”

No es un caso aislado

Philippe no es una excepción. Su historia encarna lo que muchas personas defensoras viven en silencio. Cuando la sociedad no protege a quienes protegen, el costo no lo paga solo esa persona: lo pagamos todos y todas, con territorios devastados, ríos contaminados y bienes comunes en riesgo.

“Si después de mí no hay otro que tome este campo, se acabó. Y eso me duele más que cualquier golpe.”

Una defensa que debe ser colectiva

Proteger a las personas defensoras ambientales no es un acto de caridad: es una responsabilidad colectiva. Implica escuchar, acompañar, visibilizar y exigir al Estado garantías reales. Philippe no debería estar solo. Ninguna persona defensora debería estarlo.

La defensa de la vida no puede seguir siendo una carga individual. Porque cuando una voz defensora se apaga, se abre espacio para que el silencio cubra la destrucción.

Desromantizar la defensa de la naturaleza

Desde el Observatorio de Bienes Comunes creemos que es urgente desromantizar la defensa de la naturaleza. No es un acto heroico ni una postal de inspiración: es una lucha desigual, atravesada por violencia, hostigamiento, abandono y ninguneo.

En Costa Rica, muchas de estas luchas nacen en los patios traseros, en los ríos que cruzan comunidades, en los humedales que alimentan la vida que nos sostiene. Son personas que defienden desde sus hogares y territorios, sin recursos, sin respaldo institucional y, muchas veces, sin acompañamiento social.

Hablar de esta violencia no divide: visibiliza lo que se ha querido mantener invisible. Reconocer el costo humano de defender la vida es un paso imprescindible para transformar esta realidad y construir redes reales de cuidado, protección y acción colectiva.

La defensa ambiental no puede seguir sostenida sobre cuerpos individuales. Necesita ser una tarea compartida, una responsabilidad común.

Entre el destino y la elección

Hay quienes podrían decir que Philippe eligió este camino. Que podría haber hecho otra cosa, vivir más tranquilo, sin cargar sobre sus hombros la defensa de un territorio que parece no querer ser defendido. Y tal vez sea cierto: nadie lo obligó. Pero también es cierto que algunas decisiones no se toman desde la comodidad, sino desde una conciencia que ya no permite mirar hacia otro lado.

Philippe no siempre fue “el defensor del humedal”. A los 25 años, su vida parecía ir por otro rumbo. Él nos recuerda con una fotografía cuando tenía 25 años «Atrás está mi bar, lugar de encuentro de los pandilleros Rough Speed, del cual era miembro. ¡Dónde está aquella época! La moto es una Norton Comando de 920 cc hard tail, eso significa que no tenía suspensión atrás. Cosa seria, te cuento. Después lo cambié y hice un hardtail chopper.”

Esa imagen del joven motociclista rebelde contrasta con el hombre que hoy recorre a pie los mismos caminos, observando el cauce de los ríos y las huellas del deterioro ambiental. Pero en el fondo, algo permanece: la misma energía que antes lo movía sobre dos ruedas, hoy lo empuja a cuidar la vida que habita estos territorios.

Philippe pudo elegir otros caminos, y quizá todavía podría. Pero eligió este, el más difícil: quedarse, resistir y cuidar. No por romanticismo, sino porque entendió que cuando el bosque desaparece, desaparece también una parte de todos nosotros.

Y aunque su defensa parezca solitaria, su gesto nos interpela a cada uno: ¿qué haríamos nosotros si el lugar que amamos estuviera en peligro?

Porque al final, cuidar la naturaleza no es un acto individual ni un destino inevitable. Es una opción —una que Philippe hizo, y que el Caribe Sur agradece.

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El memorándum del miedo sigue vigente: 18 años después, la política costarricense aún gobierna desde la amenaza

A casi dos décadas del memorándum que diseñó la estrategia del “sí al TLC”, Costa Rica sigue reproduciendo la misma fórmula: controlar el discurso, condicionar apoyos y sembrar miedo. Lo que nació como táctica electoral se convirtió en el modo dominante de hacer política.

