Las comunidades de Santa Juana y de Orocú en Punta Morales de Chomes mantienen una lucha constante para proteger el Río Lagartos donde la asada tiene la bomba que abastece de agua potable a ambas comunidades. Gracias a la organización comunal han logrado eliminar los botaderos clandestinos, detener actividades como el lavado de carros y motos que contaminan el agua y la construcción de tanques ilegales para riego de cultivos y ganado para beneficio de particulares.
“Los indígenas de Térraba me enseñaron de la espiritualidad de la Madre Tierra, ellos están luchando por hacer que se respete la vida del río porque el río es un ser vivo, un ser independiente, que nace, crece, reproduce la vida y no muere porque continúa su ciclo y nos vuelve a bendecir en forma de lluvia”.
Roxana Flores Martínez. Secretada de la Asada de Orocú y activista en la defensa de los ríos, miembro de la Liga de Asadas.
El tejido que sostiene la vida
El Observatorio de Bienes Comunes: Agua y Tierra centra su propuesta en el concepto de bienes comunes que nace en Europa pero que en América Latina toma connotaciones muy diferentes al encontrarse con las cosmovisiones de pueblos afrodescendientes y pueblos indígenas que tienen su construcción propia de la naturaleza, según explica el coordinador del Observatorio, Luis Andres Sanabria Zaniboni.
“Para muchos de estos pueblos y comunidades la naturaleza es más que un recurso, es su territorio y es el tejido que construye su identidad. Por eso, muchas de las defensas de los bienes comunes en Costa Rica están atados a los ríos, para muchas de las comunidades el rio es parte de su identidad y es hasta la razón de su identidad, eso trasciende por mucho la visión cosificada de la naturaleza”, acota el investigador.
Los bienes comunes, que incluyen los bienes naturales, los bienes sociales y bienes culturales o saberes, cuando se nutren con todas estas cosmovisiones, adquieren otra forma y se entienden como un tejido que sostiene la vida. Entonces ahí se incluye no solamente las prácticas de uso compartido, también la forma en que se concibe el entorno.
Además, recalca que sin esas prácticas que los pueblos indígenas han mantenido por cientos de años los bosques donde ellos viven no existirían, sin el manejo de las semillas criollas que hacen las poblaciones campesinas mucho de muestro paisaje alimentario no existiría, muchos de nuestros alimentos no existirían porque nacen precisamente del manejo de las semillas y los cultivos que ellos han hecho por mucho tiempo.
Más allá de la conservación
Esta propuesta conceptual surge como una alternativa para superar las limitaciones del concepto de conservación que sigue concibiendo a la naturaleza como un recurso e incluso como capital natural. Una de las limitaciones de dicha concepción es que no incluye a la gente, resultando que las comunidades indígenas o campesinas terminan privadas de acceder y disfrutar de los bienes comunes que se procura conservar.
Sanabria asegura que el modelo de conservación que ha primado dio lo que tenía que dar, por ejemplo en Costa Rica la creación de áreas protegidas en los años 70’s logró detener la pérdida de los bosques, pero este modelo es necesario repensarlo para empezar a entendernos con la naturaleza en una dimensión donde todos y todas somos sujetos y sujetas de ese contexto.
El Estado de la Nación (2019) también señala que Costa Rica afronta una importante disyuntiva ya que ¨la gestión ambiental ha tenido dos caras: fortalezas en el ámbito de la conservación, especialmente en las áreas protegidas, que conviven con patrones insostenibles en el uso de los recursos y el territorio fuera de estas¨ (p 56)
Frente a esta disyuntiva, Sanabria recalca que es vital cuestionar la intensidad y la extensión de las actividades que estamos realizando, problematizar el extractivismo como una forma de satisfacer necesidades y sin duda, volver a mirar esas pequeñas prácticas y saberes ancestrales que han logrado mantener los tejidos de vida por cientos y miles de años.