Hace 18 años, en plena disputa por el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, se filtró un documento confidencial que marcaría un antes y un después en la política nacional. El llamado memorándum del miedo —dirigido al entonces presidente y a la cúpula de campaña del “sí”— trazaba una hoja de ruta precisa para asegurar la victoria:

  • Controlar la comunicación pública, saturando los medios con emociones y no con argumentos;
  • Movilizar alcaldes y líderes locales bajo la lógica de la presión (“quien no gana, no recibe recursos”);
  • Construir coaliciones sociales desde arriba, con rostros mediáticos;
  • Y sobre todo, “estimular el miedo” en cuatro dimensiones: pérdida del empleo, colapso institucional, aislamiento internacional y caos político.

El texto, pensado para un referéndum puntual, terminó funcionando como un manual de gobierno. Desde entonces, cada crisis, campaña o disputa pública parece reactivar sus fórmulas: gobernar por miedo, callar al disenso y administrar la incertidumbre como herramienta política.

La continuidad del manual: de alcaldías a alianzas territoriales

Tras las elecciones municipales de 2024, 14 alcaldes cambiaron de partido en el poder local. Varios alcaldes rompieron con sus agrupaciones para alinearse con el Ejecutivo o con proyectos afines al “continuismo”, buscando respaldo político o promesas de recursos.

Esa práctica —condicionar el apoyo local a la cercanía con el gobierno— retoma una de las instrucciones del memorándum original: controlar el territorio y premiar la lealtad.

La política municipal vuelve a convertirse en escenario de disciplinamiento, más que de representación ciudadana.

Universidades y protesta: criminalizar la crítica pública

El conflicto entre el gobierno y las universidades públicas durante 2024 y 2025 expuso la misma lógica: quien cuestiona, amenaza.

Las marchas en defensa del financiamiento educativo, respaldadas por múltiples organizaciones sociales, fueron deslegitimadas desde el discurso oficial. En lugar de atender los reclamos, se las presentó como intentos de “desestabilizar” al país.

Así, la protesta se convierte en un objeto de sospecha y la crítica en un peligro, reproduciendo la pedagogía del miedo que el memorándum prescribía hace casi dos décadas.

La “mordaza” y el giro discursivo del miedo

En los últimos meses, el ejecutivo y la bancada oficialista han insistido en denunciar una supuesta “mordaza” impuesta al Gobierno por parte del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), luego de que la institución advirtiera sobre el uso de recursos públicos en la difusión de mensajes oficiales durante el periodo electoral.

Como respuesta, el oficialismo organizó la campaña “Cayó la mordaza”, una manifestación pública concebida como acto de respaldo al Ejecutivo. Bajo la consigna de “defender la libertad de expresión del Gobierno y del pueblo”, la propuesta buscó proyectar la idea de que las limitaciones establecidas por el TSE constituían una forma de censura política.

En ese escenario, el discurso oficialista construyó una narrativa emocional: el Gobierno presentado como víctima de un sistema que pretende “callar sus logros”, mientras los medios de comunicación y los órganos de control aparecen como adversarios del cambio. Entre banderas, consignas y llamados a “no dejarse silenciar”, se consolidó un relato que sustituye la deliberación por la confrontación.

Lo que se presentó como defensa de la comunicación institucional terminó funcionando como un acto de cohesión política: reforzar la identidad del oficialismo, marcar fronteras entre “nosotros” y “ellos”, y movilizar el miedo a ser “silenciados” para fortalecer la lealtad al poder.

En la práctica, “Cayó la mordaza” replicó la lógica central del memorándum del miedo: estimular una amenaza simbólica para consolidar apoyo político. Ya no se trata del temor a perder empleos o estabilidad económica, como en 2007, sino del miedo a perder la voz, la identidad o la representación. Cambia el contenido, pero la fórmula permanece intacta: gobernar a través del miedo y de la sensación de asedio.

Mordaza política y amenazas de “destierro”

A la retórica de la “mordaza” se suman expresiones de intimidación más explícitas. En el propio Congreso, un diputado oficialista declaró que, si el gobierno lograba imponerse en las próximas elecciones, “el pueblo mandaría al destierro a los opositores”.

Esa frase, aparentemente incidental, condensa la lógica del memorándum: transformar la diferencia en enemigo, y el debate en castigo.

No se trata solo de un exceso verbal, sino de un síntoma cultural: la naturalización del miedo como instrumento de cohesión política.

Quien disiente no se discute, se excluye simbólicamente. Es una mordaza política, menos visible que la censura, pero igual de eficaz.

Control de medios 2.0

En 2007, el memorándum del miedo apostaba a controlar la televisión, la prensa escrita y la publicidad oficial. En 2025, el escenario es otro, pero el principio es el mismo: dominar el relato para dominar la percepción.

Hoy, el control ya no pasa solo por los noticieros o comunicados oficiales, sino por la arquitectura digital que define lo que la gente ve, comparte y comenta. Influencers, cuentas automatizadas y redes de troles operan como extensiones del discurso político, moldeando la conversación pública en tiempo real.

Los algoritmos priorizan la indignación sobre la reflexión, y el gobierno —como muchos actores de poder— ha aprendido a usar ese entorno para su beneficio. En lugar de persuadir, se satura; en lugar de informar, se emociona; en lugar de dialogar, se polariza.

El miedo digital no necesita censura explícita: basta con inundar las redes de ruido, burlas y desinformación dirigida contra quienes piensan distinto. Las etiquetas se convierten en armas simbólicas, y los troles, en guardianes del relato oficial.

Esta nueva fase del memorándum combina la vieja pedagogía del miedo con la lógica algorítmica de la distracción. El resultado es un ecosistema comunicativo donde la verdad importa menos que la viralidad, y donde el control ya no se impone desde arriba, sino que se reproduce entre pantallas.

Frente a ello, defender la palabra libre exige más que libertad de expresión: requiere alfabetización mediática, soberanía digital y redes ciudadanas capaces de romper la cadena del miedo en línea.

El miedo como sistema

El país vive un proceso de securitización del espacio público, donde los discursos oficiales ya no apelan tanto al orden como a la supuesta persecución y censura. Se construye una narrativa en la que el poder aparece como víctima de fuerzas que buscan silenciarlo, y donde cualquier crítica se presenta como ataque.

Estos llamados al miedo y a la polarización fabricada terminan generando prejuicios convenientes al gobierno de turno, que instrumentaliza esa tensión para fortalecer su relato y debilitar toda oposición.

En este ambiente, el miedo deja de ser una reacción y se convierte en un método de gobierno: una forma de moldear la opinión pública, cerrar espacios de diálogo y legitimar la concentración del poder.

Lo vimos con el memorándum en 2007, y lo seguimos viendo hoy en la forma en que se comunica, se legisla y se reprime la diferencia.

El legado del memorándum: una pedagogía de control

El memorándum del miedo fue más que una estrategia electoral; fue el inicio de una pedagogía política que aprendió a sustituir el diálogo por la amenaza.

Su influencia perdura porque ofrece resultados rápidos: el miedo paraliza, divide y asegura obediencia.

Lo peligroso es que esa lógica se ha vuelto transversal, compartida por distintos partidos y gobiernos, y asumida como “normalidad política”.

La ciudadanía, por tanto, enfrenta el desafío de recuperar la palabra, reconstruir la confianza y exigir transparencia frente a quienes gobiernan desde la sombra de la intimidación.

Los bienes comunes bajo amenaza: cuando el miedo privatiza lo público

El memorándum del miedo no solo dejó una huella en la cultura política: también redefinió la relación entre el poder y los bienes comunes sociales. Al instalar el miedo como mecanismo de control, se debilita todo aquello que depende de la confianza, la cooperación y el debate colectivo.

El miedo fragmenta y desmoviliza. Hace que la ciudadanía vea a la otra parte —al sindicato, al estudiante, al medio de comunicación, al servidor público— como amenaza, y no como aliado en la defensa de lo común. Así, la política del miedo funciona como una forma de privatización simbólica: despoja de legitimidad a los espacios públicos de decisión, erosiona la solidaridad y convierte el interés colectivo en sospecha.

Cuando el Estado y sus voceros gobiernan desde la intimidación, los bienes comunes —la educación pública, la salud universal, el acceso libre a la información, la participación democrática— se vuelven vulnerables. La ciudadanía se acostumbra a delegar por miedo, en lugar de deliberar por convicción.

Por eso, recordar el memorándum del miedo no es un ejercicio de nostalgia política, sino un llamado a defender los espacios donde aún se construye lo común: las aulas, las plazas, las universidades, los medios independientes, las organizaciones sociales.

Allí donde persiste la palabra libre y colectiva, el miedo pierde poder.

Adivina las diferencias

Antes de cerrar esta nota, te invitamos a un pequeño ejercicio contra el miedo: ¿te animas a descubrir quién es quién en la política del susto?

Observa con atención la siguiente tabla y trata de adivinar las diferencias entre Kevin Casas, Fernando Sánchez Campos, Rodrigo Chaves y Pilar Cisneros. Piensa en ello como un “juego de memoria política”: mientras te diviertes, entrenas tus sentidos críticos y aprendes a identificar las estrategias de miedo antes de que te atrapen. ¡Ojo! Aquí no hay trampas… solo mucha política y un poco de humor. 

Rasgo / EstrategiaKevin CasasFernando Sánchez CamposRodrigo ChavesPilar Cisneros
Campaña política“Si no apoyas, pierdes recursos”Saturar medios con emociones y dramatismoPresentarse como víctima de conspiraciones institucionalesToda crítica al gobierno pone al país en peligro
Relación con líderes localesAlianzas condicionales: gana el que se alineaMovilización territorial con presiónPremiar lealtad y castigar desviaciónÉnfasis en obediencia ideológica y disciplina interna
Manejo de la protestaDeslegitimar y mostrar como amenazaGenerar miedo al caos institucionalConstruir narrativa de persecución y censuraPresentar toda manifestación crítica como desestabilización social
Cohesión políticaDividir “nosotros vs. ellos”Llamados al miedo para asegurar lealtadUsar victimización para reforzar identidad oficialistaReforzar control mediante normas y sanciones simbólicas
Frase típica“Quien no juega, pierde todo”“El país se cae si gana el ‘no’”“Nos quieren silenciar, pero resistiremos”“Toda crítica al gobierno pone al país en peligro”
Especialidad en miedoRecursos y presión económicaCatástrofe institucional y caosCensura y persecución simbólicaRiesgo social y moral, amenaza colectiva

Pista final: Cada uno aplica la “pedagogía del miedo” a su manera… ¿quién parece más obsesionado con los recursos y la presión, quién con la victimización, y quién con que toda crítica es peligrosa?

Trump Gaza (1)

Cuando la paz es colonial: Trump impone su plan para Gaza con el reconocimiento de Costa Rica

Lo que ocurre en Gaza no puede describirse únicamente como un conflicto: múltiples organismos internacionales y voces académicas coinciden en señalar que se trata de un genocidio en curso contra el pueblo palestino, caracterizado por desplazamientos forzados, ataques sistemáticos a la población civil y la negación de sus derechos fundamentales.

El Observatorio de Bienes Comunes desarrolla esta nota como parte de su compromiso por la justicia, la defensa de los derechos humanos y la reivindicación histórica de los pueblos que han sido sometidos a la violencia colonial y neocolonial. Nuestra labor no es únicamente describir hechos, sino también ofrecer herramientas críticas para comprenderlos en su complejidad y denunciar las narrativas que legitiman la opresión.

Desde una mirada educativa y decolonial, buscamos abrir espacios de reflexión que cuestionen las estructuras de poder global, promuevan la autodeterminación de los pueblos y fortalezcan la solidaridad internacional frente a las injusticias. En este caso, el análisis del plan de Trump para Gaza responde a la necesidad de visibilizar cómo se reproducen lógicas coloniales en el presente y cómo países como Costa Rica se ven implicados en ellas.

Imagen de la nota de prensa El País. (17/11/2025). El ministro israelí de Finanzas asegura que Israel y EE. UU. negocian para dividirse la Franja de Gaza

Una propuesta que promete paz, pero niega justicia

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, presentó recientemente un plan de 20 puntos para poner fin a la guerra de Israel contra Gaza. Aunque fue anunciado como una propuesta de paz, este esquema reproduce lógicas coloniales que niegan la autodeterminación palestina y refuerzan la dominación política, económica y militar sobre la Franja de Gaza.

Desde un enfoque educativo y decolonial, esta nota analiza los principales elementos de la propuesta y problematiza el respaldo de Costa Rica a este plan.

Palestina sin voz: la paz sin los pueblos

El plan se presenta como “bien recibido por todos”, salvo por Hamás. Sin embargo, el pueblo palestino —principal afectado— queda relegado a un papel pasivo. Esta exclusión perpetúa la colonialidad del saber: solo las potencias occidentales y sus aliados definen qué significa “paz” y quién puede participar en ella.

“Zona libre de terrorismo”: el lenguaje de la deshumanización

La propuesta define Gaza como un territorio que debe transformarse en “libre de terrorismo y desradicalizado”. Este discurso reduce a la población palestina a un peligro a ser eliminado y desplaza la responsabilidad del conflicto hacia los oprimidos, no hacia la potencia ocupante. Se trata de un dispositivo clásico de la colonialidad: justificar la violencia en nombre de la “civilización” y la seguridad.

Reconstrucción condicionada: una ayuda con cadenas

El plan promete reconstruir Gaza, pero bajo la tutela de una “junta de paz” presidida por el propio Trump, junto con organismos financieros internacionales y líderes extranjeros. La población palestina no es considerada sujeto político de su propia recuperación, sino objeto de administración externa. Este paternalismo perpetúa la colonialidad del poder y reproduce dependencias económicas.

La negación del Estado palestino: administrar sin reconocer

Trump fue explícito: Netanyahu rechaza un Estado palestino y él lo respalda. Esto demuestra que el plan no busca la paz entre dos naciones soberanas, sino la gestión colonial de un territorio sin derechos plenos. Es la reafirmación de una paz colonial, donde se administra la ocupación sin reconocer la existencia de Palestina como nación legítima.

Jerarquías de la vida y la muerte

La propuesta de intercambio de prisioneros y cuerpos —un israelí por quince palestinos muertos— ilustra la necropolítica colonial: la vida israelí se coloca como valor absoluto, mientras las muertes palestinas se convierten en mercancía de negociación. Esta asimetría revela la profunda deshumanización que sostiene la ocupación.

La ausencia de responsabilidad israelí

Un aspecto central que no puede pasar desapercibido es que el Plan de 20 puntos de Trump omite por completo cualquier mención a la responsabilidad de Israel por los crímenes cometidos en Gaza. Mientras se exige la desmilitarización palestina, la supervisión internacional y la reeducación social, el documento presenta a Israel únicamente como garante de seguridad y estabilidad, exonerándolo de forma implícita de violaciones al derecho internacional humanitario y de los derechos humanos. Esta omisión reproduce una narrativa colonial que invierte las cargas de la violencia: responsabiliza exclusivamente al pueblo ocupado mientras legitima al ocupante, invisibilizando la necesidad de justicia y reparación para las víctimas palestinas.

Costa Rica y la paz subordinada

El respaldo de Costa Rica a este plan no es un gesto menor. Como país con una tradición de paz y diplomacia, debería mantener una política exterior coherente con la defensa de los derechos humanos y la autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, al alinearse automáticamente con Washington, Costa Rica se convierte en cómplice de una narrativa colonial que legitima la ocupación y el genocidio en Gaza.

Este posicionamiento refleja la dependencia histórica de Costa Rica en materia de política exterior: en lugar de actuar como voz crítica y solidaria con los pueblos del Sur Global —como lo haría desde una perspectiva latinoamericana y decolonial— se subordina a los intereses de las potencias imperiales. Con ello, se erosiona su credibilidad como país defensor del derecho internacional y la paz.

El comunicado de Costa Rica: entre la retórica pacifista y la legitimación colonial

El comunicado oficial del Gobierno de Costa Rica (30 de septiembre de 2025) expresa respaldo al Plan de 20 puntos para Gaza y Medio Oriente impulsado por Donald Trump, presentándolo como un “paso importante hacia la paz”. En el texto se invocan principios como el respeto a los derechos humanos, el derecho internacional y la convivencia pacífica. Sin embargo, la lectura crítica revela varias tensiones preocupantes.

  • Retórica sin contraste con la realidad: el comunicado repite los argumentos del plan sin señalar las asimetrías de poder ni los efectos de imponer un “gobierno de transición” bajo tutela internacional. Omite la voz del pueblo palestino y sus demandas de autodeterminación, reproduciendo el lenguaje de la paz colonial.

  • Desplazamiento del legado pacifista: Costa Rica, históricamente reconocida por su desarme y por la defensa del derecho internacional, se alinea con una propuesta que ha sido denunciada globalmente por legitimar la ocupación. Este gesto erosiona la credibilidad de su política exterior y la distancia de su tradición humanista.

  • Neutralidad cuestionada: al presentar el plan como un esfuerzo multilateral, el comunicado invisibiliza que se trata de una iniciativa unilateral, diseñada en función de los intereses de Estados Unidos y sus aliados, no de un consenso internacional. Costa Rica, al respaldarlo, deja de lado su rol de mediador imparcial y se coloca como legitimador de una agenda externa.

  • Efecto pedagógico negativo: en clave educativa, el mensaje oficial transmite que la paz puede imponerse desde arriba, mediante acuerdos diseñados por potencias, y no como resultado de la participación democrática de los pueblos involucrados. Esta narrativa debilita la comprensión de la paz como construcción colectiva, justa y decolonial.

En suma, el comunicado de Costa Rica no es neutro: al legitimar el plan de Trump, se convierte en un instrumento político que reproduce la colonialidad internacional y contradice la tradición pacifista que el país históricamente ha reivindicado.

El valor del enfoque decolonial: mirar más allá de los discursos oficiales

Analizar la propuesta de Trump únicamente desde criterios diplomáticos o de seguridad resulta insuficiente, porque invisibiliza las estructuras históricas de poder que sostienen la ocupación. El enfoque decolonial nos invita a mirar más allá de los discursos oficiales y reconocer cómo la colonialidad —heredera del colonialismo moderno— continúa organizando la política internacional.

Este enfoque ofrece tres claves:

  • Visibilizar las relaciones de poder: muestra cómo las potencias occidentales imponen sus condiciones sobre territorios del sur global, negando la voz de los pueblos colonizados y presentando su dominación como “natural” o “inevitable”.

  • Desenmascarar el lenguaje de la paz colonial: términos como “desradicalización” o “zona libre de terrorismo” no son neutrales. Son herramientas discursivas para justificar la subordinación y el control, presentándolos como procesos civilizatorios.

  • Reivindicar la autodeterminación de los pueblos: la verdadera paz no puede imponerse desde afuera ni administrarse por potencias extranjeras. Solo puede construirse cuando los pueblos tienen la capacidad de decidir su futuro sin tutelas coloniales.

En este sentido, el enfoque decolonial no es un mero marco académico: es una herramienta ética y política para cuestionar la desigualdad global, las jerarquías raciales y las narrativas que legitiman la violencia. Adoptarlo permite comprender que el plan de Trump no es una solución, sino la continuidad de un orden colonial que niega el derecho palestino a existir como nación soberana.

La paz que no es paz

El plan de Trump no abre caminos reales hacia la paz, sino que institucionaliza un modelo colonial de control y administración sobre Gaza. Reconstrucción, seguridad y gobernanza se plantean desde afuera, bajo la lógica de las potencias y sin reconocer la soberanía palestina.

Costa Rica, al respaldar esta propuesta, se distancia de su propia tradición pacifista y refuerza la colonialidad global. La verdadera paz solo puede construirse desde la justicia, el respeto a la autodeterminación y el reconocimiento pleno de Palestina como nación.

Referencia:

El País. (17/11/2025). El ministro israelí de Finanzas asegura que Israel y EE. UU. negocian para dividirse la Franja de Gaza. El País. https://elpais.com/internacional/2025-09-17/el-ministro-israeli-de-finanzas-asegura-que-israel-y-ee-uu-negocian-para-dividirse-la-franja-de-gaza.html

Locatelli Santos, Juliano. (2022). El pensamiento decolonial como clave epistémica necesaria para la reconstrucción de los derechos humanos en y para Latinoamérica. Opinión Jurídica, 21(44), 394–418. Recuperado de  https://revistas.udem.edu.co/index.php/opinion/article/view/3532

Swissinfo. (30/11/2025). Los 20 puntos del plan de Trump para la paz en Gaza. https://www.swissinfo.ch/spa/los-20-puntos-del-plan-de-trump-para-la-paz-en-gaza/90091743

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Elecciones 2026: Claves socioambientales para una lectura crítica del momento electoral

Los contenidos que aquí compartimos son el resultado de un proceso colectivo de diálogo, reflexión y construcción vivido en el curso-taller “Elecciones 2026: Herramientas para la lectura crítica de propuestas socioambientales”.

Cada idea, herramienta y aprendizaje recogido en los boletines Demo-crítica nació de la conversación entre las distintas personas participantes: comunidades, organizaciones, colectivos y personas interesadas en pensar críticamente la democracia y la justicia socioambiental.

Más que conclusiones cerradas, estos aportes son semillas colectivas que buscan nutrir el debate público y fortalecer la organización social de cara a las elecciones 2026 y más allá de ellas.

Las elecciones nacionales del 2026 se acercan en un contexto marcado por crecientes conflictos socioambientales, criminalización de la protesta y discursos políticos que, muchas veces, maquillan con etiquetas verdes proyectos de despojo. Desde el Curso-Taller “Elecciones 2026: Herramientas para la lectura crítica de propuestas socioambientales”, diferentes personas y colectivos nos dimos a la tarea de desarmar esas narrativas, reconocer sus trampas y construir herramientas de análisis desde los territorios.

Democracia en disputa

Uno de los hallazgos centrales es que la democracia costarricense no se agota en las urnas. Aunque el discurso oficial presenta al país como ejemplo regional, lo cierto es que la captura del poder por élites económicas, la exclusión de voces comunitarias y la mercantilización de la naturaleza muestran una erosión democrática cada vez más evidente. Frente a ello, la democracia debe pensarse y practicarse de manera cotidiana, en la defensa del agua, de los territorios indígenas, de los ríos y bosques, y en la organización comunitaria.

El “desarrollo” como trampa discursiva

El curso evidenció cómo conceptos como modernización, sostenibilidad, carbono neutralidad o economía verde son usados como ropajes para legitimar proyectos extractivos: monocultivos certificados, megaproyectos turísticos, hidroeléctricas o infraestructura “verde” que profundizan desigualdades. Lo que se presenta como progreso suele significar despojo territorial, privatización de bienes comunes, desplazamientos y gentrificación.

Criminalización de la protesta

La protesta social, reconocida internacionalmente como derecho democrático, hoy se enfrenta a procesos de deslegitimación social, legal y mediática. Desde la Ley Antihuelgas hasta la ausencia de ratificación del Acuerdo de Escazú, el marco institucional ha debilitado la protección de defensoras y defensores ambientales. Además, persisten amenazas y violencias directas, como lo recuerdan los asesinatos de Sergio Rojas y Jerhy Rivera. Reconocer que la protesta es motor de democracia, y no amenaza, es una de las claves para el 2026.

Herramientas para el análisis electoral

El taller produjo instrumentos colectivos que pueden orientar la lectura crítica del próximo proceso electoral:

  • Matrices de análisis que permiten detectar trampas discursivas, beneficiarios reales de proyectos y los impactos sobre los territorios.

  • La hoja de ruta de exigencias ambientales 2026, entendida no como una lista de reclamos, sino como un horizonte político de continuidad, organización y vigilancia ciudadana.

  • Estrategias de comunicación diversa, que combinan lo digital, lo comunitario, el humor y el arte, recordándonos que disputar sentidos es parte de la acción política.

Lo que no debe pasar desapercibido

En tiempos de campaña, los silencios estratégicos son tan importantes como las promesas. Callar sobre minería, monocultivos, turismo desbordado, conflictos por el agua o criminalización de defensores es parte de una estrategia política que beneficia al extractivismo. Nombrar esas ausencias es tarea ciudadana.

Más allá de las urnas

El curso cerró con una convicción clara: el poder real no se agota en el voto. La construcción de alternativas socioambientales depende de la organización colectiva, la vigilancia permanente y la capacidad de disputar sentidos frente al marketing político.

Las elecciones 2026 serán un escenario clave, pero no definitivo. Los aprendizajes compartidos nos recuerdan que la democracia y la justicia ambiental se juegan todos los días en los territorios, en la calle, en las comunidades y en la memoria de luchas que nos preceden.

Nuestros aprendizajes

Boletín 1 – Democracia y bienes comunes en disputa (8 de agosto, 2025)

Este primer boletín abre la reflexión sobre cómo la democracia no se limita al voto, sino que se vive cotidianamente en la defensa de bienes comunes como el agua, las semillas y la biodiversidad. Se reconocen los límites del sistema político actual —capturado por élites económicas y atravesado por exclusiones— y se exploran perspectivas alternativas como el ecofeminismo, el anticolonialismo y la participación radical. Además, se presenta la primera matriz de análisis político-socioambiental, una herramienta práctica para leer críticamente los discursos electorales.

Puede descargar el boletín aquí.

Boletín 2 – Discursos verdes y desigualdades socioambientales (23 de agosto, 2025)

El segundo boletín desenmascara las narrativas de desarrollo, sostenibilidad y modernización, mostrando que muchas veces se traducen en despojo, gentrificación y privatización de bienes comunes. El análisis colectivo evidenció que conceptos como “crecimiento verde” o “turismo sostenible” esconden desigualdades y violencias en los territorios. Como aporte metodológico, se comparte una matriz de desigualdades socioambientales, útil para identificar beneficiarios reales, impactos territoriales y alternativas invisibilizadas.

Puede descargar el boletín aquí.

Boletín 3 – Criminalización de la protesta y organización social (29 de agosto, 2025)

Este boletín profundiza en cómo la protesta social, lejos de ser reconocida como derecho democrático, enfrenta un proceso creciente de criminalización y estigmatización. Se analizan las estrategias de silenciamiento —desde leyes restrictivas hasta amenazas informales— y se resalta la dimensión emocional de la lucha, con cargas de rabia, impotencia y desgaste. La experiencia con el Teatro del Oprimido mostró cómo la organización se vivencia en la práctica. Además, se propone una matriz para analizar la criminalización de la protesta, orientada a diseñar respuestas colectivas y fortalecer la legitimidad de las luchas.

Puede descargar el boletín aquí.

Boletín 4 – Hoja de ruta y comunicación política desde los territorios (5 de septiembre, 2025)

El último boletín recoge los aprendizajes del proceso y plantea la hoja de ruta de exigencias ambientales como un instrumento político vivo: no solo para dialogar con partidos, sino para organizar, exigir y vigilar desde los territorios. Se enfatiza la importancia de reconocer emociones, tensiones internas y el poder de los discursos, al tiempo que se ensayan estrategias de comunicación diversa —del humor al teatro, de los boletines a lo digital—. El cierre del curso dejó un mensaje claro: frente a las elecciones 2026, la creatividad, el cuidado mutuo y la organización comunitaria son claves para sostener la democracia y la justicia socioambiental.

Puede descargar el boletín aquí.